"Elizabeth Castillo no era activista hasta que el Servicio de Inmigración y Control de Aduanas (ICE, por su sigla en inglés) empezó a llevarse a sus vecinos.
Todo empezó en junio, después de que Donald Trump ordenara a los agentes del ICE que barrieran Los Ángeles, y luego utilizara como pretexto para enviar al ejército los incidentes aislados de violencia que ocurrieron en las protestas contra las tácticas de los funcionarios migratorios. Castillo sintió que su barrio obrero de Pasadena, a las afueras de Los Ángeles, estaba sitiado. Dijo que seis personas fueron apresadas en Winchell’s, una tienda de donas. Además, el ICE se llevó a dos personas cuando hizo una redada en su complejo de apartamentos.
“Era el caos”, dijo. “Y se podía ver, se podía oír, se podía sentir el miedo, la intimidación. Se podía sentir el terror”.
Castillo, una mujer menuda de pelo largo y oscuro, nacida en Estados Unidos e hija de migrantes mexicanos, parece más joven de los 38 años que tiene. Tiene cinco hijos, dos de ellos mayores, pero tres aún viven en su casa. Antes de la represión del ICE, veía las noticias y siempre había votado, pero sus hijos y su trabajo en la administración sanitaria ocupaban la mayor parte de su tiempo. “Ya sabes, son prácticas aquí, prácticas allá”, dijo. “‘Mamá, búscame’. ‘Mamá, déjame’”.
Pero ella es alguien que sabe de primera mano lo que la deportación puede hacer a las familias. Dijo que en 2012, cuando sus hijos tenían menos de 10 años, expulsaron del país a su marido, quien nació en México, pero creció en Estados Unidos. Ella era estudiante a tiempo completo, y él era el único sostén de la familia. Castillo tuvo que dejar la universidad y explicarles a sus hijos por qué su padre ya no podía vivir con ellos. “Puedo entender lo que eso supone para una familia”, dijo. Así que este verano, cuando el ICE empezó a llevarse a la gente de su comunidad de las calles, sintió que tenía que actuar.
Al principio, Castillo iba sola con un megáfono. Cuando veía vehículos del ICE por las calles, los seguía en su coche, tocando la bocina y gritando para advertirle a la gente que se acercaban. Empezó a levantarse antes del amanecer para patrullar su complejo de apartamentos. Luego se puso en contacto con la Red Nacional de Jornaleras y Jornaleros (NDLON, por su sigla en inglés), que dirige un centro de empleo cercano. A través de ellos, se conectó a una red de personas de toda la ciudad que siguen constantemente las actividades del ICE.
Entre los que monitorean las actividades del ICE en Los Ángeles hay personas de organizaciones sin fines de lucro establecidas que colaboran estrechamente con la oficina del alcalde. También hay grupos más militantes que, además de limitarse a documentar las operaciones del ICE, intentan interrumpirlas activamente.
“Tenemos gente patrullando por toda la ciudad desde las 5:30 de la mañana”, dijo Ron Gochez, profesor de secundaria y portavoz de una de las organizaciones más radicales, Unión del Barrio. Gochez me contó que, cuando encuentran agentes, “cogemos el megáfono. Denunciamos a los terroristas por estar allí, y luego informamos a la comunidad de la zona inmediata que están presentes. Y luego les decimos a la gente: ‘Si tienes documentos, sal. Sal afuera. Únete a nosotros. Ayúdanos a defender a tu prójimo’”.
Las redadas generalizadas que han trastornado la vida en Los Ángeles podrían extenderse pronto a otras ciudades, especialmente ahora que los republicanos del Congreso han aumentado el presupuesto del ICE de 8000 millones de dólares a 27.700 millones aproximadamente. (Es más que el de la mayoría de los ejércitos). “Somos una placa de Petri”, me dijo la alcaldesa de Los Ángeles, Karen Bass. “Están experimentando con nosotros. Si vienen y hacen esto en Los Ángeles, entonces podrán asustar a todas las demás ciudades, igual que se ha asustado a las universidades, igual que se ha asustado a los bufetes de abogados”.
Pero si Los Ángeles es un campo de pruebas para la deportación masiva, también es un lugar para ver cómo evoluciona la resistencia. Aunque este año se han convocado algunas marchas masivas anti-Trump, muchas de las personas más horrorizadas por este gobierno buscan formas más inmediatas y tangibles de frustrar las deportaciones. El movimiento contra el ICE en Los Ángeles —que está empezando a arraigar, en diferentes formas, en ciudades como Nueva York— forma parte de un cambio creciente de la protesta simbólica a la acción directa.
Es posible que no puedan competir contra el leviatán trumpista. Pero puede proteger a algunas personas que, de otro modo, podrían verse arrastradas al agujero negro de la maquinaria de deportación gubernamental. Y, en el escenario más optimista, podría ser la base de un nuevo movimiento nacional de oposición.
“Nos han abandonado los tribunales, la comunidad empresarial” y, con pocas excepciones, “la clase política de Washington D. C.”, dijo Pablo Alvarado, cofundador de NDLON. “Todo lo que tenemos son nuestros amigos, nuestros aliados y nosotros mismos”. Uno de los lemas de su grupo es: “Solo el pueblo salva al pueblo”.
Por estos días, cuando Castillo no está trabajando, suele estar en el estacionamiento de un pequeño y destartalado centro comercial del bulevar Orange Grove y la avenida Garfield. Allí, con la ayuda de NDLON, se reúne con algunas personas que viven cerca y han montado una especie de puesto de mando al que llaman el rincón de defensa de la comunidad. Tienen una carpa con toldo y mesas con documentos. Cada día, los voluntarios se reúnen allí desde las 6:30 a. m. hasta alrededor de las 10:00 p. m. Algunos de ellos son nuevos en el activismo. Otros han protestado contra Trump desde que fue investido. A veces bromean diciendo que Castillo es su directora ejecutiva.
Los voluntarios distribuyen volantes de “conoce tus derechos” y fotos de agentes y vehículos del ICE que han sido vistos en la zona, junto con el número de una línea directa para reportar avistamientos. “Conoce a los fascistas del Escuadrón Payaso en tu barrio”, dice un folleto. Hay un montón de silbatos naranjas para hacerlos sonar si alguien ve algo sospechoso, y pulseras de la amistad con los números de teléfono de grupos locales de defensa de los derechos de los migrantes.
Cuando los voluntarios se enteran de una redada, se apresuran a armar alboroto. Con una camiseta negra personalizada del “Grupo Auto Defensa”, Jesus Simental, un hombre de mediana edad que trabaja repartiendo equipos industriales, me dijo: “No quieren ruido, pero nosotros traemos el trueno”.
En la primera presidencia de Trump, la resistencia se anunció con la Marcha de las Mujeres, una gigantesca muestra de la furia feminista ante la improbable victoria de Trump. Ningún evento similar se produjo durante su regreso al poder. Para quien lo aborrece, la reelección de Trump fue devastadora, pero no chocante. Había ganado el voto popular, lo que le daba una legitimidad democrática que no tenía la primera vez. El estado de ánimo dominante en muchos distritos azules era la desesperación más que la indignación. La oposición a Trump parecía, al menos para algunos observadores, aletargada. Poco después de las elecciones, un titular de Politico anunciaba: “La Resistencia no viene a salvarte. Se está desconectando”.
Aunque el agotamiento era real, no era toda la historia. Es posible que las fuerzas anti-Trump estuvieran más calladas que antes, pero nunca dejaron de reunirse y planificar. A medida que el gobierno supera muchos de los peores temores de sus oponentes, se hacen más visibles.
Sin embargo, en el segundo mandato de Trump la resistencia tiene un aspecto un poco diferente al que tuvo en el primero. Hay menos atención a las grandes marchas y concentraciones, y más a intentar marcar una diferencia concreta, a menudo cerca de casa. Piensa en los médicos que envían medicamentos abortivos a los estados que los prohíben, o en las protestas ante los concesionarios de Tesla que contribuyeron a hacer bajar el precio de las acciones de la empresa. “La Resistencia 2.0 tiene una base mucho más local y está más arraigada en la comunidad”, dijo Dana Fisher, socióloga de la American University que estudia los movimientos de protesta.
En parte, el cambio en las tácticas se deriva de una comprensión cambiante de la crisis a la que nos enfrentamos. Durante el primer mandato de Trump, a menudo la resistencia depositó su confianza en las instituciones existentes. Indivisible, fundada por dos antiguos empleados del Capitolio, organizó a la gente por distritos del Congreso y les enseñó a presionar a sus representantes. Algunos liberales convirtieron en héroes a figuras del establishment como Robert Mueller, el fiscal especial que dirigió la investigación sobre la injerencia rusa en las elecciones de 2016, y Anthony Fauci, director del Instituto Nacional de Alergias y Enfermedades Infecciosas. Los ciudadanos colmaron de donativos al Partido Demócrata y a grandes organizaciones sin fines de lucro como la ACLU y Planned Parenthood.
Según Fisher, en ese entonces la resistencia creía “que Trump era un bache”, elegido por una extraña confluencia de circunstancias desafortunadas. Su victoria se consideraba un error que futuras elecciones podrían corregir. La resistencia, dijo, “consistía en llegar a 2018, y en intentar crear la capacidad de hacerlo retroceder utilizando el sistema político”.
Esto es, por supuesto, una generalización; hubo mucha desobediencia civil y radicalismo de izquierda durante el primer mandato de Trump, especialmente en el febril verano de 2020. Pero si miramos atrás desde la sombría perspectiva de 2025, resulta sorprendente lo optimista que era mucha gente en cuanto a que algún poder establecido en la vida estadounidense —ya fuera el Congreso, las fuerzas del orden, los burócratas del gobierno o los medios de comunicación— pudiera impedir que Trump hiciera lo peor.
A medida que esa fe se ha ido marchitando, el carácter de la resistencia ha cambiado. “Reconocemos que en un periodo de avance autoritario en el que se produce una avanzada muy rápida para consolidar el poder, no puedes centrarte únicamente en las vías políticas formales de representación”, dijo Leah Greenberg, una de las fundadoras de Indivisible. “Salir de esto va a requerir una sinfonía de rebeldía”.
Indivisible realizando la campaña denominada “One Million Rising”, cuyo objetivo es formar a un millón de personas en estrategias de protesta, no cooperación y desobediencia civil, especialmente en torno a la deportación masiva. El énfasis en el ICE es, en parte, simplemente una respuesta a la pura crueldad del régimen de inmigración de Trump. Lejos de dar prioridad a los delincuentes, el ICE, bajo la presión de Stephen Miller, el fanático subdirector del gabinete de Trump, parece desesperado por acorralar al mayor número posible de personas. Eso incluye a personas con cónyuges e hijos estadounidenses que llevan aquí décadas, a quienes han seguido todas las normas al solicitar asilo e incluso a quienes tienen la tarjeta verde.
En los últimos meses se han difundido videos virales que muestran a agentes del ICE rompiendo ventanillas de automóviles, tirando a la gente al suelo y separando a padres de sus hijos. Human Rights Watch ha informado sobre el trato degradante que reciben los inmigrantes en centros de detención federales; en un centro de Florida, los hombres describieron que se les obligaba a comer “como perros” con las manos encadenadas a la espalda. Según los informes, los inmigrantes venezolanos enviados por Estados Unidos a una megaprisión de El Salvador se han enfrentado a condiciones aún peores; Andry Hernández Romero, un maquillador gay que fue liberado posteriormente como parte de un intercambio de prisioneros, describió haber sido torturado y agredido sexualmente por los guardias.
Sin embargo, la campaña contra el ICE no solo se trata de migrantes, porque para muchos en la izquierda, la agencia se entiende como la punta de la lanza autoritaria. Después de todo, Trump y sus allegados fantasean abiertamente con despojar a los estadounidenses de la ciudadanía o enviarlos al mismo gulag de El Salvador en el que estuvo recluido Hernández Romero. Los estadounidenses se están viendo obligados a aclimatarse a la visión, antes impensable, de hombres enmascarados, vestidos de civiles y que se niegan a mostrar su identificación, deteniendo a personas en la calle y arrojándolas a la parte trasera de vehículos. Ha habido reportes de que el ICE ha agredido y detenido a ciudadanos estadounidenses. Al parecer, el mes pasado, en un Home Depot de Hollywood, los agentes abordaron a un fotógrafo estadounidense que estaba grabando una redada; lo retuvieron durante más de 24 horas. (Ahora reclama un millón de dólares por daños y perjuicios).
“Han calculado que pueden salirse con la suya en un montón de cosas, siempre que las presenten como una operación de inmigración”, dijo Greenberg. “Eso les permitirá aumentar las condiciones autoritarias para el resto de nosotros”.
Como el ICE se considera cada vez más la primera línea de un creciente Estado policial, la gente de todo el país busca formas de hacerle frente. En Nueva York, las detenciones del ICE parecen concentrarse en los tribunales de inmigración, donde los agentes han estado llevándose a personas tras sus audiencias de asilo, incluso cuando los jueces les piden que vuelvan para otros procedimientos. Los activistas, por su parte, se están presentando en los tribunales para tratar de proporcionar el apoyo que puedan a los migrantes. Reparten volantes —en español, francés, urdu, punjabi y mandarín— en los que informan a los migrantes de los pocos derechos que tienen. Apuntan contactos de emergencia y números de identificación de migrantes para que, en caso de una detención, alguien pueda informar a sus seres queridos y seguirles la pista a través del sistema de detención.
Cuando terminan las audiencias, los voluntarios intentan, a menudo en vano, escoltar a los migrantes hasta los ascensores y la calle, pasando junto a intimidantes grupos de agentes del ICE enmascarados y armados. Eso es lo que hacía el contralor de la ciudad de Nueva York, Brad Lander, cuando fue detenido en junio.
Una semana después de esa detención, Lander volvió al tribunal de inmigración con su esposa y su hija. Después de que unos gritones agentes del ICE se llevaran al marido de una mujer ecuatoriana embarazada, la esposa de Lander, Meg Barnette, pasó una hora consolándola y luego la puso en contacto con una organización sin fines de lucro de defensa de los derechos de los migrantes. Cuando una mujer de Liberia se desplomó, presa del pánico y sollozando, tras horas de ver cómo se llevaban a rastras a otros migrantes, la hija de Lander sostuvo a su bebé.
La mujer de Liberia dijo que tenía un abogado, pero no se presentó, así que Lander encontró uno en el edificio para que la acompañara a la audiencia. Es difícil decir si ese fue el motivo por el que la mujer pudo salir libremente del tribunal; en el caso de los extranjeros resulta muy difícil saber quién puede ser detenido. “Es como un horrible juego de ruleta”, dijo Lander.
En una conferencia de prensa celebrada más tarde ese mismo día, Lander confesó que sentía que no había hecho lo suficiente, y pidió a otros neoyorquinos que acudieran a los tribunales, dieran testimonio y tal vez participaran en una desobediencia civil no violenta. “Tenemos que encontrar formas de obstaculizar el funcionamiento de este horrible sistema”, dijo.
Como los esfuerzos del ICE en Nueva York han girado en gran medida en torno a los tribunales, ese horrible sistema ha permanecido oculto. a gran parte del público. Es más visible en Los Ángeles, donde Trump ha tratado a toda la ciudad como una colonia hostil que hay que someter.
Este mes, agentes armados del ICE respaldados por tropas de la Guardia Nacional, algunos a caballo o en vehículos blindados, irrumpieron en el Parque MacArthur de la ciudad, obligando a los niños de un campamento de verano cercano a refugiarse en el interior. Bass estaba lívida, pero el gobierno dejó claro que ella tenía poca autoridad. “Yo no trabajo para Karen Bass”, le dijo a Fox News Gregory Bovino, el jefe de la Patrulla Fronteriza. “Será mejor que se acostumbren a nosotros, porque esto va a ser normal muy pronto. Iremos donde queramos y cuando queramos en Los Ángeles”.
Tom Homan, zar fronterizo de Trump, le dijo a Fox News que las patrullas itinerantes del ICE tenían derecho a detener a la gente por su aspecto. “No necesitan una causa probable para acercarse a alguien, detenerlo brevemente e interrogarlo”, dijo, basándose en “su ubicación, su ocupación, su aspecto físico”. El 11 de julio, un juez dictó una orden de restricción temporal que prohibía este tipo de discriminación por perfil racial, pero la sensación de temor y ansiedad seguía siendo generalizada, especialmente en los bastiones de los migrantes. Varios angelinos me dijeron que el inquietante vacío de sus barrios les recordaba la pandemia.
Sin embargo, algo que Los Ángeles tiene a su favor es un profundo y consolidado ecosistema de derechos de los migrantes. Estos grupos, dijo Bass, “se han preparado para este tipo de cosas en el pasado, aunque no tan masivas, ni tan atroces como esta”. De hecho, me dijo que su oficina depende de las redes de activistas para mantenerse al corriente de la actividad del ICE en la ciudad. “Así es como me entero de dónde se producen las redadas”, dijo. “No es que se nos notifique nada”.
Es una afirmación chocante sobre la relativa impotencia del gobierno municipal, pero también un testimonio del importante papel que desempeñan los activistas.
Desde que Castillo y sus vecinos iniciaron su rincón de defensa de la comunidad, han aparecido algunos más en Pasadena, incluso frente a un Home Depot ubicado en la calle Walnut Este. Los almacenes se han convertido en un lugar central en la batalla contra las deportaciones masivas; los jornaleros suelen reunirse allí para buscar trabajo, lo que convierte a los Home Depot en un objetivo habitual del ICE. En respuesta, grupos de activistas han “adoptado”, como ellos dicen, los locales de Home Depot, presentándose por turnos para vigilar a los agentes de inmigración. En la calle Walnut Este, varios jornaleros me dijeron que se sienten más seguros con los activistas cerca. “Hay miedo, pero ahora nos sentimos protegidos”, dijo uno, sabiendo que al menos habrá una advertencia si llega el ICE.
Aunque el rincón de defensa comunitaria de la calle Walnut Este funciona todos los días, los miércoles aparece más gente, como parte de una protesta semanal organizada por una bibliotecaria local. Varios de los manifestantes, en su mayoría mujeres de mediana edad y mayores, me dijeron que formaban parte de las secciones locales de Indivisible.
Alvarado, de NDLON, agradeció su presencia. “En nuestra opinión, para detener el fascismo y el autoritarismo hay que proteger a los que están en el extremo del látigo”, dijo. “Si quieres proteger la democracia, proteges a los más vulnerables. Eso es lo que queremos que entienda la gente de todas las clases sociales. Por eso es hermoso ver a las madres, a los maestros, entendiéndolo”.
Según Alvarado, recientemente una mujer de Van Nuys, un vecindario situado a media hora de distancia, visitó el rincón de defensa comunitaria de la calle Walnut Este, con planes de iniciar algo similar en su propia zona. Espera que el modelo se extienda aún más. A finales de octubre o principios de noviembre, NDLON tiene previsto celebrar una conferencia en Los Ángeles para formar a personas de todo el país en sus estrategias.
“Los Ángeles se utilizó como experimento, y queremos compartir las cosas que hemos hecho bien y las que hemos hecho mal”, dijo. Con la nueva inyección de dinero del ICE, señaló Alvarado, espera medidas similares en todo el país. La gente “tiene que saber qué hacer, cómo resistir, cómo defenderse”, dijo. “Pacíficamente, legalmente, ordenadamente, pero resistiendo”.
Por supuesto, esa resistencia solo puede conseguirse hasta cierto punto frente a una máquina de deportación fuertemente armada, espectacularmente bien financiada y políticamente poderosa. Más de 2000 migrantes han sido detenidos en Los Ángeles durante el último mes. Gochez, de Unión del Barrio, cree que se habrían llevado a muchos más sin el trabajo de grupos como el suyo, pero no hay forma de cuantificarlo.
Sin embargo, está claro que importa que la gente vigile lo que hace el ICE. Como señala Alvarado, una de las principales razones por las que la opinión pública se está volviendo en contra de la campaña de deportaciones masivas de Trump son los videos virales que muestran cómo es en la práctica. Los grupos activistas entrenan a personas para que graben las actividades del ICE dondequiera que las vean, lo que ayuda a captar tanto las detenciones como la agresión de los agentes a los observadores civiles. “Hombres enmascarados, vestidos de civiles, apuntando con armas contra personas que están ejerciendo sus derechos mientras graban, eso es exactamente lo que a los estadounidenses no les gusta ver”, dijo.
Alvarado ahora es ciudadano, pero creció en El Salvador, huyendo de la guerra civil con su hermano cuando tenía 22 años. La visión de hombres enmascarados llevándose a personas a lugares desconocidos le resulta familiar. “Es una palabra que no me tomo a la ligera, pero la gente habla de desapariciones”, dijo sobre la situación en Los Ángeles. “Por ahora, es una exageración, lo diré, pero así es como empieza. No hay derecho al debido proceso. La gente simplemente te detiene y te mete en las furgonetas. Es algo que he visto y sé cómo termina”.
Cree que, para luchar contra lo que se avecina, las personas tendrán que depender unas de otras. “No siendo violentos y respondiendo con más violencia, sino construyendo comunidad y comprensión”, dijo.
Al menos, la unión de los vecinos para hacer frente a una emergencia es un antídoto contra la impotencia y el aislamiento. Las tres personas que trabajaban como voluntarias en Orange Grove y Garfield cuando estuve allí —Castillo, Simental y Karen Skelly, que trabaja como asistente personal y administrativa— no se conocían antes de junio. Ahora, según dijo Simental, tienen una relación cercana: “Simplemente nos hemos juntado”. Mientras hablábamos, la gente seguía acercándose para tomar carteles, volantes, pulseras, o simplemente para dar las gracias. Los conductores que pasaban tocaban la bocina en señal de agradecimiento. Simental me habló de un vecino que se asegura de que no haya moros en la costa antes de ir a la lavandería o al mercado.
“Todo el mundo se está protegiendo ahora mismo, y podemos verlo, podemos sentirlo”, dijo Castillo. “No sé, nos sentimos como los sheriffs de la ciudad”."
(Michelle Goldberg, The New York Times, 31/07/25)
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