En teoría, las aseguradoras y proveedoras privadas estimulan la competencia y reducen costos, pero éstos han crecido por decenios a un ritmo mucho mayor que la inflación y el PIB. El factor principal es la escalada en el precio de las medicinas; la investigación ha generado adelantos técnicos prodigiosos, pero se prohíbe la competencia de productores externos, opuesta por el poderoso cabildeo de las grandes compañías farmacéuticas y la agencia federal (FDA) que aduce no puede comprobar la calidad de los fármacos importados (si se permitiese comprarlos a Canadá, el precio caería en picado).
Los médicos y hospitales prolongan la vida de enfermos terminales o muy ancianos con procedimientos costosísimos. Una buena tajada de los recursos va a la enorme burocracia administrativa y el "papeleo" que crece sin remedio. Los médicos deben asegurarse por sus errores (malpractice) contra demandas judiciales de los usuarios que son compensadas por millones concedidos por jurados generosos, los que aumentan las primas haciéndolas prohibitivas para muchos galenos; para protegerse contra las demandas, los médicos ordenan multitud de pruebas costosas a menudo innecesarias. (...)
La epidemia de obesidad (cerca de la mitad de la población), debida a la horrenda dieta alimenticia y a la falta de ejercicio, trae efectos nefastos: un salto mortal en la diabetes, las enfermedades cardiovasculares y de articulaciones, una bomba de tiempo. El alcoholismo y el tabaquismo también son culpables" (CARMELO MESA-LAGO: Recetas de Obama para una sanidad enferma. El País, ed. Galicia, Opinión, 01/06/2009, p. 29)
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