Los datos del Banco Mundial y de Transparency Intertantional muestran que Filipinas y China tienen el mismo nivel de corrupción; sin embargo, China creció a un 10,3% anual entre 1990 y 2000, mientras que las Filipinas crecieron sólo un 3,3%. Además, como muestra un reciente estudio de Shaomin Lee y Judy Wu, “China no está sola; hay otros países que tienen, simultáneamente, altos niveles de corrupción y una elevada tasa de crecimiento”.
Sin embargo, esa narrativa de la corrupción resulta cada vez menos atractiva para las clases pobres. A pesar de la corrupción que marcó su reinado, Joseph Estrada está en un respetable tercer puesto en la carrera presidencial filipina, con un sólido apoyo entre muchas comunidades urbanas pobres. Pero tal vez sea Tailandia el país en el que las clases bajas hayan rechazado más resueltamente el discurso de la corrupción, desplegado por las elites y las clases medias radicadas en Bangkok para echar a Thaksin Shinawatra de la presidencia del gobierno en 2006.
Mientras estuvo en el poder, Thaksin se sirvió sin rebozo de su cargo para ampliar su imperio empresarial. Pero las masas rurales y las clases bajas urbanas –la base de los llamados “camisas rojas”— han ignorado esa corrupción y luchan por devolver su coalición al poder. Recuerdan el período de Thaksin (2001-2006) como una edad de oro. Tailandia se recuperó de la crisis financiera asiática luego de que Thaksin se quitara de encima al FMI y de que el dirigente Thai promoviera políticas expansivas con dimensión redistributiva, y señaladamente: una asistencia sanitaria universal barata, una financiación del desarrollo local por valor de un millón de baths para cada ciudad y una moratoria en el servicio de las deudas contraídas por los campesinos. Esas políticas cambiaron a mejor sus vidas.
El caso de las Filipinas desde 1986 ilustra la mayor capacidad explicativa de la narrativa de la “política-errada” respecto de la narrativa de la “corrupción-causante-de-pobreza”. De acuerdo con una narrativa a-histórica, la corrupción masiva habría sofocado las promesas de la república democrática post-Marcos. En cambio, la narrativa de la política equivocada localiza las causas clave del subdesarrollo y de la pobreza filipinos en acontecimientos y procesos de todo punto históricos.
El complejo de políticas que empujó a las Filipinas al abismo económico en los últimos 30 años puede reducirse a un palabro formidable: ajuste estructural. También responde la nombre de reestructuración neoliberal, y entraña la primacía de la devolución de la deuda, la gestión macroeconómica conservadora, unos gigantescos recortes del gasto público, la liberalización comercial y financiera, la privatización y la desregulación, así como la producción orientada a la exportación. El ajuste estructural llegó a las Filipinas por cortesía del Banco Mundial, el FMI y la Organización Mundial de Comercio (OMC), pero los tecnócratas y los economistas locales lo hicieron suyo, y difundieron la doctrina.
El número de pobres subió en América Latina y en el Caribe, en la Europa central y oriental, en los Estados árabes y en el África subsahariana. La reducción del número de pobres en el mundo se dio primordialmente en China en los países del este asiático que rechazaron las políticas de ajuste estructural y la liberalización del comerció que las instituciones multilaterales y los tecnócratas neoliberales locales impusieron a otras economías en vías de desarrollo.
China y los países de nueva y acelerada industrialización del este y el sureste asiáticos, en donde ha tenido lugar el grueso de la reducción de la pobreza que se ha registrado en el mundo, estuvieron marcados por altos grados de corrupción. La diferencia decisiva entre sus logros y los de los países sujetos al ajuste estructural no fue la corrupción, sino la política económica.
A pesar de sus efectos malignos en la democracia y en la sociedad civil, la corrupción no es la causa principal de la pobreza. Las cruzadas “antipobreza y anti corrupción” que tanto seducen a las clases medias y al Banco Mundial no sirven para enfrentarse al desafío de la pobreza. Las malas políticas económicas son las que crean pobreza y la enquistan. A menos que –y hasta que no— revirtamos esas políticas de ajuste estructural, de liberalización del comercio y de gestión macroeconómica conservadora, no saldremos de la trampa de la pobreza." (Sin Permiso, 09/05/2010)
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