"En su Teoría general, Keynes dijo guasonamente que el mundo está regido por ideas de economistas muertos hace mucho tiempo. Me acordé de esta broma cuando escuché a un parlamentario alemán replicar airadamente a la sugerencia de que el BCE (Banco Central Europeo) debería perseguir una tasa de inflación algo más elevada. Quien hizo la sugerencia fue Oliver Blanchard, uno de los más destacados macroeconomistas del mundo. Por lo demás, proponía un objetivo de mayor inflación en su calidad de economista en jefe del Fondo Monetario Internacional.
No hay nada intrínsecamente malo en discrepar de un economista, por excelente que sea o haya sido su trabajo. Pero lo que resultaba llamativa era la naturaleza de la discrepancia. El parlamentario se limitó a reponer: “la inflación nunca ha resuelto nada”.
Es una enormidad de juicio. ¿Se lo dijeron sus padres? O, como decíamos en el Chicago de mi infancia, “¿te lo contó tu mama?”.
Blanchard y otros que abogan por un objetivo de mayor inflación disponen de buenas razones para argüir que una mayor inflación podría resultar de mucha ayuda para resolver la crisis económica mundial. Para empezar, una tasa mayor de inflación erosionaría el valor real de la deuda. Eso beneficiaría a todos los deudores, hogares, empresas y países.
En el caso de los hogares, decenas de millones de propietarios de vivienda, en los EEUU y en todas partes, han visto desaparecer buena parte de sus activos con el colapso de la burbuja inmobiliaria. Una tasa modesta de inflación comenzaría a elevar los precios de las viviendas, restaurando el valor de los activos de esas familias. También reduciría la carga que representan sus pagos hipotecarios mensuales, si los salarios crecieran acordes con la inflación. Eso no sólo sería beneficioso para esas familias; una carga deudora aligerada permitiría a las familias gastar más, lo que ayudaría a recuperar la economía.
Lo mismo vale para muchas empresas que ahora se enfrentan a cargar deudoras insoportables. Además, el saber que los precios de los bienes que venden subirán un 3-4% anual les haría más atractiva la inversión.
Por último, una tasa moderada de inflación puede contribuir mucho a aliviar la carga deudora soportada hoy por muchos países. En 10 años, una tasa de inflación del 3% reduciría el valor real de la deuda en un 26%; una inflación del 4%, en un 34%. La modesta inflación de los años 40, 50 y 60 fue un factor de gran importancia en punto a hacer razonablemente manejable la gigantesca deuda contraída por los EEUU en la II Guerra Mundial.
Lo mismo vale para Portugal, España y otras economías europeas en apuros. Políticas de tipos contractivo en esos países lo único que harán será empeorar su crisis y, de hecho, empeorar también las perspectivas de los países financieramente saneados. Menos importaciones españolas y griegas significan menos exportaciones alemanas y francesas. Por lo demás, una presión bajista lo suficientemente intensa sobre esas economías traerá verosímilmente consigo en algún momento una reestructuración de la deuda. La carga de la deuda crece, a medida que las economías encogen, y tal parece ser el plan que se ha trazado el centro económico de Europa.
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