Ninguno de los ejecutivos que impulsaron y empaquetaron
hipotecas fraudulentas ha ido a la cárcel. Hasta quienes se enfrentaron a
demandas civiles, como Angelo Mozilo, de Countrywide, [1] han salido sin duda
adelante después de haber pagado grandes indemnizaciones para resolver sus
pleitos.
Y los responsables políticos en la cumbre que nos guiaron
hasta el desastre económico siguen estando estupendamente. Cuando el antiguo
presidente de la Reserva Federal, Alan Greenspan, no anda cobrando sus sueldo
de siete cifras de Pimco [Pacific Investment Management Co.], el mayor fondo de
bonos del país, comparte su sabiduría con el mundo en programas dominicales de
tertulia matutina.
Y lo que es más importante, lo que se entiende que
es su sabiduría ha sido escasamente cuestionado. Los bancos centrales de
todo el mundo todavía mantienen como meta política principal, si no
la única, un 2% de inflación. Actúan como si nada de lo que ha sucedido en
el mundo pudiera conseguir que pongamos en cuestión esta política. (...)
No hubo explicación que pasara la prueba de la risa para el hecho de que el precio de la vivienda difiriese claramente de su tendencia a largo plazo y de los alquileres, creando una burbuja que llegó a un tope de más de ocho billones de dólares. Esto se podía advertir como mínimo en fecha tan temprana como 2002.[4]
Y era fácil ver que esta burbuja era la que impulsaba la
economía, lo mismo empujando la construcción a niveles nunca vistos en el
conjunto del PIB que llevando a un auge del consumo que deprimió la tasa de
ahorro a cero.
Nada había en la bolsa de trucos de la Fed que pudiera
substituir el 8% del PIB (es decir, 1,2 billones de dólares) de la demanda
impulsada por la burbuja cuya pérdida hubo de soportar la economía
cuando reventó la burbuja inmobiliaria.
Así pues, este desastre era previsible al ciento por
ciento para quienes sabían aritmética; la única cuestión era el cuándo y la
naturaleza exacta del proceso. Pero la historia posterior a la crisis la han
contado casi enteramente quienes fueron responsables de la crisis. Y no tenían
desde luego intención de confesar el hecho de que carecen casi por
completo de la capacidad de pensar por sí mismos.
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