Las voluntarias del ropero de Cruz Roja en Alcorcón (Madrid) entregan
prendas para las familias enviadas por los servicios sociales. / Carlos Rosillo
"La llamada a la cooperación ha llegado al corazón de los barrios donde
los vecinos, a título individual o buscando fructíferas uniones,
encuentran la manera de ayudar a los que se hunden en la pobreza
sobrevenida.
Familias que se organizan para que haya suficientes libros
escolares, tiendas solidarias con productos donados, personas que
preguntan qué pueden hacer por aquel al que ven sufrir en su calle, el
que oye en la oficina que los vecinos han votado por unanimidad perdonar
los impagos del que no puede abonar la comunidad; los que organizan
comidas en sus casas para repartir entre muchos. Proliferan las páginas
web en las que se ofrecen cosas a cambio de nada, como telodoy.net o telodoygratis.com. (...)
Curiosamente, la gente aplica una buena dosis de delicadeza para
alejar de los menesterosos el estigma de la pobreza y la exclusión. Los
vecinos han salido al rescate de aquellos para los que el contrato
social —yo trabajo y genero riqueza, tú me proteges cuando eso falle— ha
resultado un fraude.
Entrevecinos se llama, precisamente, un proyecto que este año se ha
iniciado en Zaragoza, a rebufo de experiencias similares en otras
regiones que surgieron en la Confederación Estatal de Asociaciones de Vecinos.
Es casi un juego que cuenta, como el Monopoly, con dinero de
mentirijillas.
Hasta la tienda solidaria, en la calle de San Vicente de
Paúl, 26, llegan aquellos que han decidido participar en un programa de
búsqueda activa de empleo, porque de eso, finalmente, se trata.
Allí
cambian sus billetes, que no son euros, sino vecinos, por productos de
higiene, comida, ropa; todo donado y gratuito. Las reglas del juego,
explica el coordinador del proyecto, José Carlos Monteagudo, son “que se
impliquen en un proceso de empleabilidad, pero para que esta gente
pueda dedicarse a buscar trabajo tienen que tener garantizadas las
necesidades más básicas de alimentación e higiene, ellos y sus
familias”. El asunto es rescatarlos antes de que el paro, pertinaz, los
coloque en el despeñadero.
A pesar del atasco contra el que luchan cada día los trabajadores
sociales que se encargan de estos casos en los Ayuntamientos, siguen
siendo ellos los que determinan en este peculiar Monopoly de Zaragoza
quiénes pueden jugar, y son también ellos los que reparten, con su
criterio, los vecinos para que vayan a la tienda solidaria cada viernes
al mediodía. (...)
La gente tiene que organizarse y trocar, como mejor se pueda, la
caridad por solidaridad. Las Asociaciones de Madres y Padres de Alumnos
(Ampas) devienen pequeñas familias. Ocurre, por ejemplo, en Castellón.
“Las familias dejan en el centro escolar los libros de sus hijos, que
han pasado al siguiente curso, y cogen los de otros.
Si aun así falta
algo se aporta entre todos. Así se han organizado en algunos colegios”,
explica la presidenta de la federación de padres de Castellón, Loli
Tirado. “También los profesores están ayudando con su trabajo
desinteresado, con fotocopias, para cubrir lo básico, pero seguimos
viendo cómo hay niños que no pueden ir de excursión porque no tienen
para pagársela”.
En el ropero que la Cruz Roja
tiene en Alcorcón (Madrid) una mañana cualquiera de octubre hay un niño
que ha venido con su madre a dejar la ropa que ya no usan a pesar de su
buen estado. No es habitual que haya pequeños en este almacén con pinta
de tienda antigua de pueblo donde hoy, nublado, la humedad deja un olor
de tintorería.
¿Para qué ha venido este muchacho con el carrito de la
compra lleno de ropa? “Para dársela a la gente que no tiene”, recita
como si fuera la lección. No ha ido a la escuela porque está malo, de lo
contrario no tendría permitida la entrada. La Cruz Roja tiene sus
reglas. Esta sirve para que las familias que vienen en busca de las
prendas de temporada no saquen a los niños de las aulas para probarles
las tallas. (...)
La Cruz Roja tiene sus reglas, sí, y una de ellas es que el ropero es
algo más que eso. Allí, entre montones de zapatos, percheros repletos y
estantes ordenados, se asesora, se da conversación y consejo y, de
nuevo, no se atiende a nadie que no venga derivado de los servicios
sociales públicos.
¿A nadie? Una de las normas de esta histórica
organización humanitaria es que las reglas a veces hay que saltárselas.
De otro modo, el ecuatoriano Eugenio no sería uno de los 4.000 atendidos
al año en este ropero. Pero Nunci —Anunciación Cuñado Alcalde, la misma
que fundó este almacén solidario hace 25 años— levanta la mano
magnánima y el hombre podrá llevarse un par de buenos jerséis para
cuando le llamen a recoger naranjas a Valencia. Si hay suerte. Mientras,
la nevera de casa está vacía, y el hijo de Eugenio “es el único que no
tiene su libro de inglés”.
Las chicas del ropero, amables y dicharacheras, están, como la
capitana, ya jubiladas. Fueron enfermeras, abogadas, amas de casa, pero
la experiencia de toda una vida no les ha curtido suficiente y a veces
toca meterse a llorar a la trastienda. Las lágrimas que se derraman en
el ropero no siempre son de tristeza.
Hubo hace unos años una novia que
vino a buscar ropa corriente y encontró colgado aquel vestido blanco de
cola que le quedaba pintiparado, como si lo hubieran hecho para ella...
Lo cuentan a todo el que quiere oírlo.
Allí hay de todo. Toneladas de ropa llegan cada año. No faltan los
donantes. Y en los últimos tiempos abundan los que reciben, entre los
que crecen en número los españoles. ¿No necesitan de nada? “Sí, ropa de
niño de 4 a 12 años”, dicen todas.
“Porque procuramos que los chavales
vayan al colegio sin que su atuendo se distinga en nada del que llevan
sus compañeros”, explican. De nuevo, tiritas para el estigma. En este
almacén, no solo dan ropa, quieren que la gente se sienta arropada. (...)
Ropa, comida... Y ocio, ¿por qué no? ¿Quién quiere ver a los otros
divertirse desde la ventana de casa? El día de Halloween, decenas de
niños llenaban de gritos un antiguo economato del barrio de Carabanchel,
en Madrid, que ahora es un local okupado, con k, por personas
vinculadas con la Asamblea del barrio que surgió con el 15-M.
Muchos de
estos movimientos de autosubsistencia se han convertido en otra puerta
abierta para la solidaridad entre vecinos. Nada tiene que ver con el
asistencialismo, insisten, es solo un modo de vida que consiste en vivir
de otro modo. Pero ha resultado un alivio para los más pobres.
En el Eko de Carabanchel
se celebran fiestas de Halloween en las que participan niños de todos
los colores, con disfraz y sin él. También los padres. El que tiene,
deja un donativo, el que nada tiene, nada deja. O presta su tiempo y sus
manos, por ejemplo.
Allí, en un enorme local que para sí quisieran muchos empresarios, se
dan talleres de idiomas, se prestan libros, se dejan los materiales
escolares, la ropa que ya no se usa, se hace teatro. Incluso colaboran
con los desahuciados para guardarles sus muebles por algún tiempo. “Unas
500 familias se han llevado libros de texto este curso. Los recogimos
en julio viendo la que se venía encima con la educación.
La gente traía
los del curso pasado y se llevaba los del siguiente”, dice Chema Mayo,
uno de los asamblearios. “Claro que tratamos de cubrir las necesidades
del barrio, pero no de un modo asistencialista. Esto es precio libre, no
es gratis, la gente da lo que puede”, añade. El Eko
(www.bienvenida.eko@gmail.com) se ha convertido así en una fuente de
recursos materiales, culturales, didácticos y de ocio para los
carabancheleros. (...)
Pero corre la mañana nublada en el ropero de Alcorcón, por donde pasa,
entre otros muchos, Stephan, un chaval de Ghana que llegó en cayuco y
tenía papeles y trabajo hasta que estalló la burbuja de la construcción.
Hoy vende chatarra y si la cosa se da bien, la cena será su comida del
día." (El País, 03/11/2012)
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