"(...) la escena espectacular del balcón de la Generalitat, aquella tarde de
mayo de 1985, cuando exonerado de una de las estafas más escandalosas
de la historia bancaria de Catalunya, dijo con voz solemne, un tanto
agrillada por la emoción:
“A partir de ahora seremos nosotros los que
hablemos de moral y de ética”. Y las masas embebidas ante el líder, como
si se tratara de un documental de Leni Reifenstahl.
De ahí la
secuencia empalma con la entrada en el Parlament donde sumisamente, como
corresponde a un Padrino que va a encontrarse con un subalterno, la
presidenta Núria de Gispert recibe al expresident en el umbral y le
conduce a las salas altas. Le ha invitado a comer. No creo que haya
precedentes en la historia parlamentaria de Europa que un político
delincuente haya tenido el privilegio de compartir mesa y mantel con
quien va a dirigir el debate.
(A partir de ahora, cada vez que me cite
un juez le pediré respetuosamente a su Señoría que tenga el detalle de
invitarme a desayunar; al fin y al cabo yo siempre he pagado más
impuestos que el exhonorable, y la justicia se sostiene de eso). ¡Qué
gentil es la clase política catalana y qué encantadores son sus
comentaristas!
El filme continúa. La intervención emotiva de por
qué un buen hombre se ve obligado a estafar por el bien de sus
herederos, y a su vez enseña a su hijo cómo en los tiempos oscuros es
mejor robar a que te roben; una enseñanza que marcará el destino de este
hombre providencial. Una pequeña herencia, entonces suculenta,
testimonio más falso que un duro sevillano.
Luego la pantalla va
desgranando las intimidadas declaraciones, reflejando el respeto que les
merece el Padrino, que apenas los mira. Casi todos se lo deben todo,
porque, como muy bien expresó su señora, modelo de mujer y esposa, al
decir de las masas, una Evita Perón con floristería: la Generalitat era
su casa.
Y la voz un tanto quebrada de los líderes de la oposición -eché
a faltar la zapatilla del líder de la CUP que exhibió ante Rato, que en
este caso yo hubiera sugerido una Chiruca de las de antes, pero le dijo
algo conmovedor: le negaba un asiento en el inminente viaje a Ítaca-.
Estupefacto debió quedar el exhonorable.
Y entonces llegó el gran
momento de este actor de provincias, que no pronuncia bien pero que como
la gente le tiene muy visto y muy oído, puede reconstruir las frases
sin demasiado esfuerzo. Le salió bordada la insolencia al Padrino. “Yo
no soy un corrupto”. Incluso salió Felipe González de avalista, ¡con el
pedigrí que le garantiza!
La casta se protege y los padrinos más; aunque
la zona de tu influencia no sea la misma, compartes pasados y trampas y
hasta cosas más gordas que la autocensura evita que se escriban.
Bastaría con ese momento de la entrevista de Mónica Terribas a Artur
Mas: “¿Está usted limpio, president?”. No hacía falta un detector de
mentiras ante lo inseguro de la respuesta.
Pero sigamos con el
filme. El Padrino de Catalunya, antiguo presidente, expresa una idea
genial, un retrato de su personalidad: “Yo me he desnudado”. A
inventarse una historia para tontos creyentes sobre una supuesta
herencia antes de que le cayera la Hacienda, y la Policía, y los
Tribunales; al taparrabos de sus vergüenzas lo llama “desnudarse”. Es
toda una concepción del mundo.
Fue entonces cuando pensé por primera vez
que no estábamos ante el redentor de unas clases sociales complacientes
con la Dictadura que él había redimido gracias a un panfleto que
redactó pero que no tiró en el Palau, y por el que pasaría cárcel, en la
que tuvo la fortuna de poder solicitar que fuera Zaragoza, cerca de
casa, modesto privilegio que miles de antifranquistas no soñaron.
En el
texto se denunciaba al Caudillo de corruptor de la sociedad catalana, la
lucha por la libertad aún no estaba del todo presente y menos en el
Palau. Digo, que cuando escuché la insolencia del exhonorable President,
pensé por primera vez en la posibilidad de que más que un redentor se
tratara de un impostor. Aquí termina el filme y empieza la historia.
Cuando
dio por terminada la sesión, que él mismo programó en día y hora, se
evidenció que no tenía ganas de seguir representando aquella pantomima.
Un Padrino no se somete a sus empleados políticos. Son subalternos y de
eso se encargó ese tipo de aspecto definitorio que es Jordi Turull, un
sacristán untuoso y servil como un personaje de Goldoni, que ayudó a la
misa del Padrino, desdeñoso con aquella feligresía. Ni siquiera agotó el
turno que le quedaba. No merecía la pena ni gastar saliva.
¿Y si
Jordi Pujol Soley siempre hubiera sido un impostor? El hombre que salió
de la cárcel para crear un Banco, no un Partido; cosa insólita en la
historia de la humanidad. Un banco que quebró y fraudulentamente, y que
gracias al respaldo de una parte de la sociedad catalana, logró
envolverse en el patriotismo y la bandera para evitar la humillación de
asumir una estafa de la que él salió beneficiado no sólo políticamente
sino económicamente. (...)
¿Qué político del PSUC o de lo que fuera, y que aceptara someterse, no
conseguía un buen cargo como historiador o editor o comentarista?
Vasallaje y discreción. Lo único importante era la Familia, como los
Padrinos. ¿Qué puede hacer un hombre sin familia? Y en verdad que él
alimentó de modo suculento a la suya. No fue un político corrupto, fue
el jefe de los políticos corruptos. (...)
“La doblez pujoliana es uno de los hallazgos de la historia
contemporánea de este país. Ha conseguido hacer de la doblez una moral.
Entre el personaje real y el que la gente se quiere creer hay tal
diferencia que el resultado es un producto genuino: él es él y su
doblez”.
“Y esta doblez pujoliana, que es el privilegio mejor
guardado del Olimpo, ha cimentado el denominado oasis catalán. En casi
veinte años se ha creado un sindicato de intereses del tal envergadura,
que al final se impone como moral social la propia doblez pujoliana: no
somos como somos sino como creemos que somos”. (...)" (La insolencia del Padrino, de Gregorio Morán en La Vanguardia, en Caffe Reggio, 04/10/2014)
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