"La magnitud de los votos favorables a Marine Le Pen abruma y
sorprende. Se buscan explicaciones.
El personal político aplica su
sociología portátil: la Francia de los de abajo, la de los provincianos
despistados, de los obreros con bajo nivel de educación, asustada por la
globalización, la baja del poder adquisitivo, la desestructuración de
los territorios, la presencia a sus puertas de extraños extranjeros,
quiere replegarse en torno al nacionalismo y la xenofobia.
De hecho, ya en su día acusaron a esta Francia “rezagada” de haber votado no
en el referéndum sobre el proyecto de Constitución Europea, en
oposición a la clase media urbana educada y moderna, verdadera sal
social de nuestra socialdemocracia bien temperada.
Digamos que esta Francia de abajo es, en las actuales circunstancias el
burro de la fábula, el pelón, el “populista” sarnoso, de donde nos
viene todo el mal lepenista 1 . Es extraño, por otra parte, este resentimiento político-mediático contra el “populismo”. (...)
¿Debemos llegar a la conclusión de que nuestro Estado no tiene el
pueblo que se merece y que el sombrío voto a Le Pen certifica esta
insuficiencia popular? Para fortalecer la democracia sería pues
necesario cambiar el pueblo, como proponía irónicamente Bertolt Brecht.
Mi tesis es más bien que hay otros dos culpables a quienes señalar: los
sucesivos responsables del poder del Estado, de izquierda y de derecha,
y un grupo destacado de intelectuales.
A fin de cuentas, no
son los pobres de nuestras provincias quienes han decidido limitar al
máximo el derecho fundamental del trabajador de este país, con
independencia de su origen nacional, a vivir aquí con su esposa y sus
hijos. Fue un ministro socialista, y a continuación todos los ministros
de derecha que se abalanzaron por esta senda.
No es una pueblerina con
bajo nivel de educación quien declaró en 1983 que los huelguistas de
Renault –argelinos y marroquíes en su mayoría– eran “trabajadores
invitados (...) agitados por grupos religiosos y políticos, que se
posicionan en función de criterios que poco tienen que ver con las
realidades sociales francesas.” (...)
No son los subdesarrollados del interior quienes crearon los centros
de detención, para encarcelar en ellos, más allá de cualquier derecho
real, a los que por otra parte se priva de la posibilidad de conseguir
los documentos que legalizarían su presencia.
No fueron tampoco
unos cuantos habitantes suburbiales pasados de rosca quienes ordenaron
que, en todo el mundo, no se emitan visados a Francia sino con
cuentagotas, mientras que aquí fijaban incluso las cuotas de expulsión
que debe a toda costa cumplir la policía. La sucesión de leyes
restrictivas que atacan, so pretexto de extranjería, la libertad y la
igualdad de millones de personas que viven y trabajan aquí, no es obra
de “populistas” desenfrenados.
Al timón de estas fechorías legales se halla el Estado, nadie más. (...)
Al timón de estas fechorías legales se halla el Estado, nadie más. (...)
No creo ser sospechoso de ignorar que Nicolas Sarkozy y su camarilla
han estado permanentemente en la brecha del racismo cultural, alzando
bien alto la bandera de la “superioridad” de nuestra bienamada
civilización occidental y haciendo votar una interminable sucesión de
leyes discriminatorias cuya perversidad nos llena de consternación.
Pero, no vemos que la izquierda se haya alzado para oponerse a ella con
la fuerza que exigía esta fiereza reaccionaria. Incluso ha afirmado a
menudo que “entiende” esta exigencia de “seguridad”, y ha votado sin
escrúpulos decisiones persecutorias flagrantes, tales como las
destinadas a expulsar del espacio público tal o cual mujer so pretexto
de que se cubre el cabello o el cuerpo.
Sus candidatos anuncian
en todas partes que llevarán a cabo una lucha implacable, no tanto
contra las prevaricaciones capitalistas y la dictadura de los
presupuestos ascéticos sino contra los trabajadores indocumentados y los
menores delincuentes reincidentes, especialmente si son negros o
árabes. En este terreno, la derecha y la izquierda, conjuntamente, han
pisoteado todo principio. (...)
¿Quiénes son los gloriosos inventores del “peligro islámico”, según
ellos a punto de desintegrar nuestra hermosa sociedad occidental y
francesa? ¿Quiénes son sino algunos intelectuales, los que se dedican a
esta tarea infame de producción de editoriales incendiarias, libros
retorcidos, “encuestas sociológicas” amañadas?
¿Es un grupo de jubilados
provinciales y trabajadores de las pequeñas ciudades
desindustrializadas quienes han montado con paciencia todo este tinglado
del “conflicto de civilizaciones”, la defensa del “pacto republicano”
las amenazas a nuestro hermoso “secularismo”, el “ feminismo “indignado
por la vida cotidiana de las mujeres árabes?
¿No es lamentable
que se busque a los responsables únicamente por el lado de la extrema
derecha –que en efecto se está aprovechando de ello– sin jamás desvelar
la abrumadora responsabilidad de los que, a menudo y calificándose “de
izquierda” además de ser con más frecuencia profesores de “filosofía”
que cajeras de supermercados, han defendido apasionadamente que los
árabes y los negros, en particular los jóvenes, están corrompiendo
nuestro sistema educativo, pervirtiendo nuestros suburbios, ofendiendo
nuestras libertades y ultrajando a nuestras mujeres?
¿O que eran
“demasiado numerosos” en nuestros equipos de fútbol? Exactamente lo
mismo que antes decíamos de los judíos y los métèques 2 que según ellos estaban amenazando de muerte la Francia eterna.
Han aparecido, es cierto, grupos disidentes fascistas que se califican a
sí mismos de islámicos. Pero también ha habido movimientos igualmente
fascistas que se dicen de Occidente y de Cristo Rey. Esto no impide a
ningún intelectual islamófobo vanagloriarse sin cesar de nuestra
identidad superior “occidental” y alabar nuestras maravillosas “raíces
cristianas” en el culto de una laicidad que Marine Le Pen, convertida en
una de sus más decidas practicantes, finalmente revela de qué material
político están hechos.
En verdad, son los intelectuales que
inventaron la violencia antipopular, sobre todo dirigida contra los
jóvenes de las grandes ciudades, quienes guardan el verdadero secreto de
la islamofobia. Y son los gobiernos, incapaces de construir una
sociedad de paz civil y justicia, quienes entregaron los extranjeros, en
primer lugar los trabajadores árabes y sus familias, como pasto de unas
clientelas electorales desorientadas y temerosas.
Como siempre, la
idea, por criminal que sea, precede al poder, que a su vez da forma a la
opinión de la que depende. El intelectual, por deplorable que sea,
precede al ministro, y éste conforma a sus seguidores. (...)
¡Vergüenza a los gobiernos de turno, que han competido todos en
temas comunes de seguridad y del “problema de la inmigración”, para que
no fuera demasiado visible que servían en primer lugar a los intereses
de la oligarquía económica! ¡Vergüenza a los intelectuales del
neorracismo y el nacionalismo bobo, que pacientemente cubrieron el vacío
dejado en el pueblo por el eclipse temporal de la hipótesis comunista
con un manto de tonterías sobre el peligro islámico y la ruina de
nuestros “valores”!
Son ellos quienes ahora deben rendir
cuentas del ascenso de un fascismo rampante del que implacablemente
promovieron el desarrollo mental. " (Alain Badiou , Tlaxcala, en Rebelión, 11/12/15)
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