"(...) lo que este trabajo proporciona es información empírica a favor de
una hipótesis con la que trabajábamos desde hace décadas. A saber, que
la globalización ha producido ganadores y perdedores que se distribuyen a
lo largo del mundo del siguiente modo.
Por un lado, aunque los
superricos son una minoría (el 5% más rico) pero son los que más se han
beneficiado en términos absolutos del proceso (de cada 100 dólares de
nuevos ingresos entre 1988 y 2008 se han llevado 44). Los superricos
están fundamentalmente en Estados Unidos, pero también en Europa
Occidental, Japón y Oceanía. Milanovic los llama plutócratas globales.
En el gráfico de más abajo ocupan el punto «C».
Por otro lado, lo
que podríamos llamar las «clases medias asiáticas» son las principales
ganadoras del juego en términos relativos. Como partían con recursos muy
pequeños, las ganancias que han tenido –en torno al 12% del total de
los nuevos ingresos absolutos- han supuesto un crecimiento relativo del
80%.
Estas personas se sitúan en el centro de la distribución de
ingresos de sus países, que es sobre todo China pero también India,
Tailandia, Vietnam e Indonesia. Naturalmente «clase media» significa una
cosa distinta a lo que significa en Occidente, pero gráficamente
podríamos identificarla con las capas urbanas de China. En el gráfico
son el punto «A».
Finalmente, a lo que llamamos «clases populares
occidentales» son aquellos sectores que son más ricos que los asiáticos
que acabamos de describir pero que se encuentran en los estratos más
pobres de sus propios países, que son fundamentalmente los de Europa
Occidental, Norte América, Oceanía y Japón.
Son los que no han ganado
nada con la globalización y, de hecho, son sus víctimas porque han sido
golpeados por procesos de desindustrialización, el incremento de la
competencia económica internacional y un mercado de trabajo global que
hace aún menos competitivos a los trabajadores no cualificados. En el
gráfico son el punto «B».
Lo anterior es una foto de la distribución de ingresos a nivel
mundial, y como tal tiene sus limitaciones. El trabajo completo de
Milanovic proporciona mucha más información útil para entender qué está
significando la globalización en términos de desigualdad de ingresos y,
en cierto sentido, las transformaciones en la estructura de clase.
Lo
que me interesa resaltar ahora es que lo apuntado aquí conforma el
terreno material en el que se mueve la batalla política, por decirlo
así. Esto es, sería imposible entender fenómenos como Donald Trump, Le
Pen, el crecimiento de la extrema derecha en el norte de Europa, el 15-M
o las movilizaciones sociales en Europa del Sur sin atender a estas
transformaciones. Igualmente, sin comprender estos cambios es imposible
plantear estrategias políticas correctas o adecuadas para la izquierda.
Lo
que estamos diciendo es que las clases populares de Europa son parte de
las grandes perdedoras de la globalización y que, por eso mismo,
buscan, a veces de forma consciente y otras de forma intuitiva,
proyectos políticos de protección ante la expansión de la pobreza,
inseguridad, precariedad e incertidumbre.
Si analizamos el proyecto que ofrece la extrema derecha, por ejemplo
Le Pen o Trump, encontraremos un patrón común ciertamente general: la
promesa de protección material a las víctimas de la globalización y la
crisis. Lo singular es que se dirige únicamente a los sectores
«nacionales», pues el discurso va acompañado de valores y principios
profundamente racistas y nacionalistas, que enfrentan a los pobres en
función de su identidad étnica. Y han conseguido calar especialmente en
los sectores más empobrecidos y menos cualificados de sus sociedades.
El
siguiente gráfico, por ejemplo, refleja el perfil socioeconómico de los
votantes de cada partido que se presentó a las elecciones
presidenciales francesas de 2002. El eje horizontal describe la actitud
económica (más izquierda significa más intervención estatal, más derecha
significa más liberalismo) y el eje vertical describe la actitud
cultural (más arriba significa mayor tolerancia cultural y más abajo
significa menos tolerancia cultural).
Como se puede observar, el Frente
Nacional (FN) era profundamente hostil al multiculturalismo (que es una
característica del ultranacionalismo) pero ambiguo en lo económico. Esto
último es algo común a los nuevos partidos de la extrema derecha
europea, que no encajan en el tradicional trade off entre Estado y
mercado (no son ni liberales ni socialistas) porque defienden una suerte
de capitalismo nacional.
Esto consiste básicamente en combinar
liberalismo paternalista interior y proteccionismo exterior, siempre
desde el punto de vista de una población nativa que está siendo atacada
desde fuera (de ahí el dominante euroescepticismo). No es cierto, por lo
tanto, que la extrema derecha sea neoliberal, y de hecho es habitual
encontrar en sus discursos alusiones a la «justicia social», o a lo
social en general, siempre referenciadas únicamente para los nacionales.
Lo que me parece relevante es observar cómo la condición
socioeconómica sugiere diferencias notables en ambas actitudes. Por
ejemplo, los menos tolerantes son los trabajadores sin cualificación y
los agricultores, pero tampoco destacan por su tolerancia los
trabajadores cualificados y los autoempleados. Por el contrario, los más
tolerantes son los directivos, los profesionales técnicos y los
profesionales de la industria sociocultural.
Más significativa es aún la
actitud según cualificación educativa. Como se puede observar, en la
línea discontinua, cuanto mayor cualificación educativa formal más
propensión hacia la tolerancia cultural (y liberalismo) y cuanto menos
cualificación educativa formal mayor propensión hacia la intolerancia
cultural (y proteccionismo).
El trabajo y el gráfico es de Simon
Bornschier en Kriesi, H. (ed) (2008): West european politics in the age of globalization,
y cabe anotar que en los años siguientes a 2002, y especialmente tras
el inicio de la crisis de 2008, el Frente Nacional subrayó aún más en su
perfil antiliberal y proteccionista. En suma, parece que existe una
relación entre la intolerancia cultural y la mayor exposición a la
competencia económica internacional, lo que parece razonable: es más
fácil ser racista cuando ves tu puesto de trabajo peligrar por culpa de
«otro», el «diferente».
Hay que recordar que la globalización
tiene entre sus víctimas a los trabajadores con menos cualificación
formal, debido entre otras cosas a la fuerte competencia internacional
que se ha dado en el mercado laboral mundial y que ha hecho muy poco
competitivos a los trabajadores sin cualificación. Dicho de otro modo,
el nivel de cualificación formal se ha convertido en una gran división
política en las últimas décadas porque es una variable que tiende a
determinar si estás en el lado de los perdedores o de los ganadores de
la globalización.
En definitiva, lo que planteo aquí es que
efectivamente la extrema derecha ha conseguido llegar a las víctimas de
la globalización a través de proyectos políticos que implican promesas
de protección construidas mediante discursos que llevan a guerras entre
pobres (entre los de muy abajo y los de abajo de una sociedad). En
política un espacio político no ocupado por un actor será ocupado, tarde
o temprano, por otro. Esto es insistir en una obviedad: la extrema
derecha ha llegado a las clases populares porque la izquierda
anticapitalista no lo ha hecho.
España y Portugal son, en gran
medida, excepciones a lo que está sucediendo con la extrema derecha en
Europa. Pienso que aquí la izquierda sí ha sido capaz de construir una
suerte de cortafuegos a la extrema-derecha, fundamentalmente a través
del 15-M y las movilizaciones sociales. (...)" (Alberto Garzón, eldiario.es, 25/12/16)
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