"(...) El discurso inaugural de Trump era, por supuesto, la ideología en su
estado más puro, un mensaje simple y directo que se basaba en toda una
serie de inconsistencias bastante obvias. Como dicen, el diablo mora en
los detalles.
Si tomamos el discurso de Trump en su forma más elemental,
puede sonar como algo que Bernie Sanders podría haber dicho: “Hablo por
todos aquellos trabajadores olvidados, descuidados y explotados que
trabajan duro, soy su voz, conmigo tienes poder ...”
Sin embargo,
a pesar del evidente contraste entre estas proclamaciones y las
primeras nominaciones de Trump (¿cómo puede el secretario de Estado de
Trump, Rex Tillerson, director ejecutivo de Exxon Mobil, ser la voz de
los trabajadores explotados?), hay una serie de pistas que dan una giro
específico a su mensaje. Trump habla de “élites de Washington”, no de
capitalistas y grandes banqueros. Habla de la desvinculación del rol del
policía mundial, pero promete la destrucción del terrorismo musulmán,
la
prevención de las pruebas balísticas norcoreanas y la contención de la
ocupación china de las islas del mar de China meridional... así que lo
que estamos obteniendo es el intervencionismo militar global ejercido
directamente en nombre de los intereses estadounidenses, sin la máscara
de derechos humanos y democracia. En los años sesenta, el lema del
movimiento ecológico era “Piensa localmente, actúa globalmente”. Trump
promete hacer exactamente lo contrario: “Piensa localmente, actúa
globalmente”.
Hay algo hipócrita en los liberales que critican el
eslogan “América primero”, como si esto no fuera lo que más o menos
todos los países están haciendo, como si Estados Unidos no jugara un
papel global precisamente porque le venía bien a sus propios intereses
...
Pero el subyacente mensaje de “América primero” es triste: en el
siglo americano, América se resignó a ser sólo uno entre los países. La
ironía suprema es que los izquierdistas que durante mucho tiempo
criticaron la pretensión de ser el policía global pueden comenzar a
anhelar los viejos tiempos cuando, con toda hipocresía incluida, Estados
Unidos impuso normas democráticas al mundo. (...)
Pero el aspecto más depresivo del período post-electoral en Estados
Unidos no son las medidas anunciadas por el Presidente electo, sino la
forma en que la mayor parte del partido Demócrata está reaccionando a su
histórica derrota: la oscilación entre los dos extremos, el horror al
Gran Lobo Malo llamado Trump y el anverso de este pánico y fascinación,
la renormalización de la situación, la idea de que nada extraordinario
ocurrió, que es sólo otro revés en el intercambio normal entre
presidentes republicanos y demócratas: Reagan, Bush, Trump... En este
sentido, Nancy Pelosi hace referencia repetidamente a los
acontecimientos de hace una década.
Para ella, la lección es clara: “el
pasado es un prólogo. Lo que funcionó antes funcionará de nuevo. Trump y
los republicanos se sobreponen, y los demócratas tenemos que estar
listos para aprovechar la oportunidad cuando lo hagan.” Tal postura
ignora totalmente el verdadero significado de la victoria de Trump, las
debilidades del partido Demócrata que la posibilitaron y la
reestructuración radical de todo el espacio político que anuncia esta
victoria.
En Europa occidental y oriental, hay señales de una
reorganización a largo plazo del espacio político. Hasta hace poco, el
espacio político estaba dominado por dos partidos principales que se
dirigían a todo el cuerpo electoral, un partido de centro-derecha
(democratacristiano, liberal-conservador, popular ...) y un partido de
centro-izquierda, (Socialdemócrata ...), con partidos más pequeños
dirigiéndose a un electorado limitado (ecologistas, libertarios, etc.).
Ahora cada vez hay más de un partido que representa el capitalismo
global como tal, generalmente con relativa tolerancia hacia el aborto,
los derechos de los homosexuales, las minorías religiosas y étnicas,
etc.; en oposición a ese partido, hay otro partido populista
anti-inmigrante cada vez más fuerte que va acompañado de grupos
neofascistas directamente racistas en sus márgenes.
De manera que la historia de Donald y Hillary continúa: en su segunda
entrega, los nombres de la pareja se cambian por los de Marine le Pen y
Francois Fillon. (...)
Si la diferencia entre Clinton y Trump era la diferencia entre el
establishment liberal y la rabia populista de derecha, esta diferencia
se redujo al mínimo en el caso de Le Pen versus Fillon. Si bien ambos
son conservadores culturales, en materia de economía Fillon es puramente
neoliberal mientras que Le Pen está mucho más orientada a proteger los
intereses de los trabajadores. En resumen, dado que Fillon representa la
peor combinación en la actualidad –el neoliberalismo económico y el
conservadurismo social–, uno está seriamente tentado a preferir a Le
Pen.
El único argumento para Fillon es uno puramente formal: representa
formalmente la Europa unida y una distancia mínima de la derecha
populista, aunque, en cuanto al contenido, parece ser peor que le Pen.
Así que él representa la inmanente decadencia del establishment mismo
–aquí es donde terminamos después de un proceso largo de derrotas y de
retiros.
En primer lugar, la izquierda radical tuvo que ser sacrificada
por estar fuera de contacto con nuestros nuevos tiempos posmodernos y
sus nuevos “paradigmas”. Luego la izquierda socialdemócrata moderada fue
sacrificada por estar también fuera de contacto con las necesidades del
nuevo capitalismo global.
Ahora, en la última época de este triste
relato, la derecha liberal moderada (Juppé) fue sacrificada como
desprovista de valores conservadores que hay que enrolar si nosotros, el
mundo civilizado, queremos derrotar a le Pen.
Cualquier semejanza con
la vieja historia anti-nazi de cómo primero observamos pasivamente
cuando los nazis en el poder sacaron a los comunistas, luego a los
judíos, luego a la izquierda moderada, luego al centro liberal, incluso a
los conservadores honestos... es puramente accidental. (...)
La visión convencional de lo que espera a los Estados Unidos (y
posiblemente a Francia y los Países Bajos) en 2017, es un gobernante
errático que promulga políticas contradictorias que benefician
principalmente a los ricos.
Los pobres perderán, porque los populistas
no tienen esperanza de restablecer puestos de trabajo manufactureros, a
pesar de sus promesas. Y la afluencia masiva de migrantes y refugiados
continuará, porque los populistas no tienen planes para abordar las
causas fundamentales del problema.
Al final, los gobiernos populistas,
incapaces de un gobierno efectivo, se desmoronarán y sus líderes se
enfrentarán o bien al juicio político o no podrán ser reelectos. Pero
los liberales estaban equivocados. PiS (Derecho y Justicia, el partido
gobernante-populista) se ha transformado de una nulidad ideológica en un
partido que ha logrado introducir cambios impactantes con velocidad y
eficiencia récord. Ha promulgado las mayores transferencias sociales en
la historia contemporánea de Polonia.
Los padres reciben un beneficio
mensual de 500 zloty ($ 120) por cada niño después de su primer hijo o
por todos los niños de las familias más pobres (el ingreso promedio
mensual neto es de aproximadamente 2.900 zloty, aunque más de dos
tercios de los polacos ganan menos). Como resultado, la tasa de pobreza
ha disminuido en un 20-40 por ciento y en un 70-90 por ciento entre los
niños.
La lista sigue: En 2016, el gobierno introdujo la medicación
gratuita para las personas mayores de 75 años. El salario mínimo ahora
supera lo que los sindicatos habían buscado. La edad de jubilación se ha
reducido de 67 para hombres y mujeres a 60 para mujeres y 65 para
hombres. El gobierno también planea alivio fiscal para los
contribuyentes de bajos ingresos.
PiS hace lo que Marine le Pen
también promete hacer en Francia: una combinación de medidas
anti-austeridad –transferencias sociales que ningún partido de izquierda
se atreve a considerar– más la promesa de orden y seguridad que afirma
identidad nacional y promete lidiar con la amenaza de inmigrantes.
¿Quién puede superar esta combinación que aborda directamente las dos
grandes preocupaciones de la gente común? Podemos discernir en el
horizonte una situación extrañamente pervertida en la que la “izquierda”
oficial está imponiendo la política de austeridad (al tiempo que aboga
por los derechos multiculturales, etc.), mientras que la derecha
populista lleva a cabo medidas antiausteridad para ayudar a los pobres
(continuando con la agenda xenófoba nacionalista) –la última figura de
lo que Hegel describió como el verkehrte Welt, el mundo del revés.
¿Y
si Trump se mueve en la misma dirección? ¿Qué pasaría si su proyecto de
proteccionismo moderado y grandes obras públicas, combinado con medidas
de seguridad anti-inmigrantes y una nueva pervertida paz con Rusia,
funciona de alguna manera? (...)
Uno debería liberarse de este falso pánico falso, del temor a que la
victoria Trump sea el último horror que nos hizo apoyar Hillary a pesar
de todas sus obvias deficiencias. Las elecciones de 2016 fueron la
derrota final de la democracia liberal, más precisamente, de lo que
podríamos llamar el sueño de la izquierda (Fukuyama), y la única manera
de derrotar realmente a Trump y redimir lo que vale la pena salvar en la
democracia liberal es realizar una división sectaria del cadáver
principal de la democracia liberal –en definitiva, cambiar el peso de
Clinton a Sanders–. Las próximas elecciones deberían ser entre Trump y
Sanders.
Los elementos del programa para esta nueva Izquierda son
relativamente fáciles de imaginar. Trump promete la cancelación de los
grandes acuerdos de libre comercio apoyados por Clinton, y la
alternativa de izquierda a ambos debería ser un proyecto de nuevos
acuerdos internacionales diferentes.
Los acuerdos que establecieran el
control de los bancos, los acuerdos sobre normas ecológicas, sobre los
derechos de los trabajadores, la asistencia sanitaria, la protección de
las minorías sexuales y étnicas, etc.
La gran lección del capitalismo
global es que los Estados nacionales por sí solos no pueden hacer el
trabajo, sólo una nueva política internacional puede quizás frenar el
capital global.
Un viejo izquierdista anticomunista me dijo una vez que lo único bueno de Stalin fue que realmente asustó a las grandes potencias occidentales, y uno podría decir lo mismo de Trump: lo bueno de él es que realmente asusta a los liberales.
Un viejo izquierdista anticomunista me dijo una vez que lo único bueno de Stalin fue que realmente asustó a las grandes potencias occidentales, y uno podría decir lo mismo de Trump: lo bueno de él es que realmente asusta a los liberales.
Después de la Segunda
Guerra Mundial, las potencias occidentales aprendieron la lección y se
centraron también en sus propias deficiencias, lo que les llevó a
desarrollar el Estado del Bienestar –¿podrán nuestros liberales de
izquierda hacer algo similar?
Para concluir volvamos a Marine le Pen. En un momento, ella
definitivamente dio en la tecla: 2017 será el momento de la verdad para
Europa. Sola, aplastada entre Estados Unidos y Rusia, tendrá que
reinventarse o morir. El gran campo de batalla de 2017 estará en Europa,
y en juego estará el núcleo mismo del legado emancipatorio europeo." (Slavoj Zizek , Página/12, 04/02/17)
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