"En el comedor, junto a un cuantioso fajo de facturas abrochadas con
un clip –recibos del gas, la luz, el agua o el teléfono– se amontonan
los tiques de la compra. Cantidades que Carmen, de 76 años, reúne con
exactitud en una libreta y suma, resta, divide...
No por afición a las
fracciones, sino estrujando su pensión; la paga familiar más estable.
Desde el pinchazo de la burbuja inmobiliaria, los dos hijos de esta
jubilada del sector industrial entran y salen del mercado laboral, razón
por la cual todos viven bajo el mismo techo dependientes de igual
haber.
En el peor julio para el empleo durante toda la crisis entraba en
vigor el Real Decreto-ley 16/2012, una reforma estructural del Sistema
Nacional de Salud que modificó la participación de la prestación
farmacéutica ampliando el copago ya existente. Desde entonces, aunque
necesite reponer medicinas antes, Carmen solo acude al médico a
comienzos de mes.
Su retribución está por encima de la media
de jubilación, situada, a enero de este año, en 1054 euros al mes. La
media del sistema, que incluye las pensiones por incapacidad o viudedad,
es más baja, 913. Con todo, a Carmen le cuesta pagar el 10% de sus
medicamentos, hasta un límite mensual de 18 euros, como establece la
nueva norma.
Las cargas hacen mella. “Estirando bien cada euro, ese
dinero me valdría para comer cinco días”, asegura. Recientemente, la
revista británica Heart, del grupo British Medical Journal, publicó un trabajo
acometido por la Fundación para el Fomento de la Investigación
Sanitaria y Biomédica (Fisabio), dependiente de la Comunidad Valenciana,
que estudia los efectos del copago sobre la adherencia –o cumplimiento–
al tratamiento esencial en pacientes con patologías cardíacas. La
observación concluye un efecto negativo inmediato en los pensionistas a
quienes se prescribió medicación de mayor coste.
“Como las recetas caducan a los diez días, solo voy al médico si sé
que podré pagarlas”, arguye Carmen, cuando su mirada baja recorre la
cenefa del suelo. “No he abandonado las medicinas para la tensión ocular
o los problemas respiratorios, pero es cierto que, por épocas, si las
cajas se terminaban a mediados de mes, me saltaba dosis hasta llegar el
día uno, cobrar y poder pagarlas”.
La investigación de Fisabio aborda
estos paréntesis examinando el cumplimiento de los tratamientos en
cuatro medicamentos diferentes para combatir el síndrome coronario
agudo, en relación a tres grupos de población distintos: activos de
rentas bajas (hasta 18.000 euros), activos de rentas medio-altas (más de
18.000 euros) y jubilados. Estos dos últimos sectores, afectados por el
cambio en política sanitaria, modificaron sus pautas por motivos
económicos tras julio de 2012.
“El copago tiene como objetivo reducir el consumo innecesario de
fármacos, pero estamos viendo que también puede afectar al consumo
necesario, como se deduce del estudio”, advierte Juan Oliva, economista
de la Salud, profesor en la Universidad de Castilla-La Mancha y una de
las firmas del ensayo.
“Se trata de pacientes infartados, de alto
riesgo, crónicos, y un deterioro de la continuidad en su tratamiento es
muy peligroso”, prosigue. Mediante la técnica de diferencias en diferencias,
el instituto valenciano compara el seguimiento del fármaco que un mismo
grupo realiza 18 meses antes del copago y 18 meses después.
La investigación, confeccionada sobre una cohorte de más de 10.500
pacientes, evaluados desde el alta hospitalaria –en el periodo de 2009 a
2011– hasta diciembre de 2013, muestra evidencia de interrupciones del
tratamiento en los dos medicamentos más caros: un 7% de los jubilados
usuarios de estatinas; el 8% en el caso de quienes toman IECA.
La
adherencia a estatinas también empeoró en los activos de rentas
medio-altas, reduciéndose un 8%. El consumo de los otros dos fármacos,
más baratos, no experimentó cambio alguno. “No puede ser que las
medicinas que debes tomar hasta que San Pedro te abra las puertas valgan
lo mismo que las demás”, zozobra Carmen. Todos los medicamentos
crónicos no están incluidos en la lista del Ministerio de Sanidad para
el pago máximo de cuatro euros por receta.
Casi cinco años después de la puesta en marcha del real decreto-ley, el
gobierno no ha cuantificado el ahorro que supondría. A pesar de todo, el
trabajo con sello de la Fundación para el Fomento de la Investigación
Sanitaria apunta en una dirección clara.
El primer año y medio se generó
un efecto escalón; la caída del consumo. Más tarde, tras un cierto
periodo de adaptación, las pautas describieron una tendencia progresiva a
recuperar los valores iniciales.
“Incluso desde un punto de vista de
contracción del gasto”, anota Oliva, “el copago no es la panacea. Tiene
efectos limitados en el tiempo”. Así lo evidencia también la evolución del gasto público farmacéutico.
Tras una bajada del 12%, cuando se puso en marcha la reforma, no ha
dejado de aumentar, hasta sumar 83 millones de euros a los datos de
2013. (...)
“Yo no me quejo de la pensión que tengo, la gané después de toda una
vida pegada a la cadena de montaje, apretando tuercas, como quien dice”,
sostiene Carmen. “El problema”, continúa, “es que mi familia se
descalabró y ahora me necesitan”.
Sus hijos volvían a los cuartos que
habitaron en la adolescencia. Los tres necesitaron asistencia
psicológica para superar la culpabilidad y desazón del retorno. Ante la
extensión de situaciones límite provocadas por la crisis, en diciembre
de 2015 la Generalitat Valenciana articuló subvenciones propias que
suprimían el copago sanitario.
Carmen Montón, consellera de Sanidad Universal y Salud Pública,
explica, en declaraciones a este medio: “Nos encontramos con que el
registro informático de la receta revelaba que el 30% de los
pensionistas no iniciaba nunca el tratamiento prescrito.
De los que
comenzaban, un 16% lo abandonaba después. En el caso de la diversidad
funcional, los números eran aún más alarmantes: el 43% jamás empezaba
con la medicación recomendada por el facultativo y el 17% la aparcaba
más tarde”. Tomaron medidas que paliaran los efectos del copago. (...)
Carmen baja con vacilación y cojera las escaleras para despedirse en el
rellano. “Es la artrosis de la rodilla, que me mata”, dice frunciendo el
ceño. Admite que la controversia sobre el copago se le escapa y, al
momento, recuerda unas palabras: “Hace años, un médico de mi centro dijo
que yo tenía derecho a la salud”, recuerda. “No se me olvida. Me agarro
a ello todos los días”." (Miguel Ezquiaga, CTXT, 28/03/17)
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