"El tiempo para salvar a Europa termina este año, tal vez, a más tardar este otoño", escribió Vicente Jorge Silva. No es el primero ni será el último llamamiento desesperado, urgente. Parece que el tiempo se “termina".
El
hecho es que la duda se ha instalado en el cuartel general y esa es la
novedad. Hoy en día son los euroentusiastas los que dirigen la crítica
de la desintegración institucional de la Unión y las políticas que
conducen a nuevas crisis:
Jorge Sampaio, que ya he citado en una nota anterior, ha advertido del "desmoronamiento ante nuestros ojos"; Maria João Rodrigues advierte que "si Europa no puede dar un futuro a los jóvenes, la UE no tendrá un futuro"; António Vitorino señala que el euro ha acentuado las discrepancias, o que provoca sucesivas "crisis asfixiantes" y "desafección"; Ricardo Reis escribe que lo que está en peligro ya no es el euro, es la UE; Luís Amado lamenta la "desorientación de la élite europea”.
No hace mucho, Nicolau Santos señaló a propósito de Grecia la "muerte de un proyecto" y Elisa Ferreira que el Eurogrupo había condenado "al
país a una depresión más profunda, en la que la deuda y el
empobrecimiento florecen”.
Todos ellos dicen lo mismo: el tiempo se está
terminando. Así, ante el riesgo de disgregación, de la
niebla emergen cuatro estrategias.
La primera es la Declaración de Roma,
que se une a Merkel, Juncker y muchos gobiernos europeos: establecer
varias velocidades y prometer a todo el mundo que será el maquinista.
Funciona, pero sólo para los que se ven a bordo del tren.
De hecho, no
hay ningún problema de que la UE solucionable con varias velocidades y
todos, sin excepción, se agravan: es evidente que a varias velocidades
no puede haber mutualización de la deuda, ni garantías bancarias
comunes, ni gestión política del euros, ni presupuesto comunitario. (...)
Peor aún, no hay soluciones en este tren, pero su discurso es, en sí mismo, creador de inestabilidad. Por eso Seixas da Costa,
que sabe de lo que habla, lamenta esta promoción de un camino de
división: "Parece que hay una especie de consagración institucional de
la división de Europa. Las personas son las que tienen que adaptarse.
Instituciones tienden a ser una especie de freno a la disgregación, son
por lo general un elemento agregador.
En el momento en que las
instituciones se consagran ellas mismas a la disgregación y admiten la
diversidad institucional con un lenguaje muy claro, terminan
convirtiéndose en cómplices de esa división. Por lo tanto, podemos estar
en el camino para que la UE acepte su división futura”.
Lo que está
pasando es que cada “velocidad" crearía una división en la UE y, peor
aún, las instituciones que deberían estabilizar se convierten en foco de
incertidumbre.
La segunda estrategia es tan inconsistente como la
primera, pero más ideológica. Es, una vez más, el discurso de los
"valores", como ha puesto en evidencia en Público de Portugal Sigmar Gabriel, uno de los hombres cuyo "valor" consistió en arruinar a Grecia. (...)
Sólo ya hemos visto en que consisten esos valores, ¿o no es así? Baste recordar, por tanto, a otro euroentusiasta, Francisco Assis,
quien señaló con lucidez el "colapso moral de Europa" en relación con
la cuestión de los refugiados, la cuestión más importante de la vida
europea en los últimos dos años:
"Lo que hasta hace poco parecía
impensable puede estar a punto de hacerse realidad: la Unión Europea,
abjurando de todo el patrimonio del que ha sido portadora en el campo de
los derechos humanos, está dispuesta a poner en peligro el derecho de
asilo y violar groseramente algunas convenciones internacionales que
ella misma promovió”. (...)
La tercera estrategia es la que nos dice que esta vez, con Schultz (que
parece estar más lejos de la victoria que lo que nos dijeron) y con
Macron (que, si gana las presidenciales, no sabe con quién va a formar
gobierno), Europa se endereza.
El truco de la promesa salvífica ya fue
gastado con Hollande, que era un giro a la izquierda, y un nuevo impulso
para Europa, ¿recuerdan? Era el político que iba a controlar a Merkel,
¿recuerdan? El presidente que en tres semanas impondría un nuevo Tratado
Fiscal, ¿recuerdan? (...)
La cuarta estrategia merece un poco más de atención. Es un ataque sin
guantes contra la izquierda, un discurso que busca aterrorizar a los
críticos de los desastrosos efectos de las políticas de Bruselas y
Berlín. Escúchese bien: no hay izquierda o derecha, sólo hay sociedad
"abierta" (pro-UE) y "cerrado" (anti-UE). (...)
Hay quién lo dice con elegancia, como Vitorino,
y algunas personas avalan, que los "cerrados" son nacional-fascistas,
gente de ideas "vacías y caricaturescas", y que los "abiertos" son
cosmopolitas europeos.
Esta narración tiene varios problemas.
Después de todo, ¿no fueron los "europeos abiertos" los que firmaron el
acuerdo con Turquía y encerraron a los refugiados, provocando el"colapso
moral”?, ¿o no fueron ellos? Dijsselbloem, pobre hombre, es uno de los
"europeos abiertos", como Schauble, ¿verdad?.
(...) los "abiertos" han sido los jefes de la austeridad en Europa, fue por
su culpa que sufrimos el asalto a los salarios, a las pensiones y los
impuestos de la mano de la troika, fueron ellos los que han llevado a la
Unión a este sopor y desunión.
La mala noticia para Portugal sería que
el "europeísmo-abierto" permanece impávido y sereno, llevando a Europa a
ninguna parte, bajo la alegre bandera de la troika para siempre durante veinte años de austeridad con el Tratado Fiscal.Por mi parte, desde la crisis en Grecia llegue a la conclusión que la Unión se ha convertido en un proyecto fallido. (...)" (Francisco Louça
, Sin Permiso, 30/03/2017)
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