"(...) Estamos en el 60 aniversario del Tratado de Roma. ¿Qué ha cambiado?
Digamos
que el trágico desarrollo de Europa ha estado marcado por dos sucesos.
En primer lugar, el reverso del camino hacia la integración europea por
el calado que han tenido las ideas que ya había desarrollado previamente
el economista austriaco Friedrich von Hayek.
En medio de un deteriorado
clima económico global, la doctrina de Hayek fue redescubierta en
Occidente y se consumó el giro hacia la versión neoliberal del
capitalismo. A modo de resumen: la protección de la vida de los
ciudadanos desaparece con la desregulación del mercado de trabajo, la
privatización de los servicios públicos y la reducción del gasto social.
Por otro lado, no podemos obviar la reunificación alemana.
No hay duda
de que Alemania se convirtió en un hegemon en contra de su propia
voluntad, y que tal hegemonía se convertiría después más en una carga
que un privilegio. Sea como fuere, el Estado alemán determina hoy la
construcción europea e inscribe sus directrices en las Constituciones
del resto de países.
Podríamos señalar que otro de los aspectos más
novedosos de la política moderna de la UE es su relación con Rusia y el
desplazamiento de ésta hacia posiciones similares a las de la Guerra
Fría. Sancionar duramente y de forma indefinida a Rusia por la invasión
de Crimea es una locura política y una desconexión total de la realidad
política europea. (...)
Volviendo a la hegemonía neoliberal instalada en los ochenta, hay
quien apunta que el sistema neoliberal está en crisis. ¿Comparte usted
esa creencia?
No podemos ser ingenuos: el neoliberalismo no está en crisis. Lo expliqué en un artículo reciente aparecido en Le Monde Diplomatique y
argumento constantemente en mi país en contra de la gente que lo
señala. El sistema se encuentra debilitado, pero no está en sus últimas
horas.
Aunque es curiosa la situación francesa: las élites financieras
están realmente preocupadas por Jean-Luc Mélenchon, que tiene un margen
de crecimiento muy grande. Mire los ataques que está recibiendo.
Ahora
bien, sí es cierto que la desafección popular con el neoliberalismo es
una de las grandes demandas en Europa. Y no olvidemos que el 40% de los
ciudadanos franceses expresó su rechazo al Estado neoliberal en la
primera ronda de las elecciones.
¿Cree que Bruselas tiene motivos de alivio con los últimos resultados electorales?
Para el establishment europeo,
Emmanuel Macron es el candidato ideal y la incertidumbre económica ha
desparecido. También estoy de acuerdo con el punto de vista de que la
Comisión Europea y sus publicistas han recuperado la confianza personal,
creen que las cosas marchan en la buena dirección y sostienen que vamos
a ser capaces de exportar nuestros ideales y valores a lo largo y ancho
del mundo. Incluso han recuperado el relato para continuar con los
planes de liberalización a nivel global. Pero, más allá de la Comisión,
hay un actor muy importante que es el Gobierno alemán.
La Comisión no va
a dejar de continuar en la agenda ordoliberal que llega de Alemania.
Quizá Angela Merkel haga algunas concesiones a Macron para subirse a la
corriente de esa modernización que en realidad no lo es, pero sus
políticas se mantendrán intactas.
¿Una especie de acrobacia cortoplacista?
Obviamente
esta mirada de las élites europeas tiene un recorrido muy corto, sí.
Las protecciones sociales están minadas, la productividad estancada, el
desempleo sigue siendo elevado y cada día todo esto es menos tolerable
para la opinión pública. Tampoco la situación política en España es
estable, y mucho menos en Italia.
Su compañera Susan Watkins hablaba de lo que Chantal Mouffe llamó “choques saludables” para referirse al Brexit. ¿Qué significa esto?
No digo que me alegre de su marcha, pero el Brexit es
un choque nacional contra la UE que le fuerza a abandonar la
austeridad. Desde mi punto de vista, en Bruselas están cometiendo
algunas estupideces al mantener una actitud punitiva con ellos.
El Reino
Unido es aún la segunda economía más fuerte y está muy interconectada a
nivel de seguridad, vigilancia y política exterior con el resto de
Europa. Castigar a un país económicamente de esta forma no puede salir
bien. En definitiva, el juego sigue en marcha en el panorama político
europeo y puede producirse algún revés más en otro país en cualquier
momento.
Usted señala que existe un único instrumento
democrático en el Tratado de Lisboa, el tratado vigente de la Unión
Europea. ¿A qué se refiere?
Creo que una de las pocas salidas para cambiar el statu quo
y articular distintas demandas contra la integración neoliberal es la
provisión en el Tratado de Lisboa de la posibilidad de convocar un
referéndum a nivel europeo a partir de un determinado número de firmas.
Esta debería ser la punta de lanza de una campaña que podría tener un
efecto de movilización y cambio que de verdad podría suponer un
verdadero shock para el sistema. Hablamos de usar un mecanismo democrático para hacer explotar un tratado antidemocrático. (...)" (Entrevista a Perry Anderson / ensayista e historiador, Ekaitz Cancela, CTXT, 02/06/17)
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