"Los principales ejes económicos del sistema capitalista actual están
cada vez más preocupados por el devenir social, a pesar de que las
cifras macroeconómicas en las principales economías les sonrían. Sin
embargo, el eslabón que se comunica con el activo más miedoso, el
dinero, es decir, la banca, ya ha empezado a dibujar un panorama oscuro
fruto del fracaso de la inserción de gran parte de la población
expulsada tras la última debacle del sistema a partir de 2008.
El Credit
Suisse ha bautizado el estado de ánimo actual como el de las Sociedades Enfadadas,
lo que indica que las señales de alarma ya se han encendido, sin que
los gestores públicos y privados que manejan el cuadro de mandos mundial
sepan las consecuencias que puede tener si este aparente enfado
culminase con algo peor.
Las condiciones objetivas para una revuelta social están dadas, aunque
algunos mecanismos internos de solidaridad intergeneracional están
retrasando el estallido. El intento por convencer a gran parte de la
población que ya hemos salido de la crisis y que el crecimiento ha
llegado para quedarse no ha cuajado, máxime si gran parte de esta
población apenas ha visto mejorada su situación. El ejemplo español es
palmario.
España se vende en los foros internacionales como el gran milagro, tras
encadenar 15 trimestres consecutivos de supuesto crecimiento del PIB,
muchos sabemos el déficit estadístico que nadie quiere revertir, pero
nunca enseñan la diapositiva en la que se muestran las miserias de los
afectados por la gran recesión que nos asola.
Pensionistas que ya no
verán mejorar su poder adquisitivo de forma estructural, jóvenes que se
mantendrán en el mercado laboral a base de contratos basura y con
sueldos miserables, incapacidad de poder emanciparse, salvo compartiendo
una habitación, mayores de 45 años que nunca más volverán a trabajar,
en suma, toda una generación que, por primera vez en la reciente
historia, vivirán mucho peor que sus padres. Cada vez hay más hogares
que saben y sufren que el crecimiento ya no es sinónimo de prosperidad.
Los más audaces siguen apostando que esta situación es la lógica tras el
enorme socavón que supuso la crisis de 2008 y que el mecanismo
autorregulador del sistema equilibrará la situación, transfiriendo parte
del excedente empresarial a los asalariados, casi por arte de magia.
Los incautos también celebran como algo muy positivo que la tasa de
ahorro sobre renta disponible haya marcado un mínimo desde 2009, el 7%,
lo que demostraría que las clases medias y bajas se habrían quitado el
corsé del ahorro precaución, porque ahora ya les sonríe otra vez la
tarjeta de crédito y el crédito al consumo. Eso sí, en un país donde el
60% de la población no puede ahorrar y cuyas familias se han
desapalancado casi 20 p.p de PIB desde 2009.
Los portales inmobiliarios han fechado el fin de la crisis inmobiliaria y
la vuelta a la compra de viviendas, aunque la estrella ahora sea el
alquiler, y dentro de éste, el compartido por obligación, que es lo que
ahora ha bautizado el grupo Prisa como el boom de la economía
colaborativa dentro del auge del emprendimiento. Las nuevas generaciones
saben que trabajarán a tiempo parcial por imposición y consumirán todo
compartido, también por imperativo de la nueva economía, mal llamada
colaborativa.
El primer efecto de esta nueva realidad social es que, tras abominar de
la compra de una vivienda, y para parecernos al resto de Europa, los
españoles se lanzaron a alquilar viviendas, pero la pericia de los
propietarios ha logrado que los precios crezcan de forma exponencial, y
que zulos sin ascensor de 35 metros cuadrados se alquilen por más de
1.000€/mes en grandes ciudades como Madrid y Barcelona.
Por supuesto, los puristas del sistema argumentan que esto es solo un
problema de oferta y demanda y que si se alquilan a ese precio es que
hay renta suficiente, y que es una señal de la salida de la crisis. Este
es el precio de no tener una política social de vivienda que incluya
control de rentas, como en Alemania o Francia.
Pero en todo este proceso de autobombo hay eslabones que no encajan.
¿Por qué si la renta ya es la misma que antes de 2008, no se ha
recuperado todo el empleo y las horas trabajadas? Si en 2011 el sistema
de la Seguridad Social estaba en equilibrio, ¿por qué ahora presenta un
déficit estructural del 1,5% del PIB?. Si el empleo crece a tasas del
3,5%, ¿por qué los salarios netos de horas trabajadas e inflación caen
casi un 6%?
La pregunta tal vez más difícil de contestar es si tras la
euforia desatada por el turismo, ¿cómo es posible que en la hostelería y
la agricultura se sigan dando los casos de esclavitud, como el de las
camareras de piso o los temporeros? Y si todo esto es poco, ¿por qué las
cifras de pobreza relativa de organismos como Cáritas siguen
empeorando?
Todas estas dudas metafísicas son las que gobiernos y economistas
lúcidos, que los hay, deberían ser capaces de contestar a la ciudadanía y
así poder revertir el estado de ánimo que muestran las encuestas.
Los
más militantes aducen que la eclosión del turismo nacional, aunque más
de un 60% de la población no puede coger una semana de vacaciones al
año, es la mejor señal que la crisis ya ha pasado, y que los ciudadanos
ya no tienen miedo a gastar, como lo prueba el barómetro de las cuentas
financieras recientemente publicadas.
El gran problema sigue siendo el uso torticero y
parcial de las estadísticas. Siempre hay datos o fuentes alternativas
que demuestran lo contrario a la situación social actual, fruto de la
maraña de series estadísticas, de dudosa calidad y fiabilidad, siendo
los salarios y los precios de la vivienda los exponentes más claros.
Por
ello es tan urgente acometer una profunda remodelación del INE y
ponerlo al mismo nivel que los institutos internacionales, como puede
ser la BLS americana, cuyas cifras nadie discute. A falta de datos
reales, objetivos, y sobre todo recientes y actualizados, la realidad
social nos la tiene que contar sus protagonistas, casi de viva voz.
Probablemente
hayamos entrado en la fase más desigual que recordemos, siempre en
términos relativos, pero lo más dramático es que la sociedad ya no tiene
herramientas para luchar contra ello. Las últimas reformas laborales,
las de Zapatero y Rajoy, han logrado que la negociación colectiva
prácticamente desaparezca de facto, que no de iure,
lo que se ha logrado vender como revulsivo para poder crear empleo con
bajas tasas de crecimiento.
La vieja idea que España no crecía ni
exportaba por la rigidez laboral y los elevados costes laborales ya es
historia. Ahora nos queremos parecer a Alemania que exporta y apenas
consume dentro, casi lo mismo que nosotros.
Por todo ello, no parece sorprender que surjan movimientos
extraparlamentarios que compensen la inacción del ejecutivo y el
legislativo. La democracia parlamentaria es útil siempre que esté pegada
al terreno y tenga los mecanismos suficientes para revertir
externalidades negativas de la avaricia del capital, como es el caso que
nos ocupa.
Las mayorías silenciosas, porque muy combativas ya no son,
pueden irse abriendo camino hasta reventar el maltrecho pacto social que
la vieja socialdemocracia firmó a finales de la II Guerra Mundial. No
se trata de revanchismo, sino de restablecer la regla de oro que nos ha
perseguido desde que tenemos uso de razón: que nuestros hijos vivan
mejor que nosotros.
Si no es así, veremos a pensionistas trayendo
nuestras pizzas de Deliveroo, nuestra habitación en casa paterna y
materna alquilada para pagar la dentadura, los temporeros cogiendo
lechugas a 2cts/euro y las camareras de piso limpiando nuestras
habitaciones de Benidorm a 2euros. Todo eso será parte del milagro de
crecer quince trimestres consecutivos, ahora al 3,5%. Financiamos el
crecimiento con desigualdad." (Alejandro Inurrieta , Vox Populi, 17/07/17)
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