21.7.17

El Credit Suisse ha bautizado el estado de ánimo actual como el de las Sociedades Enfadadas, lo que indica que las señales de alarma ya se han encendido. Las condiciones objetivas para una revuelta social están dadas

"Los principales ejes económicos del sistema capitalista actual están cada vez más preocupados por el devenir social, a pesar de que las cifras macroeconómicas en las principales economías les sonrían. Sin embargo, el eslabón que se comunica con el activo más miedoso, el dinero, es decir, la banca, ya ha empezado a dibujar un panorama oscuro fruto del fracaso de la inserción de gran parte de la población expulsada tras la última debacle del sistema a partir de 2008.

 El Credit Suisse ha bautizado el estado de ánimo actual como el de las Sociedades Enfadadas, lo que indica que las señales de alarma ya se han encendido, sin que los gestores públicos y privados que manejan el cuadro de mandos mundial sepan las consecuencias que puede tener si este aparente enfado culminase con algo peor.

 Las condiciones objetivas para una revuelta social están dadas, aunque algunos mecanismos internos de solidaridad intergeneracional están retrasando el estallido. El intento por convencer a gran parte de la población que ya hemos salido de la crisis y que el crecimiento ha llegado para quedarse no ha cuajado, máxime si gran parte de esta población apenas ha visto mejorada su situación. El ejemplo español es palmario.

 España se vende en los foros internacionales como el gran milagro, tras encadenar 15 trimestres consecutivos de supuesto crecimiento del PIB, muchos sabemos el déficit estadístico que nadie quiere revertir, pero nunca enseñan la diapositiva en la que se muestran las miserias de los afectados por la gran recesión que nos asola.

 Pensionistas que ya no verán mejorar su poder adquisitivo de forma estructural, jóvenes que se mantendrán en el mercado laboral a base de contratos basura y con sueldos miserables, incapacidad de poder emanciparse, salvo compartiendo una habitación, mayores de 45 años que nunca más volverán a trabajar, en suma, toda una generación que, por primera vez en la reciente historia, vivirán mucho peor que sus padres. Cada vez hay más hogares que saben y sufren que el crecimiento ya no es sinónimo de prosperidad.

 Los más audaces siguen apostando que esta situación es la lógica tras el enorme socavón que supuso la crisis de 2008 y que el mecanismo autorregulador del sistema equilibrará la situación, transfiriendo parte del excedente empresarial a los asalariados, casi por arte de magia.

 Los incautos también celebran como algo muy positivo que la tasa de ahorro sobre renta disponible haya marcado un mínimo desde 2009, el 7%, lo que demostraría que las clases medias y bajas se habrían quitado el corsé del ahorro precaución, porque ahora ya les sonríe otra vez la tarjeta de crédito y el crédito al consumo. Eso sí, en un país donde el 60% de la población no puede ahorrar y cuyas familias se han desapalancado casi 20 p.p de PIB desde 2009.

 Los portales inmobiliarios han fechado el fin de la crisis inmobiliaria y la vuelta a la compra de viviendas, aunque la estrella ahora sea el alquiler, y dentro de éste, el compartido por obligación, que es lo que ahora ha bautizado el grupo Prisa como el boom de la economía colaborativa dentro del auge del emprendimiento. Las nuevas generaciones saben que trabajarán a tiempo parcial por imposición y consumirán todo compartido, también por imperativo de la nueva economía, mal llamada colaborativa.

 El primer efecto de esta nueva realidad social es que, tras abominar de la compra de una vivienda, y para parecernos al resto de Europa, los españoles se lanzaron a alquilar viviendas, pero la pericia de los propietarios ha logrado que los precios crezcan de forma exponencial, y que zulos sin ascensor de 35 metros cuadrados se alquilen por más de 1.000€/mes en grandes ciudades como Madrid y Barcelona.

 Por supuesto, los puristas del sistema argumentan que esto es solo un problema de oferta y demanda y que si se alquilan a ese precio es que hay renta suficiente, y que es una señal de la salida de la crisis. Este es el precio de no tener una política social de vivienda que incluya control de rentas, como en Alemania o Francia.

 Pero en todo este proceso de autobombo hay eslabones que no encajan. ¿Por qué si la renta ya es la misma que antes de 2008, no se ha recuperado todo el empleo y las horas trabajadas? Si en 2011 el sistema de la Seguridad Social estaba en equilibrio, ¿por qué ahora presenta un déficit estructural del 1,5% del PIB?. Si el empleo crece a tasas del 3,5%, ¿por qué los salarios netos de horas trabajadas e inflación caen casi un 6%?

 La pregunta tal vez más difícil de contestar es si tras la euforia desatada por el turismo, ¿cómo es posible que en la hostelería y la agricultura se sigan dando los casos de esclavitud, como el de  las camareras de piso o los temporeros? Y si todo esto es poco, ¿por qué las cifras de pobreza relativa de organismos como Cáritas siguen empeorando?

 Todas estas dudas metafísicas son las que gobiernos y economistas lúcidos, que los hay, deberían ser capaces de contestar a la ciudadanía y así poder revertir el estado de ánimo que muestran las encuestas.

 Los más militantes aducen que la eclosión del turismo nacional, aunque más de un 60% de la población no puede coger una semana de vacaciones al año, es la mejor señal que la crisis ya ha pasado, y que los ciudadanos ya no tienen miedo a gastar, como lo prueba el barómetro de las cuentas financieras recientemente publicadas.

El gran problema sigue siendo el uso torticero y parcial de las estadísticas. Siempre hay datos o fuentes alternativas que demuestran lo contrario a la situación social actual, fruto de la maraña de series estadísticas, de dudosa calidad y fiabilidad, siendo los salarios y los precios de la vivienda los exponentes más claros. 

Por ello es tan urgente acometer una profunda remodelación del INE y ponerlo al mismo nivel que los institutos internacionales, como puede ser la BLS americana, cuyas cifras nadie discute. A falta de datos reales, objetivos, y sobre todo recientes y actualizados, la realidad social nos la tiene que contar sus protagonistas, casi de viva voz.

Probablemente hayamos entrado en la fase más desigual que recordemos, siempre en términos relativos, pero lo más dramático es que la sociedad ya no tiene herramientas para luchar contra ello. Las últimas reformas laborales, las de Zapatero y Rajoy, han logrado que la negociación colectiva prácticamente desaparezca de facto, que no de iure, lo que se ha logrado vender como revulsivo para poder crear empleo con bajas tasas de crecimiento.

 La vieja idea que España no crecía ni exportaba por la rigidez laboral y los elevados costes laborales ya es historia. Ahora nos queremos parecer a Alemania que exporta y apenas consume dentro, casi lo mismo que nosotros.

 Por todo ello, no parece sorprender que surjan movimientos extraparlamentarios que compensen la inacción del ejecutivo y el legislativo. La democracia parlamentaria es útil siempre que esté pegada al terreno y tenga los mecanismos suficientes para revertir externalidades negativas de la avaricia del capital, como es el caso que nos ocupa. 

Las mayorías silenciosas, porque muy combativas ya no son, pueden irse abriendo camino hasta reventar el maltrecho pacto social que la vieja socialdemocracia firmó a finales de la II Guerra Mundial. No se trata de revanchismo, sino de restablecer la regla de oro que nos ha perseguido desde que tenemos uso de razón: que nuestros hijos vivan mejor que nosotros. 

Si no es así, veremos a pensionistas trayendo nuestras pizzas de Deliveroo, nuestra habitación en casa paterna y materna alquilada para pagar la dentadura, los temporeros cogiendo lechugas a 2cts/euro y las camareras de piso limpiando nuestras habitaciones de Benidorm a 2euros.  Todo eso será parte del milagro de crecer quince trimestres consecutivos, ahora al 3,5%. Financiamos el crecimiento con desigualdad."                 (Alejandro Inurrieta  , Vox Populi, 17/07/17)

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