6.9.17

Zizek: convertirse en emprendedor-del-yo sólo significa que tienes que administrar tu empleabilidad, tus deudas, la caída de tu salario y de tus ingresos, y la reducción de los servicios sociales que recibes

"(...) Mediante esta individualización de la política social y la privatización de la protección social, que se consiguen a través de su alineamiento con las normas del mercado, la protección deviene condicional (es decir, deja de ser un derecho) y se vincula a unos individuos cuyos comportamientos pasan a ser de esta forma sometidos a evaluación.

Para la mayoría de las personas, convertirse en un «emprendedor-del-yo» se relaciona con la capacidad del individuo para enfrentarse a esos riesgos externalizados sin contar con los recursos necesarios ni el poder para entablar esa lucha de manera adecuada. Así lo expresa Lazzarato:

Las prácticas neoliberales contemporáneas producen un capital humano, un «emprendedor-del-yo» más o menos endeudado y más o menos depauperado, pero siempre precario. Para la mayoría de la población, convertirse en emprendedor-del-yo sólo significa que tienes que administrar tu empleabilidad, tus deudas, la caída de tu salario y de tus ingresos, y la reducción de los servicios sociales que recibes de acuerdo con las normas de los negocios y de la competencia.

A medida que los individuos se empobrecen conforme se reduce su salario y se les quitan las ayudas sociales, clincoliberalismo les ofrece una compensación a través de la deuda y mediante la promoción de su bolsa de valores. Así, los salarios y el sueldo aplazado (o pensión) no aumentan, pero a cambio las personas tienen acceso al crédito para el consumo, y se les anima a proveer para su retiro mediante carteras personales de valores.

Ya no tienen derecho a una vivienda, pero tienen acceso a un crédito hipotecario; ya no tienen derecho a la educación superior, pero pueden pedir créditos para estudiantes; la protección mutua y colectiva frente a los riesgos va siendo desmantelada, pero se anima a la gente a que se haga diversos seguros privados.

Aunque no llegue a reemplazar todas las relaciones sociales existentes, el nexo acreedor-deudor acaba superponiéndose a todas ellas. Los obreros se convierten en obreros endeudados (y tienen que pagar a los accionistas de sus empresas a cambio de que les den un empleo); los consumidores se convierten en consumidores endeudados; los ciudadanos se convierten en ciudadanos endeudados, y han de hacerse responsables de su parte en la deuda de su país. (...)

Esta constelación produce un tipo concreto de subjetividad que se caracteriza por la moralización y la temporalización específicas. El sujeto endeudado practica dos clases de trabajo: el trabajo asalariado y el trabajo sobre su propio yo, el necesario a fin de produ cir un sujeto capaz de prometer que pagará sus deudas, que las pagará efectivamente, y que está dispuesto a asumir la culpa por ser 1 sujeto endeudado.

Con el endeudamiento se abre una gama específica de temporalidades: para ser capaz de devolver lo que debes (de recordar tu promesa), hay que conseguir que tu comportamiento sea previsible, regular y calculable. Esto tiene incidencia no sólo en contra de cualquier revuelta futura, pues ésta traería consigo la quiebra de la capacidad de devolver lo que se debe, sino que implica además que queda borrado en tu cabeza el recuerdo de las revueltas ocurridas en el pasado, de toda clase de resistencia colectiva y la consiguiente interrupción del tiempo y el estallido de conductas impredecibles.

Este sujeto endeudado es sometido constantemente a examen mediante su evaluación por parte de otros. Valoración del desempeño y de los objetivos laborales en el puesto de trabajo; valoración de su capacidad de endeudamiento; entrevistas individuales a todos los que son receptores de ayudas públicas.

De este modo el inviduo no sólo se ve forzado a demostrar que va a poder pagar su deuda (y devolverle a la sociedad lo que le debe mediante un comportamiento correcto), sino que además ha de demostrar que tiene la actitud adecuada y asume la culpa individual en relación con cualquier desajuste sobre lo previsto.

Aquí se hace palpable la asimetría entre acreedor y deudor: el «emprendedordel-yo» endeudado es más activo que el sujeto de los modos anteriores de gobernanza, que tenían un sistema más disciplinario.

Por mucho que le hayan privado de su capacidad para gobernar su propio tiempo, o para evaluar su propio comportamiento, la capacidad de acción autónoma del individuo queda estrictamente cercenada. Por si pudiese parecer que la deuda no es más que una herramienta gubernamental que sirve para modular el comportamiento de los individuos, hay que subrayar que se pueden aplicar técnicas similares a la gobernanza de las instituciones y los países.

Todo el que esté siguiendo el gradual desarrollo en cámara lenta del choque de trenes que es esta crisis en la que vivimos se habrá fijado en que los países y las instituciones están sometidos a una evaluación constante (por ejemplo, por parte de las agencias de rating), en que tienen que aceptar el fallo moral implícito en los errores y excesos que hayan cometido en el pasado, y que han de aceptar el compromiso de comportarse bien en el futuro para de este modo garantizar que, sean cuales sean las amputaciones que vaya sufriendo el cuerpo de su sistema de protección social, o el de los derechos de sus trabajadores, seguirá siendo capaz de pagar la libra de carne que le debe al prestamista.

El triunfo definitivo del capitalismo se produce cuando cada obrero se convierte en su propio capitalista, en el «emprendedordel-yo» que decide cuánto quiere invertir en su propio futuro (educación, sanidad...), a sabiendas de que pagará mediante su propio endeudamiento todas y cada una de esas inversiones.

Los derechos (a la educación, la sanidad, la vivienda...) se convierten de esta manera en decisiones tomadas libremente por el sujeto, cuyas inversiones en cada uno de estos sectores son formalmente equivalentes a las diccisiones que toma el banquero o el capitalista cuando decide invertir en esta o aquella empresa, de modo que en este nivel formal todo el mundo es un capitalista que se endeuda a fin de por der realizar una inversión. Hemos dado de este modo un paso más en la equiparación -que hasta ahora sólo existía en el ámbito legal- entre capitalista y obrero.

Los dos son ahora inversores de capital; sin embargo, la misma diferencia en la «fisonomía de nuestra dramatis personae» que, según Marx, aparece cuando queda concluido el intercambio entre trabajo y capital, reaparece de nuevo en esta situación presente una vez incluido el intercambio entre el capitalista propiamente dicho y el obrero que se ve forzado a actuar como «emprendedor-del-yo»:

«El uno alardea dándose aires y se concentra en su negocio; el otro es tímido y reservado, como una persona que lleva al mercado su propia piel y no puede esperar otra cosa que un buen curtido». Y hace bien en mantener esa actitud tímida: la libertad de elección que le ha sido impuesta es una falsa libertad, en realidad es la forma de su servidumbre (...)"

(Slavoj Zizek y Srecko Horvat: El sur pide la palabra. El futuro de una Europa en crisis (Ed. Los libros del lince, Barna, 2014, 158/160)

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