"Los gobiernos democráticos occidentales están perdiendo cada vez más
soportes. Desde el cambio hacia el antiliberalismo en Polonia y Hungría
al voto por el Brexit en el Reino Unido y la victoria de Donald Trump en
las elecciones presidenciales de Estados Unidos, una cepa
particularmente letal de populismo están infectando las sociedades, y se
sigue propagando.
El atractivo del
populismo es simple. Frente a unos salarios estancados y el declive de
la calidad de vida, la gente se siente frustrada, y más todavía cuando
sus gobernantes siguen diciéndoles que las cosas están mejorando.
Entonces aparece el populista con sus promesas de remecerlo todo para
defender los intereses de la “gente” (aunque en realidad solo sea una
parte de ellos), ofreciendo algo presumiblemente más atractivo que
soluciones factibles: chivos expiatorios.
El
más importante de la lista son las “elites”, es decir, los partidos
políticos y los líderes corporativos establecidos. El populista señala
que, en lugar de proteger a la “gente” de la presión y la incertidumbre
económica, este grupo se enriquece a costa de su sufrimiento. Al
impulsar la globalización, obligando a la gente a aceptar cada vez más
apertura, han acumulado enormes riquezas que protegen mediantes formas
de evasión tributaria, externalización y otros planes.
Aunque
no se culpa solo a las elites. Sí, han traicionado a la gente, pero una
manera en que lo han hecho es imponiendo la igualdad de derechos y
oportunidades para las minorías, los inmigrantes y los extranjeros, que
“roban” trabajos, amenazan la seguridad nacional y socavan los modos de
vida tradicionales.
Entre otras razones,
Trump ganó la presidencia de Estados Unidos por sus promesas de deportar
a millones de inmigrantes indocumentados y prohibir la entrada de
musulmanes al país. Los partidarios del Brexit prometieron poner fin a
la inmigración desde la Unión Europea. Tras el referendo, la Secretaria
de Interior británica Amber Rudd sugirió que había que exponer los
nombres de las empresas que contrataran a extranjeros.
El
populismo de hoy anticipa una nueva y tóxica xenofobia que amenaza con
fracturar nuestras sociedades. Para los políticos es una manera fácil de
transformar rápidamente el temor y la impotencia de la gente en una
embriagadora mezcla de ira y autoridad. Persuade a los votantes
temerosos (a menudo mayores de edad) de que, en el lenguaje de los
partidarios del Brexit, pueden “recuperar el control” de sus vidas y sus
países, principalmente mediante el rechazo a los extranjeros. (...)
En este contexto,
cuando los políticos hacen campaña para obtener votos al impulsar
medidas identitarias hostiles y divisorias, plantan las semillas de la
animosidad, la desconfianza y la violencia en sus propias sociedades. Si
los candidatos dicen una y otra vez que los musulmanes son peligrosos,
por ejemplo, no debería sorprender a nadie que aumenten los crímenes de
odio contra ellos, como ha ocurrido tras el referendo del Brexit y la
victoria de Trump. Para controlar sociedades así de divididas se
requieren niveles crecientes de coerción y fuerza.
La
diversidad debería ser una fortaleza que ayude a florecer las
sociedades. Por eso es tan importante luchar contra la nueva xenofobia.
Una manera es fomentar y habilitar una mayor interacción, mezcla y
deliberación entre grupos diversos. Hay amplios estudios psicológicos
que demuestran que el contacto entre grupos reduce la sensación de
amenaza entre la gente, elevando con ello las posibilidades de
desarrollar lazos de confianza al interior de la sociedad. (...)
Una segunda manera de
combatir la nueva xenofobia es reforzar la protección de las libertades
civiles, lo cual significa sostener el imperio de la ley, incluso
frente a amenazas terroristas, y asegurar la independencia de los
jueces.
Sin
embargo, últimamente ha habido medidas amenazadoras en la dirección
opuesta. Los gobernantes de Hungría y Polonia han ido desmantelando las
garantías constitucionales; Francia ha hecho uso de un prolongado estado
de emergencia para suspender derechos, y los políticos británicos y
estadounidenses han denigrado públicamente a ciertos jueces.
Los
xenófobos acabaron con la democracia en los años 30 no por la fuerza de
los partidos antidemocráticos, sino por el hecho de que los líderes democráticos no lograron defender las constituciones de sus países. (...)" (
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