"(...) En su relato, Varoufakis narra las negociaciones de alto
nivel en torno a la reducción de deuda, y elude en gran parte el tercer
argumento, la necesidad de realizar grandes inversiones en la periferia
europea (una omisión que hay que lamentar, ya que la falta de inversión
es el motivo central que se encuentra en el origen de la crisis).
Volviendo la vista atrás, la crisis fue el inevitable resultado de
juntar a doce países (que después se convirtieron en diecinueve), con
grandes diferencias en cuanto a su desarrollo económico, en una zona de
moneda única. Alemania es una potencia económica que produce algunos de
los productos más avanzados del mundo; Grecia tiene muchos encantos,
pero no tiene un Daimler-Benz. (Italia y España se encuentran en algún
punto intermedio).
Según las estadísticas del FMI, el PIB per cápita de
Grecia era de un 67% con respecto al nivel alemán cuando se fijaron en
1998 las tasas iniciales de conversión entre las monedas nacionales y el
euro. Después, el entusiasmo de suponer que ingresar en la eurozona
permitiría a Grecia y a otros países europeos converger por arte de
magia con el nivel de desarrollo económico de Alemania hizo que el
capital lloviera en las rezagadas economías de los PIIGS.
La
consecuencia fue que se desencadenó un auge insostenible: el ingreso per
cápita de Grecia subió de forma espectacular hasta un 80% con respecto
al nivel de Alemania en 2006. Sin embargo, ese progreso demostró ser
algo fugaz y la crisis devolvió el ratio del PIB entre Grecia y Alemania
a un 56%.
A pesar de la bonanza de mediados de la década de 2000, los
principios básicos de la economía griega no estaban mejorando: como
consecuencia de una infraestructura cada vez más descuidada y de
industrias que no estaban a la altura de las alemanas, la productividad
del mercado laboral griego seguía sin ser equiparable, aunque los
salarios e ingresos seguían subiendo.
Como consecuencia de esta enorme, y
a menudo creciente, disparidad en cuanto a eficacia, Grecia registraba
déficits comerciales crónicos con Alemania y otros países avanzados, ya
que sus productos no podían competir con los de esos países ni en
calidad ni en precio.
Asimismo, el gobierno también acumulaba grandes
déficits presupuestarios. Estos déficits se financiaban con la entrada
de capital que mencioné anteriormente, y los bancos alemanes, franceses y
de otros países del norte suministraban el efectivo. Cuando llegó la
crisis, los banqueros y sus escribanos culparon del problema a los
corruptos, vagos y derrochones ciudadanos griegos, porque como todo el
mundo sabe, los acreedores nunca son irresponsables. (...)
Al contrario que muchos otros miembros del partido, Varoufakis (que
nunca se afilió) se oponía a dejar la zona euro; Grecia no tendría que
haber ingresado nunca, en su opinión, pero una vez dentro, salir (lo que
se conoció como grexit) sería catastrófico. Llevaría demasiado tiempo
crear una nueva moneda y durante esa transición cualquier griego con
unos pocos euros de sobra los sacaría volando del país y convertiría una
situación horrible en algo peor.
Por ese motivo Varoufakis prefería
negociar con la Eurozona, e incluso suspender el pago de la deuda a los
titulares de los bonos y el FMI. La amenaza de un impago de bonos era
especialmente poderosa: dejar que un tipo particular de bonos del Estado
griegos incurriera en cesación de pagos habría causado un grandísimo
problema al BCE, y le habría obligado a reducir el valor de los bonos de
otros países en crisis que anteriormente había comprado para
estabilizar la situación.
Eso no solo descuadraría por completo su
balance, sino que le traería inmensos problemas legales en Alemania,
porque el gobierno y los tribunales alemanes no veían bien el intento
del BCE por estabilizar los mercados financieros mediante la compra de
enormes cantidades de bonos del Estado a lo largo y ancho de la
Eurozona. El fantasma de un impago generalizado de sus inmensas
obligaciones de deuda era el arma más poderosa que tenía Grecia, aunque a
decir verdad no tenía muchas más. (...)
El actor que más influencia ejercía del lado de los acreedores durante
las negociaciones era el ministro de Economía alemán, Wolfgang Schäuble,
cuya visión del mundo podría resumirse en un dicho que atribuyó a su
abuela: “La benevolencia precede al libertinaje”.
Aunque Schäuble
estuviera de acuerdo con Varoufakis en que la Eurozona no era sostenible
según el régimen presente, no tenía tiempo para las propuestas
keynesianas de Varoufakis. En su lugar, quería “una mayor disciplina…Y
la eurozona será más fuerte si el grexit la mete en cintura”. Grecia era
una molestia que había que expulsar. (...)
Él creía que el “excesivamente generoso” modelo social
europeo se había vuelto demasiado caro y había que deshacerse de él.
Incluso aunque Grecia no contaba con un Estado del bienestar tan
desarrollado (su tasa de pobreza era superior a la de Alemania y había
mayor desigualdad en la distribución de rentas), Grecia tendría que ser
sacrificada a fin de evitar el libertinaje.
Serviría de ejemplo, sobre
todo, a Francia, cuyo generoso sistema de bienestar tenía que ser
repensado, en su opinión.
Tras cinco meses de negociaciones inútiles, en junio de
2015, finalmente Grecia dio marcha atrás en su intento por obtener una
reducción sustancial de la deuda. (...)
Varoufakis quería que el Ejecutivo recurriera a la opción de la
suspensión de pagos y, si las autoridades expulsaban a Grecia de la
eurozona, improvisarían una nueva moneda a través del sistema
impositivo. Pero sus compañeros habían perdido el coraje. Ignoraron el
referéndum, tiraron para adelante, aceptaron otro acuerdo más de
austeridad y Varoufakis presentó su dimisión. (...)
Es un relato trágico, en el sentido de tragedia de la antigua Grecia:
fallos en la personalidad y la visión del mundo que conducen a lo que
parece ser un desastre que podría haberse evitado. Varoufakis ha sido
criticado por débil y traicionero, lo que parece profundamente injusto
después de leer su relato.
Sus compañeros de Syriza (los que tiraron
para adelante y firmaron el acuerdo con medidas de austeridad
adicionales) podrían, siendo justos, ser acusados de lo mismo, incluso
aunque el país tuviera pocas cartas que jugar aparte de la amenaza de
impago. No obstante, hay un conjunto de actores que merecería ser objeto
de mayores críticas: los partidos socialdemócratas del núcleo europeo.
Los socialdemócratas formaban parte del gobierno de coalición de Angela
Merkel en Alemania y ocupaban el gobierno en Francia. Varios de los
dirigentes del Eurogrupo, como por ejemplo Dijsselbloem, son
teóricamente socialdemócratas y, sin embargo, no hicieron nada para
detener el empobrecimiento de Grecia y de los otros PIIGS.
En líneas
generales, han presidido o consentido la escalada del neoliberalismo en
toda Europa, lo que ha dado como resultado un aumento de la polarización
económica y de la pobreza, que después ha contribuido al presente auge
de la extrema derecha. (...)" (Doug Henwood, CTXT, 14/02/18. Este artículo se publicó en inglés en The Baffler)
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