"(...) En verdad la pregunta sobre la desconexión entre mundo
popular e izquierda parece tener que ver con cómo ha llegado Podemos a
su cuarto aniversario. El momento es quizá el peor desde su fundación y
el panorama dista de ser claro.
¿Qué ha ocurrido? ¿Cómo ha podido caer casi tan rápido
como subió? Mi hipótesis es que a Podemos no le ha pasado nada que no le
ocurra al resto de partidos. Ser un partido nuevo no significa estar fuera
de las generales de la ley de la lucha política, ni verse relevado de
las exigencias que la ciudadanía de España plantea en general a
cualquier formación. Especialmente si ésta –como Podemos– es nueva,
inexperta y no quiere ser testimonial sino de gobierno.
La pérdida de confianza ciudadana en Podemos, medida en votos y en intención de voto, parece deberse al menos a cuatro hechos.
Uno es la “rueda de prensa de los sillones” (22/1/2016). Que haya
quedado así bautizada indica lo que aquí está en juego: la percepción de
los ciudadanos. No cabe hablar entonces de error objetivo,
aunque a la postre funcionase como tal. Aquella rueda de prensa,
celebrada durante la audiencia del rey con el candidato del PSOE, minó
algo fundamental que el electorado exige a los partidos en España:
perfil de Estado.
Encima, esa altura de miras pareció sacrificada en el
altar de la búsqueda de poltronas. Un efecto colateral no menor fue
corroer la confianza en Podemos del votante socialista fiel, aliado
estratégico para gobernar, al herir su orgullo de partido debido al
ninguneo de su secretario general. Ni que hablar de la dirección de esa
formación, de la que se explicitó que se desconfiaba a la vez que se le
ofrecía co-gobernar.
El segundo acontecimiento fue el corolario de este primero: votar contra
el gobierno del PSOE y Ciudadanos, al que se habría ayudado
absteniéndose (4/3/2016). Las razones de Podemos eran atendibles. No se
trataba de Rajoy sino de sus políticas, que ese pacto no evitaba del
todo (piénsese en la reforma laboral que sostenía Ciudadanos).
Pero esto
no fue traducido así por la ciudadanía. Ésta castigó lo que entendió
era en parte una incoherencia ideológica y también una animadversión
desproporcionada hacia el PSOE y su candidato.
Podemos ayudó a
confirmar esa percepción con la alusión a la cal viva (2/3/2016),
aliándose con IU (9/5/2016) y fijando el “sorpasso” (dirigido al PSOE
más que al bipartidismo) como meta para el 26J. El resultado del 26J fue
el primer llamado de atención severo de la ciudadanía a Podemos.
Un tercer acontecimiento fue la disputa pública entre el secretario
general y el número dos durante un largo período previo a Vistalegre II
(11-12/2/2017). Fue el remate de todo un año de divergencia estratégica y
personal entre Iglesias y Errejón, puesta de relieve con aquella
mención de la cal viva y confirmada cuando Iglesias destituyó al
secretario de Organización en Madrid, cargo de confianza de Errejón
(15/3/2016).
La propia alianza con IU apenas añadió un eslabón más,
aunque no menor. El resultado fue la implosión del grupo fundador,
principal capital político de Podemos, y la perforación de la unidad del
partido, elemento reiteradamente exigido por la ciudadanía a las
formaciones que aspiran al gobierno. (...)
Una consecuencia no menor de este hecho fue el triunfo en
Vistalegre II de un proyecto difícil de distinguir del de Izquierda
Unida, lo cual aceleró la erosión de la novedad que Podemos
representaba.
El cuarto suceso sería la cuestión catalana. Ésta revela
lo paradójica y dramática que puede llegar a ser la tensión entre una
propuesta política y su interpretación por la ciudadanía. Y, de paso,
ratifica lo complejo de toda representación.
La posición de Podemos
(referéndum y voto contra la independencia), a pesar de su creatividad,
democraticidad y capacidad de despolarización, no fue vista así y sentó
mal a unos y otros.
En un escenario maniqueo, la propuesta fue tildada
de independentismo vergonzante y también de españolismo soterrado,
cuestionando a la vez la lealtad de los morados hacia las dos únicas
identidades en juego, España y Cataluña. En el único escenario donde
Podemos no apostó al antagonismo, fue devorado por una caricatura de
éste. (...)
En definitiva, la ciudadanía exigió a Podemos lo mismo que
a los otros partidos: sentido de Estado, coherencia programática,
lealtad a la comunidad y unidad de acción. No en términos absolutos,
claro está, pero sí como cualidades a considerar en el balance general
entre lo posible y lo deseable.
Con el agravante de que en política los
actores suelen ser evaluados con la medida que ellos mismos colocan: los
más exigentes, de modo más severo que los más “permisivos”. Y para
Podemos elevar el listón había sido clave a fin de irrumpir contra la “casta” y el “Régimen del ‘78”.
No se trata por tanto de que la extracción social de sus
dirigentes condicione su capacidad de conexión con las clases populares,
pues entonces no se entendería –como se dice– que éstas voten a la
derecha. Tampoco parece deberse a que Podemos haya dejado de “hablar
duro”, pues ya hacia enero de 2015 los morados comenzaron a acercarse al
lenguaje y el estilo políticos existentes.
Ni de que se hayan olvidado
de la clase obrera, pues el rasgo distintivo originario de Podemos fue
la transversalidad. Tampoco que estuvieran más en los medios y en las
redes sociales que en la calle, pues así lo hicieron de
entrada. Todas estas características que se objetan a Podemos lo
acompañaron hasta al menos el 21D, cuyo resultado fue exitoso.
Sin descartar otras hipótesis más generales, la fisonomía
de la historia nacional española, su configuración particular en clave
de símbolos, demandas, exigencias y marcos de interpretación, debería
tener más peso en los intentos de responder la pregunta inicial.
Tal
vez no resulte del todo consistente criticar a Podemos por teoricista,
abstracto y/o culturalista a partir de enfoques que fusionan sin más los
problemas de la izquierda en Europa y Estados Unidos, como si en todos los escenarios no hubiera más que un choque descontextualizado entre neoliberalismo y clases populares.
Si a Podemos le ocurre lo que al resto de partidos, eso
significa que, como éstos, debe apostar a la construcción de hegemonía. A
hacer que su mirada sea la de los demás. Me refiero sobre todo al
discurso nacional del partido, no necesariamente a los niveles locales y
autonómicos, que por lógica no cumplen ese rol directivo, aunque allí
se esté haciendo un trabajo imaginativo y popular que también construye
hegemonía.
Es cierto que la hegemonía se edifica centrándose en
problemas concretos. Pero cuando se tratan como síntomas de un
diagnóstico del país, como se hizo con los desahucios o la pobreza
energética, que ni siquiera eran visibles antes de ese diagnóstico. Las
demandas populares no están ya constituidas por una vivencia previa a su
diagnóstico político. Quien logra que su diagnóstico sea el de las
mayorías es hegemónico. (...)
Paradójicamente, a Podemos le faltó la perspectiva
gramsciana de entender mejor la sociedad nacional en la que se inscribió
y fue posible. En lo fundamental, entender el significado de la
Transición para la mayoría de la ciudadanía.
Especialmente para las
capas populares, para las cuales representó la gran experiencia política de su vida,
que hizo posible además que los españoles comenzaran a vivir como los
europeos. Como los europeos de los “treinta gloriosos” del Estado social
de posguerra, lo cual algo tendrá que decir a una fuerza cuyo programa,
al fin y al cabo, es de democracia social avanzada.
Si una fuerza transformadora no es capaz de comprender
–sin necesidad de compartir por completo o acríticamente– el significado
histórico de la experiencia política central en la constitución
subjetiva de ese pueblo al que busca movilizar, no puede jugar el juego
de la hegemonía, que es el de la normalidad y el largo plazo sin
fórmulas mágicas, no el de la excepción y el blitz."
(Javier Franzé es Profesor de Teoría Política, Universidad Complutense de Madrid). CTXT, 31/01/18)
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