"(...) Este texto examina ocho de los mitos que a menudo encuentro en mis investigaciones.
1. No, las fronteras cerradas no conducen automáticamente a menos inmigración
No es tan fácil como simplemente cerrar la puerta de
un portazo. Las restricciones migratorias pueden tener diversos efectos
secundarios no deseados que pueden desvirtuar su efectividad.
En primer
lugar, las restricciones pueden empujar a los emigrantes a buscar
canales alternativos legales o ilegales, como por ejemplo que los en
realidad inmigrantes económicos usen los canales para la reunificación
familiar.
En segundo lugar, los controles fronterizos estrictos desvían a
menudo los flujos migratorios hacia otras rutas terrestres o marítimas,
y por tanto expanden el mercado para los contrabandistas.
En tercer
lugar, las restricciones pueden conducir a incrementos migratorios
súbitos del tipo “ahora o nunca”. (...)
Finalmente, las restricciones tienden a interrumpir la circulación y
empujar a los inmigrantes a asentarse permanentemente. Esto es lo que
sucedió, por ejemplo, con los llamados “trabajadores visitantes” de la
década de 1970-1980. Como tenían miedo de no poder inmigrar de nuevo
después de regresar temporalmente a casa, muchos optaron por asentarse
de manera permanente. (...)
La migración libre es a menudo circular, como puede
observarse con la migración en el interior de la UE. Cuanto más
restrictivas son las políticas de entrada, más desean quedarse los
inmigrantes. Estos efectos no deseados generan dilemas fundamentales
para los responsables políticos.
2. No, las políticas migratorias no han fallado
La
considerable atención mediática que recibe la continua inmigración
mediante embarcaciones y los cruces irregulares de fronteras ha creado
la imagen distorsionada y engañosa de que las políticas migratorias
están “rotas” y que las fronteras están fuera de control. (...)
Al fin y al cabo, gran parte de los inmigrantes, de acuerdo con los
mejores cálculos disponibles, al menos nueve de cada diez, entra
legalmente en Europa, y esto cuestiona la idea de que la inmigración
está “fuera de control”.
Propiamente dicha, la inmigración ilegal es un
fenómeno relativamente limitado. Los períodos en los que se ha producido
una emigración de refugiados extremadamente elevada, como sucedió en
2015 o en la década de los 90 durante los conflictos de los Balcanes,
son más una excepción que la norma y no acostumbran a durar mucho. (...)
Sin embargo, a menudo sobrestimamos lo que pueden conseguir las
políticas migratorias. Esto sucede porque la emigración está motivada
por procesos de desarrollo económico y de cambio social, tanto en las
sociedades de origen como de destino, que escapan al alcance de las
políticas migratorias. (...)
Por ejemplo, en la mayoría de los países europeos los
niveles migratorios tienden a estar directamente relacionados con los
ciclos económicos (véase el gráfico anterior para el caso alemán). En
épocas de sólido crecimiento económico, es más probable que los
inmigrantes encuentren trabajo y obtengan así permisos de trabajo.
La
inmigración económica está fuertemente motivada por la demanda laboral, y
cuestiona la idea popular que afirma que se trata de un fenómeno sin
control motivado sobre todo por la pobreza y la violencia en los países
de origen.
3. No, las políticas migratorias no son cada vez más restrictivas
Esto es lo que los políticos quieren que
creamos, pero la realidad alberga numerosos matices. En un reciente
estudio que realizamos en la Universidad de Oxford, examinamos 6500
leyes migratorias de 45 países diferentes entre 1945 y 2010. Concluimos
que durante las últimas décadas las políticas migratorias han sido cada
vez más liberales para la mayoría de grupos de inmigrantes. (...)
La principal excepción a esta regla son los llamativos controles
fronterizos y las políticas de visado cuyo objetivo es evitar que los
solicitantes de asilo y los inmigrantes irregulares accedan al
territorio europeo. Sin embargo, estos grupos solo representan una
minoría dentro del número total de inmigrantes.
Si observamos las
tendencias a largo plazo relacionadas con las políticas de admisión, la
mayoría de los demás grupos de inmigrantes (incluida la mano de obra
inmigrante, las familias y los estudiantes) han sido recibidos de manera
cada vez más favorable. (...)
4. No, la ayuda al desarrollo en los países de origen no evita la inmigración
Muchos gobiernos y muchas agencias de
desarrollo ven la ayuda al desarrollo como una herramienta para reducir
la inmigración. Esta visión se basa en la idea equívoca de que los
motores principales de la emigración sur-norte son la violencia y la
pobreza. Sin embargo, en realidad, el desarrollo da pie al principio a
niveles más elevados de emigración. (...)
Esto confirma la “paradoja de la inmigración”, puesto
que las investigaciones demuestran que los países más pobres presentan
un nivel de emigración mucho menor que las naciones más desarrolladas.
Al fin y al cabo, para emigrar hace falta disponer de recursos
considerables. La pobreza extrema inmoviliza a las personas, que quedan
atrapadas porque no se pueden permitir abandonar su tierra natal.
Esta
también es la razón de por qué la idea de que el cambio climático dará
como resultado una emigración en masa hacia occidente es poco realista.
Los cambios medioambientales negativos podrán aumentar las intenciones
de desplazarse, pero también limitarán la capacidad para poder hacerlo.
El crecimiento económico y una mejor educación
tradicionalmente aumentan la facultad y las aspiraciones de la gente
para emigrar. En este sentido, no es ninguna coincidencia que países
eminentemente emigrantes, como México, Marruecos o Turquía, sean países
de renta media.
El desarrollo de los países más pobres, como los que se
encuentran en el África subsahariana, conducirá a un aumento casi
inevitable de la inmigración proveniente de esos países. Por tanto, los
futuros inmigrantes de Europa vendrán del África subsahariana en lugar
de Turquía y el norte de África.
5. No, la inmigración no conduce a una “fuga de cerebros”
Un argumento que se repite a menudo sostiene
que la emigración provoca una “fuga de cerebros”, es decir, que se vayan
los que disponen de un mayor nivel educativo, y por tanto debilita el
potencial de desarrollo de los países de origen. En este caso también,
los niveles de emigración son por lo general sencillamente demasiado
bajos como para causar este efecto.
Las investigaciones demuestran que
sería en líneas generales poco razonable culpar a la emigración (la
salida de doctores, por ejemplo) de los problemas de desarrollo
estructurales como la falta de instalaciones sanitarias en las zonas
rurales. (...)
En tercer lugar, el argumento de la “fuga de cerebros” ignora el hecho
de que a menudo los emigrantes invierten grandes sumas de dinero en sus
países de origen. En 2015, los emigrantes de países en vías de
desarrollo enviaron unos 410 000 millones de dólares de regreso a casa, y
eso representa solo las remesas registradas de manera oficial.
Este
montante supera en más de 2,5 puntos el total mundial de ayuda al
desarrollo de ese mismo año (161 000 millones de dólares). (...)
6. No, los inmigrantes no quitan trabajos, ni debilitan el estado de bienestar
Las investigaciones demuestran que la mayoría
de los inmigrantes realiza trabajos que las poblaciones locales
rechazan o para los que carecen de las habilidades necesarias. Además,
diversos estudios muestran que mientras que el efecto de la inmigración
en el crecimiento económico tiende a ser positivo, es bastante reducido.
También, las afirmaciones en el sentido de que los
sistemas del bienestar avanzados, como los que existen en Alemania y
Holanda, atraen a un mayor número de inmigrantes que los países con
redes de asistencia social menos generosas, como el Reino Unido o los
EE.UU., tampoco han sido nunca demostradas.
No obstante, lo que sí muestran los estudios
es que las empresas, los ricos y las clases medias-altas son los que más
se benefician de la inmigración (aparte de los inmigrantes mismos).
Por
lo general, las personas con ingresos bajos tienen menos que ganar, y
hasta puede que salgan perdiendo en algunos casos, mientras que
irónicamente los exmigrantes son lo que más tienen que temer de los
nuevos inmigrantes en términos de competencia laboral. Los que abogan
por establecer fronteras abiertas a menudo obvian el potencial que tiene
la inmigración de aumentar la desigualdad.
7. No, la inmigración no puede resolver los problemas asociados al envejecimiento de las sociedades
La magnitud de la inmigración es demasiado
reducida para contrarrestar los efectos del envejecimiento de la
población. Un estudio de la ONU ha demostrado que, para conseguir ese
resultado, la inmigración tendría que alcanzar niveles que son tanto
indeseables como poco realistas.
Para poder contrarrestar el
envejecimiento de la población, este estudio comprobó que Alemania, por
ejemplo, necesitaría una inmigración neta de 3,5 millones de personas al
año (12 veces por encima de la media nacional de 280 000 entre los años
1991 y 2015). (...)
Además, este argumento no tiene en cuenta que el
envejecimiento de la población se está convirtiendo en un fenómeno
mundial y que algunas sociedades en proceso de envejecimiento como China
han empezado a convertirse en destinos migratorios internacionales por
méritos propios. La pregunta que nos haremos en el futuro no será tanto
cómo evitar que vengan los inmigrantes, sino como conseguir atraerlos.
8. No, no vivimos una época de migración sin precedentes
Y finalmente, una visión de conjunto. Durante más de medio siglo, el número de migrantes, tomado como porcentaje de la población mundial, ha permanecido notablemente estable en torno a un 3% desde 1960.
Y finalmente, una visión de conjunto. Durante más de medio siglo, el número de migrantes, tomado como porcentaje de la población mundial, ha permanecido notablemente estable en torno a un 3% desde 1960.
Incluso
cuando el número de migrantes internacionales ha aumentado de los 93
millones de 1960 a los 244 millones de 2015, la población mundial ha
aumentado aproximadamente al mismo ritmo, de 3000 a 7000 millones. (,,,)
Asimismo, la idea de que existe una “crisis de refugiados” mundial no
tiene ningún fundamento. A escala global, los refugiados representan un
porcentaje relativamente menor dentro del número total de migrantes.
(...) los refugiados solo representan entre el 7% y el 8% de la población
migratoria mundial, y cerca del 86% de todos los refugiados vive en
países en vías de desarrollo. (...)
El cambio más significativo en los patrones
migratorios mundiales ha sido la dirección de los movimientos de
población. Mientras que en los siglos anteriores eran sobre todo los
europeos quienes emigraban a territorios extranjeros (o los
conquistaban), desde finales de la 2ª Guerra Mundial esta tendencia se
ha invertido.
Como consecuencia de una sólida economía y de
una población cada vez más envejecida, la UE se ha convertido en un
destino migratorio mundial, y ha atraído entre 1,5 y 2,5 millones al año
de inmigrantes de fuera de la UE. Aunque esto puede parecer
considerable, supone solo entre el 0,3% y el 0,5 % de la población total
de la UE (508 millones).
Además, entre 1 y 1,5 millones de personas
abandonan la UE cada año. La inmigración neta en países europeos como
Francia o Alemania tiende a fluctuar de forma paralela a los ciclos
económicos, como ilustra el gráfico anterior, aunque la tendencia a
largo plazo no denota ningún aumento. (...)
Existe una necesidad urgente de ver la inmigración como una parte
intrínseca del crecimiento económico y del cambio social en lugar de
tomarla como un problema que hay que resolver. Es inevitable que las
sociedades ricas y abiertas experimenten en el futuro incrementos
sustanciales en los números de inmigrantes que reciben, les guste o no. (...)
En las últimas décadas, la erosión de los
derechos laborales, el aumento de la flexibilidad laboral y la
privatización de las empresas anteriormente estatales han aumentado
considerablemente la demanda de mano de obra inmigrante en Europa.
Los
acalorados debates sobre inmigración en el Reino Unido y EE.UU. (dos
economías de mercado extensamente liberalizadas que se enfrentan
constantemente a elevados niveles de inmigración) son ejemplos claros de
esta paradoja de la liberalización.
Por lo tanto, la única manera de reducir la
inmigración supone invertir la liberalización económica y regular los
mercados laborales de manera rigurosa. Aunque eso podría también reducir
los niveles de riqueza de manera general. En ese caso, la pregunta es:
¿realmente es eso lo que queremos? "
(Hein de Haas es profesor de Sociología
en la Universidad de Ámsterdam. Fue miembro fundador y anterior
codirector del Instituto de Inmigración Internacional (IMI, por sus
siglas en inglés) de la Universidad de Oxford. CTXT, 19/06/18)
No hay comentarios:
Publicar un comentario