"(...) Hay tendencias contradictorias. Por una parte, desde
hace varios años se ha terminado la recesión económica y hay crecimiento
económico y del empleo.
Por otra parte, se consolidan la precariedad
laboral y la desigualdad social, mientras persisten un paro masivo, la
devaluación salarial, los efectos de los recortes sociales y laborales,
la mayor subordinación de las clases trabajadores respecto del poder
económico-empresarial impuesto en las reformas laborales, así como el
debilitamiento de la capacidad contractual del sindicalismo.
Se produce una pugna sociopolítica y discursiva en
torno a qué tipo de salida de la crisis se está produciendo, qué
horizonte de relaciones laborales y de empleo se están generando, qué
modelo social se está instaurando, quiénes salen de la crisis económica y
quiénes no.
. Es preciso el rigor analítico e
inteLas percepciones de la sociedad y las dinámicas laborales y
sociopolíticas son contrapuestasrpretativo para clarificar una posición normativa.
Continuamos en el marco de una profunda crisis social y
económica, aun con realidades contradictorias. Así lo afirma el 54% de
la población ―y el 62% de los votantes del PSOE y el 69% de los de
Unidos Podemos―, según Metroscopia (15-5-2018),
que considera que la crisis económica "No ha sido superada y no se
superará hasta dentro de muchos años"; el 26% opina que "No ha sido
superada, pero se superará dentro de poco" y el 18% que "Ha sido
superada".
Además, existe una persistente crisis política, con
amplia desconfianza cívica hacia las élites gobernantes y una
recomposición de la representación política. Se ha superado el viejo
bipartidismo compartido entre Partido Popular y Partido Socialista y se han consolidado nuevas fuerzas emergentes de distinto signo: por un lado, como nueva derecha, Ciudadanos, y por otro lado, en el campo progresista o de izquierda, las llamadas fuerzas del cambio, con Unidos Podemos, las convergencias y las candidaturas municipalistas de unidad popular. (...)
Un hecho relevante a destacar, frente a los planes de
normalización, es el nuevo proceso de indignación cívica. Lo
significativo son las dinámicas ciudadanas y las alternativas sociales y
su relación con el cambio político-institucional, así como las
posibilidades de acuerdos de progreso, incluyendo las dificultades de la
colaboración entre Partido Socialista y fuerzas del cambio, imprescindible para garantizar la hegemonía institucional del campo progresista frente a las derechas.
Tras el largo ciclo electoral y de reajuste
representativo e institucional, precedido de una etapa de masiva
indignación cívica y movilización popular, estamos en otra fase política
con dos opciones: la articulación del cambio político de progreso, o la
consolidación reaccionaria de las derechas.
Está por ver la
conformación de qué tendencia va a ser dominante. El diagnóstico de su
interacción no está claro e independientemente de la voluntad
transformadora de distintos actores requiere el máximo de realismo
analítico. (...)
El futuro está abierto y es incierto. O sea, habrá que rechazar las
visiones deterministas, económicas y políticas, sobre la inevitabilidad
de una salida u otra, progresista o reaccionaria, y poner el acento en
los mecanismos de activación y articulación popular y su capacidad
transformadora. (...)
Lo más llamativo es la reconfiguración de las derechas, con el ascenso de Ciudadanos a costa del descenso del Partido Popular,
con alguna retórica regeneracionista, cierto marketing político de
apariencia renovadora y una reafirmación neoliberal en lo socioeconómico
y recentralizadora en lo territorial. (...)
Pero la realidad social de las mayorías ciudadanas no encaja con esos
intereses, proyectos y estrategias continuistas y reaccionarios. Hay una
pugna sociopolítica y cultural-discursiva por definirla e interpretarla
para consolidar la actitud social y las normas político-institucionales
en torno a dos opciones básicas: continuidad o cambio de progreso.
Por
un lado, con privilegio de poder para las derechas (y el mundo
económico-empresarial) y, por otro lado, con una alternativa social y
democrática. Por tanto, existen grietas en ese plan normalizador o, lo
que es lo mismo, se mantienen abiertas posibilidades de cambio. El
bloqueo institucional y el relativo equilibrio entre las ofensivas
reaccionarias y las dinámicas progresistas son inestables. (...)
Queda lejos el 15-M-2011. No obstante, con características distintas y
en un contexto diferente, se está conformando un nuevo proceso de
indignación social, con dinámicas proclives a la activación cívica, con
motivos y ámbitos específicos, entre los que sobresale un renovado e
integrador sujeto sociopolítico.
Me refiero, sobre todo, al movimiento
feminista y su ejemplar y justa movilización por la igualdad y la
justicia. Pero también hay indicios de nuevas protestas sociales, por
ejemplo la de los pensionistas y colectivos de gente trabajadora ―el
número de huelgas laborales y participantes en ellas ha vuelto a crecer
en 2017―. (...)
La interacción entre indignación popular y activación cívica con valores
democráticos e igualitarios y el agotamiento de la credibilidad de las
élites gobernantes por su gestión impopular ha dado como resultado la
conformación, entre los años 2008 y 2016, de unos nuevos equilibrios
político-institucionales.
Pero, sobre todo, se ha reforzado una nueva
mentalidad crítica; se ha consolidado una cultura democrática en amplias
mayorías sociales, especialmente juveniles, con la reafirmación en la
justicia social y la dignidad ciudadana que choca con el poder
establecido y sus prácticas más corruptas, regresivas y autoritarias. (...)
En todo caso, mi pronóstico es la nueva dimensión, interacción y
articulación de esos tres factores ―indignación cívica, activación
popular progresista y representación política alternativa―, que expresan
el comportamiento y las mentalidades de amplios sectores sociales. Ello
aun en un contexto económico y político parcialmente diferente al de la
última década en que se instaló la fuerte crisis social, económica y
política.
Sin embargo, su existencia constituye la palanca necesaria
para posibilitar y porfiar en un cambio de progreso. Tenemos la
experiencia de las distintas respuestas sociopolíticas y una limitada y
contradictoria evaluación teórica, a menudo deudora de esquemas
interpretativos rígidos.
Pero creo que hay que poner el énfasis en el
análisis riguroso de los nuevos componentes y tendencias de esta etapa
que comienza para definir mejor una posición normativa o estratégica
transformadora. (...)
No obstante, entre las capas populares (clases
trabajadoras y clases medias estancadas o en retroceso), existe una
diferenciación atendiendo a los dos indicadores básicos de poder
adquisitivo de sus ingresos salariales y su situación de ocupación o
desempleo.
Por un lado, están las personas que experimentan una
ligera mejoría económica en los últimos años respecto del inicio de la
crisis y, particularmente, del momento más profundo de la misma. Hay dos
bloques diferenciados por el estatus inicial y final.
Uno, de situación acomodada, compuesto por un 40% de
la población asalariada, o menos del 30% de la población activa (si
consideramos a personas autónomas ―con un nivel similar de ingresos― y
en desempleo –con un nivel inferior). Tienen relativa estabilidad,
cualificación de empleo y estatus de clase media, aunque tengan cierta
incertidumbre personal o familiar y en sus trayectorias.
Otro segmento distinto es gente precaria con una
mejoría relativa, pero sin salir de una situación crítica. Son,
básicamente, los dos millones y medio de nuevas personas ocupadas (con
la reducción de diez puntos de la tasa de desempleo) que han pasado del
paro a un empleo, normalmente precario, con alta intensidad del trabajo y
con salarios reducidos.
El número, sobre todo de jóvenes, es algo
superior contando con que muchas de ellos están en rotación con el
desempleo y la inactividad y en peores condiciones laborales y
salariales que las personas empleadas anteriormente. O sea, siguen sin
consolidar una trayectoria laboral estable o ascendente.
Una parte
significativa ha salido del pozo más profundo, pero siguen teniendo un
estatus precario de clase trabajadora, aunque menos malo que en sus
peores momentos o respecto de otros sectores en descenso.
Por otro lado, está el bloque empobrecido por la
devaluación salarial y más subordinado por la imposición del poder
empresarial y la precariedad laboral (incluido el temor al desempleo).
Es el bloque mayoritario de clases trabajadoras, de más de dos tercios,
al que no le ha llegado todavía la recuperación económica, ni siquiera
en sentido comparativo con el periodo más crítico.
No tienen recortes
adicionales, pero continúan en un peldaño inferior y viven el riesgo de
prolongar esa situación de lento y continuado deterioro vital.
Hay tres segmentos de la población activa
diferenciados por el distinto punto de partida y el nivel de sus
retrocesos materiales que al persistir incrementan su gravedad: los 3,8
millones de gente parada (16%), un millón jóvenes, muchos de ellos de
forma prolongada y con escasa protección al desempleo; el 30% inferior
por ingresos salariales y condiciones laborales, la mayoría jóvenes,
sobre los que recaen los ajustes más duros; el otro 30% intermedio de
clase trabajadora, con deterioro de su capacidad adquisitiva y en una
situación vulnerable.
Además, entre los años 2010-2017 la capacidad
adquisitiva de las pensiones ha caído cuatro puntos, por la diferencia
entre su congelación inicial, su subida última del 0,25% y la superior
inflación. Afecta a nueve millones y medio de pensionistas, también
perdedores de los recortes sociales. (...)
En definitiva, existen dinámicas contradictorias. Aparte de la minoría
elitista del 1% a la que le ha ido muy bien con la crisis y los ajustes
económicos, hay un amplio sector acomodado de clase media, en torno al
30%, que ha sorteado las peores consecuencias de la crisis económica, de
empleo y devaluación salarial, con menor impacto de las políticas de
recortes sociales y laborales. (...)
Para ese bloque es funcional el discurso neoliberal de las derechas de
continuismo económico, aunque no todos tienen mentalidad
liberal-conservadora. Es la disputa principal entre las derechas del PP y
C’s, a los que también apoyan otros sectores populares conservadores.
Aunque, una parte es, política y culturalmente, progresista y persiste
en su oposición a la degradación democrática o su solidaridad con su
entorno, tiende a la moderación en los cambios socioeconómicos.
El discurso liberal-conservador, legitimador de las políticas públicas
autoritarias y regresivas, no corresponde a la realidad de las mayorías
sociales, las clases trabajadoras y parte de las clases medias
descontentas. (...)
Extracto de la Comunicación presentada al IV Encuentro del Comité de Investigación de Sociología del Trabajo de la Federación Española de Sociología - FES (Universidad Autónoma de Barcelona, junio de 2018)." (Antonio Antón, Mientras Tanto, 25/05/18)
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