"(...) la tendencia dominante en el panorama internacional se caracteriza
por el avance en el control de la agenda política por la extrema
derecha, cuando no en su conquista de gobiernos, adoptando distintas
caras en función de los contextos nacionales, de los enemigos internos o externos con los que se enfrenta y de las relaciones de fuerzas.
(...) parece muy acertado el pronóstico que hacen Boffo, Saced-Filho y Fine
(2019) cuando sostienen que no nos encontramos ante “una anomalía
política transitoria que, después de un inevitable fracaso, conducirá
pronto a la restauración de una política normal de centro-derecha”
en el marco de una democracia liberal restaurada.
Al contrario, ésta
última pertenece ya al pasado, al igual que el modelo de los Estados de
bienestar que les acompañó y garantizó su legitimación. Así que con lo
que nos podemos encontrar en el futuro próximo es con un antagonismo
creciente entre democracia -incluida la representativa y pluralista- y
neoliberalismo tanto en el marco transnacional (como ya ocurre desde
hace tiempo bajo el mando de una oligarquía tecnocrático-financiera)
como en el nacional-estatal.
Con el consiguiente riesgo, allí donde
gobiernen las derechas radicales, de transformarse en dictaduras que se
ensañen especialmente en las capas más empobrecidas de la población.
Esto último es lo que puede ocurrir en un país clave como Brasil, en
donde Bolsonaro representa una de las variante neofascistas más
peligrosas (Mosquera, 2018).
Por tanto, en el futuro va a ser difícil distinguir estos regímenes
de las llamadas democracias iliberales existentes en Rusia o Turquía
cuando, además, no sólo la democracia sino principios básicos del Estado
de derecho como la separación de poderes y libertades básicas están
saltando por los aires en nuestros propios países.
Nos hallamos, por tanto, ante una nueva fase en las formas de
dominación del capitalismo a escala internacional, facilitada además por
el fracaso de la ola de indignación que en muchas partes se inició
frente al giro austeritario emprendido tras la Gran Recesión de 2008, ya
que no llegó a transformarse en una marea de mareas imparable dispuesta
a acabar con el neoliberalismo.
Sólo el movimiento feminista, cada vez
más transnacionalizado, ha podido resistir a ese reflujo y aparecer hoy,
como ha reivindicado oportunamente Angela Davis a su paso por Madrid 1/,
como una fuerza social colectiva dispuesta a hacer frente a las nuevas
amenazas reaccionarias: un movimiento que aspira a ir más allá de un
feminismo blanco y de clase media, sólo preocupado por el techo de cristal,
para recordarnos que “raza, género y clase son elementos entrelazados”
y, por tanto, hay que buscar la confluencia de todas las luchas frente a
las distintas formas de explotación y dominación.
Aterrizando ya en el caso español, (...) el ciclo abierto por el 15M, aun con sus limitaciones, ha reducido hasta
ahora significativamente el espacio de crecimiento de fuerzas similares
a las que representan Marine Le Pen o Salvini.
Aun así, hemos podido comprobar cómo el desgaste del gobierno de Rajoy
ante el desafío independentista catalán en una parte de su base social,
junto con el retorno del debate sobre la memoria histórica, el contagio
del trumpismo y el ascenso de la xenofobia en Europa, han
facilitado la emergencia de una fuerza como Vox que no muestra complejo
alguno en reivindicar el franquismo y el racismo y en asumir ejes de la guerra cultural
muy conservadores.
Eso sí, sin ocultar al mismo tiempo su obediencia a
las políticas neoliberales y, como el PP y C’s, sin cuestionar al establishment de la UE. (...)" (Jaime Pastor, El Viejo Topo, 13/11/18)
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