"(...) La izquierda en general ha acogido bien la idea de practicar un “cordón sanitario” a la formación de extrema derecha. (...)
Sin embargo, tras pensarlo políticamente con más reposo, tengo dos dudas que quiero compartir (...)
En primer lugar, las dudas de carácter normativo: no estoy seguro de que
sea positivo que la presencia de las formaciones políticas en los
órganos representativos esté guiada por algún consenso moral sobre su
ideología (que siempre se pueden aplicar en sentido contrario), en lugar
de por su peso social y electoral. (...)
Y eso conecta con la segunda duda, de carácter estratégico y mucho más
importante: ¿Sus ideas serán más fácilmente derrotadas si a los
diputados de Vox se les practican “cordones sanitarios”? Creo
honestamente que no. En primer lugar, porque esa táctica no ha
funcionado en ningún país de nuestro entorno (el ejemplo de Le Pen en
Francia es el más evidente), donde al contrario han hecho crecer a las
formaciones reaccionarias.
En segundo lugar, porque los representantes
de la ultraderecha están muy cómodos si se les regala el papel de
“formación antiestablishment” frente a la cual todos los otros
partidos se coaligan. Las fuerzas progresistas se sitúan así a la
defensiva y pierden la iniciativa, mientras que los reaccionarios se
pueden presentar como outsiders separados de la política
convencional por alguna suerte de diferencia radical que los hace
diferentes. Vox ansía ocupar este lugar, que por tanto no debería
regalársele. (...)
El terreno de combate sigue siendo el sentido común de época,
contradictorio y ambivalente, en el que conviven elementos
potencialmente reaccionarios con consensos de mucho recorrido
democrático e igualitarista. Y atravesando todas las ansiedades y
expectativas: la posibilidad de reconstruir una sociedad rasgada, cada
vez más desigual y que mira al futuro sin certezas, sin plan.
Sin embargo, Vox no es una fuerza política que combata la ruptura
de la comunidad y la fractura de la vida cotidiana de los españoles,
por la sencilla razón de que hacer eso implica enfrentar la desigualdad,
la precariedad y los privilegios de unos pocos. En España hablar de
reconstruir el contrato social es hablar de justicia social y equilibrar
la balanza, rota por las políticas neoliberales de tierra quemada y
dislocación social.
Para cambiar esta situación es necesario apostar por un Estado
responsable y emprendedor, que movilice un ambicioso programa de
industrialización verde, que blinde los derechos sociales y que
restablezca el derecho laboral a los centros de trabajo, que proteja la
renta de los hogares para cuidar el mercado interno y un desarrollo
económico social y ecológicamente sostenible.
Por el contrario, Vox
comparte las recetas económicas de la FAES y del PP, las de la ley del
más fuerte, el sálvese quien pueda y la puesta del país y las
administraciones públicas al servicio del enriquecimiento de una pequeña
minoría confiando en que después la riqueza gotee hacia abajo. Llevamos
décadas comprobando que esta es una política fallida pero el fanatismo
neoliberal quiere persistir en el error.
Tampoco es Vox una fuerza política de regeneración u opuesta al
sistema de partidos, por cuanto se ha demostrado la fuerza auxiliar que
ayuda al Partido Popular a mantener el poder, en particular allí donde
se ha visto sumido en mayores problemas de corrupción, como en Madrid,
en Murcia o en la Comunidad Valenciana si hubiese podido.
Los mayores éxitos de Vox han sido por un lado arrastrar al PP y a
Ciudadanos a sus posiciones, desgarrando por el camino al partido
naranja y radicalizando al conjunto del bloque en un sentido
reaccionario. Y por el otro lado haber colocado a las fuerzas
progresistas a la defensiva, devolviéndolas al eje izquierda-derecha que
es esencialmente el eje de la estabilidad del orden existente y
cambiando una política antioligárquica por una política “antiderechista”
o “antifascista”.
Esta disposición del campo político español puede
arrojar un fenómeno aparentemente contradictorio como tener a las
fuerzas “de izquierdas” en un gobierno a la defensiva y a las “de
derechas” en la oposición, pero a la ofensiva cultural e ideológicamente
hablando. En un cierto sentido parece como si el debate político, sus
términos y su clima hubiese regresado 20 años atrás.
El último CIS
mostraba que más del 54% de los españoles votó en las pasadas elecciones
generales para evitar que ganasen las derechas o las izquierdas. Esto
sólo puede ser nocivo para las posibilidades de cambio en España:
disgrega y bloquea las posibilidades de articular una amplia mayoría
popular en favor del equilibrio social y ecológico.
El cambio de un
escenario político marcado por el “abajo/arriba” a uno marcado por el
“izquierda/ derecha” constituye en sí mismo una derrota: fragmenta a los
damnificados por el neoliberalismo y sus políticas de saqueo, disloca
la posible construcción de un pueblo.
Es urgente por tanto pensar las razones de lo que antes denominaba el
regreso del péndulo, las condiciones en las que el ciclo político
anterior se cerró y las posibilidades de volver a trabajar por una
voluntad general regeneradora que no sea meramente de parte (“las
izquierdas”) ni le regale la idea de España a los representantes de los
privilegiados. Si se constituye un gobierno de izquierdas hay que luchar
por defenderlo al mismo tiempo que plantar las condiciones para salir
de las posiciones resistencialistas o de impasse.
Las dos tareas más
importantes del momento son, por tanto: que retomar el trabajo de
construcción cultural y comunitario, que en otras ocasiones hemos
llamado “carril largo”; y al mismo tiempo pensar las políticas públicas
que abran un ciclo virtuoso de recuperación y consolidación de derechos y
que permitan reconstruir el lazo social en la vida cotidiana. Identidad
y lazo social. O las construye un proyecto democrático o las construye,
en la guerra del penúltimo contra el último, la reacción. Esa es la
tarea del momento." (Íñigo Errejón, Público, 01/12/19)
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