"El inicio de un nuevo año, y más el de una década, es siempre un buen
momento para poner sobre la mesa tareas pendiente y desafíos. Me atrevo
a contribuir a esa tarea señalando los mayores problemas que yo creo
que tiene nuestro mundo y el horizonte al que en mi opinión debería
apunta su solución para poder evitar que sigan produciendo las fracturas
tan dramáticas que hasta ahora vienen generando.
1. Conservar la vida en el planeta.
Acabamos de vivir una cumbre mundial sobre esta cuestión y no creo
que sea necesario abundar en las consecuencias terribles que puede tener
la emergencia climática en la que nos encontramos. Yo no puedo añadir
mucho más a lo mucho que ya se ha dicho al respecto, pero sí quisiera
subrayar algo que me parece esencial. No habrá forma de dar respuesta a
los problemas medioambientales que amenazan la vida en nuestro planeta
si no se parte de un convencimiento común y efectivo: ni la naturaleza
en su conjunto ni los recursos que nos provee son mercancías.
No han
sido creados como tales y eso significa que no pueden utilizarse con el
único propósito de hacerlos rentables en los mercados. No hay solución
sostenible ni verdadera para el planeta que no pase por asumir un
principio básico: lo que por su intrínseca naturaleza es común y
perteneciente no sólo a la generación presente sino también a las
futuras no puede ser apropiado privadamente por nadie, ni destruirse.
2. Garantizar el sustento de todos los seres humanos.
Según la FAO (Organización de Naciones Unidas para la Alimentación)
11 de cada 100 seres humanos pasan hambre actualmente en el mundo y cada
día mueren unas 25.000 personas por esa causa. No hay otro fenómeno que
provoque más muertes injustificadas y evitables porque, según esa misma
organización y otras muchas, en nuestro planeta hay recursos materiales
de sobra para poder alimentar suficientemente a toda la población
mundial.
Y no se trata sólo evitar que tantas personas mueran de hambre, sino
también de proporcionarles recursos que les garanticen una vida
mínimamente decente. Algo que está perfectamente a nuestro alcance.
Según el Banco Internacional de Pagos, el volumen total de
transacciones financieras que se realizan en el mundo es de unos 11.000
billones de dólares (millones de millones). Eso quiere decir que con una
simple tasa de 20 céntimos por cada 100 dólares de transacción se
podría financiar todo el gasto público mundial ELIMINANDO TODOS Y CADA
UNO DE LOS DEMÁS IMPUESTOS QUE HAY EN EL PLANETA. Y que con otra de más o
menos la misma insignificante proporción se podría conceder una renta
básica decente a toda la población mundial.
Eso no sería todo lo que se necesita, pero es la demostración
palpable de que estamos ante un desafío perfectamente alcanzable que no
se logra porque no se asume como imperativo ético esencial el derecho a
la vida que tememos todos los seres humanos.
3. Ejercicio efectivo de los derechos humanos.
El último informe anual de Human Rights Watch dice que «estos son
tiempos oscuros para los derechos humanos», que «a pesar de la creciente
resistencia, las fuerzas de la autocracia han experimentado un auge» y
que «varios gobiernos importantes (de Estados Unidos, Francia, Gran
Bretaña, Alemania, …) flaquearon» en la defensa de los derechos humanos.
Hace 72 años que se suscribió masivamente la Declaración Universal de
los Derechos Humanos y es cierto que se han dado avances
importantísimos, pero de ninguna manera suficientes o completos. Un
desafío fundamental es el establecimiento definitivo de un sistema de
justicia universal que combata los crímenes que lesionan o incluso
acaban con esos derechos, y reconocer y perseguir específicamente los
crímenes económicos contra la humanidad.
4. Libertad real de acceso a la información.
Gracias a internet y a las redes sociales, nunca en la historia de la
humanidad ha habido mejores y más asequibles formas de acceso a la
información. Pero cada día es más claro que eso no es suficiente porque
el uso de las nuevas tecnologías y de las organizaciones que son
necesarias para elaborarla, empaquetarla y difundirla está cada más
concentrado. Siete empresas controlan casi el 70% de toda la red de
comunicación mundial y en españa cuatro consejos de administración hacen
lo mismo con el 80% de las audiencias de televisión y radio, por no
hablar del poder inmenso de las nuevas megacorporaciones como google o
facebook.
Esa concentración tan extraordinaria y la falta de controles
efectivos está en la base de la mentira y la manipulación, cuya
expansión tampoco tiene precedentes. Sin información libre y plural no
hay posibilidad real de ejercer la ciudadanía y de condicionar y
presionar al poder. Garantizar la transparencia, perseguir y condenar la
mentira, hacer posible el acceso libre y efectivo a la información y a
los medios de comunicación y democratizar el acceso a la tecnología y a
su uso, son los grandes desafíos en nuestra época del biga data y de las
redes.
5. Gobernanza global.
La mundialización de prácticamente todas nuestras relaciones sociales
e incluso personales es ya un proceso que no tiene vuelta atrás, pero
que se ha dado sin que al mismo tiempo se diseñen y desarrollen
mecanismos e instituciones de regulación y control a la misma escala o
nivel. Y sin ellos es prácticamente imposible impedir que sólo quienes
disponen de más dinero, información o acceso al poder puedan decidir a
su antojo lo que se puede hacer o no en el planeta.
Las consecuencias
del unilateralismo y de la falta de espacios y foros de debate y
decisión cooperativa y plural a escala global están a la vista, y cada
día resulta más urgente hacer frente a esta carencia que puede terminar
destruyendo la ya de por sí escasa democracia que hay en el planeta.
6. Reestructuración y jubileo de la deuda.
La deuda se ha convertido en la losa más grande que pesa sobre las
familias, las empresas, los gobiernos y la sociedad en general.
Según el Fondo Monetario Internacional, el total de la pública y
privada ha crecido un 60% desde 2007 en todo el mundo, unos 70 billones
de dólares en la última década, y actualmente representa más de tres
veces del producto bruto mundial.
La economía actual tiene la deuda como motor y eso significa que es
imposible impedir que se produzcan colapsos periódicos y quizá uno
global de magnitud incalculable si no se le pone freno. Y al respecto
hay que saber que es mentira que ese incremento de la deuda sea
consecuencia de una mala praxis de familias, empresa o gobiernos.
No, lo
que realmente sucede es que el sector económico más poderoso del
planeta, el bancario, tiene el privilegio de crear dinero y, por tanto,
beneficio y poder, creando deuda. Y usa su evidente influencia en todo
el mundo para imponer políticas económicas que limitan los ingresos para
promover su negocio, el crecimiento de la deuda. Prácticamente el 100%
de la deuda acumulada en la Unión Europea desde 1995 (más del 60% en
España) se debe a intereses, y una gran parte de esa carga es incluso
inmoral e injusta.
Hacer frente a este volumen de deuda es materialmente imposible y
todas las crisis de deuda que ha habida a lo largo de la historia, sin
excepción, se han resuelto con decisiones políticas. Ya es hora de hacer
frente al bárbaro endeudamiento que ha provocado el poder inmenso y la
avaricia bancaria abriendo negociaciones que lleven a su
reestructuración, a quitas ordenadas e incluso a un jubileo global. Sin
ello, será imposible garantizar una mínima estabilidad en el mundo a
medio y largo plazo.
7. Justicia fiscal.
Gracias a la enorme influencia política y mediática que han acumulado, los grandes poderes económicos y financieros han conseguido hacer creer que la mejor política para todos es rebajar impuestos. Pero eso sólo se ha traducido en que solamente sean ellos quienes dejen de contribuir a la financiación de los gastos comunes, produciendo así los déficits y el incremento de la deuda que, como acabo de decir, les interesa porque ese es su negocio y lo que esclaviza a los que tienen abajo.
Según los economistas Emmanuel Saez y Gabriel Zucman, de la
Universidad de Berkeley, las 400 familias más ricas de Estados Unidos
pagaron en impuestos en 2018 el 23% de sus ingresos y las clases
trabajadoras el 24%. Y los paraísos fiscales y las distintas formas de
elusión y fraude fiscal contempladas en las propias leyes fiscales
permiten que las multinacionales y grandes fortunas apenas contribuyan a
los gastos comunes.
Las grandes empresas se llevan alrededor del 40% de
sus beneficios (unos 600.000 millones de dólares anuales) a esos
territorios opacos. Y eso, a pesar de que son quienes en mayor medida se
benefician del gasto público, porque no hay que olvidar que un euro
gastado por el Estado se convierte prácticamente de forma instantánea en
un ingreso del capital privado (porque va directamente a él o porque se
traduce en gasto en consumo que va a las empresas, o en ahorro que
rentabiliza el sistema financiero).
El desafío es doble. Por un lado, asumir en la práctica el imperativo
ético de que todos hemos de contribuir a la financiación del gasto que
es común en proporción a nuestra capacidad. Y, por otro, que si el
proceso de mundialización es ineludible hay que hacer que la fiscalidad
que responda a ese anterior principio se establezca también a escala
internacional.
8. Socialización del dinero y el crédito.
El crédito que sirve para poder realizar gastos a lo largo del tiempo
y el dinero que es lo que utilizamos para saldar las deudas que genera
nuestra diferente participación en los procesos productivos, son para
las economías como la savia de las plantas o la sangre de los demás
seres vivos. Sin ellos, es prácticamente imposible satisfacer las
necesidades humanas cuando se ha alcanzado un cierto nivel de
desarrollo.
Pero en el capitalismo se ha permitido que el dinero se
convierta en una mercancía más que, para colmo y tal y como he dicho,
pueden crear de la nada unos agentes especialmente privilegiados. Eso es
lo que constantemente produce los cuellos de botella que generan crisis
que traen destrucción de empresas, de empleo y de riqueza.
La alternativa no es la broma de hacer creer que todo el mundo
debiera tener acceso libre al dinero y al crédito sin más. No, el
desafío consiste en establecer sistemas financieros que proporcionen los
medios de pago y el crédito necesarios para garantizar la actividad
productiva con eficiencia, responsabilidad, solvencia, suficiencia y
equilibrio y no sólo buscando el beneficio de quien lo crea, como he
dicho, de la nada.
Y en particular, consiste en poner un freno radical
al uso especulativo de los medios de pago que provoca las burbujas y las
innumerables crisis financieras que se vienen dando en las últimas
décadas, justamente desde que se liberalizó el sistema financiero,
exacerbando la mercantilización del dinero y el crédito.
9. Justicia y simetría en el comercio internacional.
Seguramente, no hay una organización o proceso más farisaico e
injusto en nuestro mundo que el del comercio internacional. Sus reglas
permiten que los poderosos se protejan y tengan plena libertad de acción
mientras que obligan a los países más pobres (en realidad,
empobrecidos) a desarmarse plenamente y a someterse a las normas que les
imponen los ricos. Con una apariencia de igualdad y una retórica que
dice defender el liberalismo, lo que en realidad se ha establecido es un
régimen de doble moral y de trato discriminatorio en favor de los
poderosos.
No se trata de reclamar para todos el proteccionismo
reaccionario que practican los ricos. El desafío es combinar la apertura
con la cooperación y la libertad de actuación con el justo derecho a la
protección que tienen todos los países y no sólo los ricos, para poder
promover un nuevo tipo de economías que satisfaga las necesidades desde
la proximidad, la eficiencia y el respeto a la naturaleza.
El régimen
actual del comercio internacional genera conflictos políticos, raciona
artificialmente la producción que sería necesaria para acabar con el
hambre y la insatisfacción, la ubica de forma muy ineficiente y
ecológicamente insostenible, crea pobreza y destruye las economías y los
lazos sociales. Hay que acabar con este régimen de injusticia comercial
impuesto por las grandes compañías multinacionales con el apoyo de los
gobiernos de las grandes potencias.
10. Desmercantilización del trabajo.
Un grupo de relatores independientes elaboró el año pasado un informe
para Naciones Unidas en el que señalaban que «hoy vivimos en un mundo
más rico, pero también más desigual que nunca». Y que algunos informes
sugieren que el 82% de toda la riqueza creada en 2017 fue al 1% de la
población más privilegiada económicamente, mientras que el 50% de los
estratos sociales más bajos no vio ningún aumento en absoluto.
Esta desigualdad creciente en las últimas décadas tiene diversas
causas bien conocidas: la apropiación privilegiada de los beneficios del
aumento de la productividad por el capital, las reformas legales que
han acabado con derechos laborales básicos, la discriminación de género,
la globalización asimétrica, la inequidad fiscal, la deuda… Pero una de
ellas es la que está detrás de todas las demás: la utilización del
trabajo humano como si fuera una simple mercancía. Eso lleva a que la
inmensa mayoría de las personas sólo puedan disponer de ingresos para
vivir si venden su tiempo de trabajo en los mercados. En unos mercados,
en donde cada vez tienen menos derechos y poder de negociación.
Por eso, el desafío más básico y necesario de nuestra época es acabar
con esa mercantilización del trabajo para hacer posible que las
personas puedan disponer de recursos suficientes para tener una vida
digna con independencia de lo que ocurra en los mercados laborales. Y
eso implica fortalecer las políticas sociales, los servicios de
bienestar y, en general, las instituciones que garantizan que todos los
seres humanos tengan recursos mínimos para vivir dignamente por el
simple hecho de serlo. Y también reducir notablemente la jornada de
trabajo para evitar que la revolución digital que se avecina provoque
desempleo de masas.
Puede parece un desafío radical, inalcanzable, propio de extremistas…
pero lo cierto es que la idea de que «el trabajo no es una mercancía»
es el primer principio fundamental de los cuatro establecidos en la
Declaración de Filadelfia de 10 de mayo de 1944 que han firmado, entre
otros muchos países, todos los socios de la Unión Europea. El desafío
consiste simplemente en cumplir con el compromiso adquirido.
10+1. Una nueva forma de pensar y de contemplar el mundo y a nuestros semejantes.
Los anteriores desafíos se refieren a objetivos, a tareas que habría
que emprender pero quizá ninguno de ellos pueda hacerse realmente
efectivo y alcanzarse si no se cambia nuestra forma de pensar, asumiendo
un conocimiento complejo, omnicomprensivo, cósmico, ecologizante,
humanista y crítico. Si no cambiamos nuestra forma de medir y de fijar
los objetivos que perseguimos, si no anteponemos la mejora de nuestra
vida a la multiplicación del dinero, y la felicidad o la satisfacción
auténtica y la responsabilidad a la consecución del lucro privado sin
límites.
Si nuestra acción personal y colectiva no se vincula a
compromisos o incluso a imperativos éticos que condiciones nuestra toma
de decisiones. Si no aceptamos someternos a la rendición de cuentas que
debe ser parte ineludible de una acción individual y colectiva honesta y
respetuosa con nuestros semejantes. Y si no entendemos que la paz y el
diálogo no son el fin sino el camino."
(Juan Torres López, Ganas de escribir, 30/12/19. Publicado en lapoliticaonline.es el 28 de diciembre de 2019)
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