"El nacionalismo blanco está en ascenso en Estados Unidos. Según la Liga Antidifamación, en 2018 y 2019 hubo 6768 incidentes de extremismo y antisemitismo (mayoritariamente desde la derecha). Esa cifra es significativamente mayor a la de años anteriores, lo que lleva a muchos a la conclusión de que el alza del extremismo local es culpa del presidente Donald Trump.
Desde el inicio de la campaña presidencial en 2015, Trump alentó a sus
simpatizantes en forma abierta o encubierta a cometer actos de
violencia. (...)
Las palabras de Trump tienen consecuencias. Además del asesino de Charlottesville,
otros nacionalistas blancos que perpetraron actos notorios de violencia
o terrorismo interno dijeron haber sido inspirados por el presidente. (...)
La propensión de Trump a fomentar la violencia y distorsionar la verdad llevó a muchos a concluir que es un fascista.
Lo más preocupante es el intento de Trump de deslegitimar las
instituciones democráticas y los procedimientos burocráticos
imparciales, no sólo para proteger los negocios turbios suyos y de su
familia, sino también como una estrategia para aumentar su poder y
autoridad personales.
Los fascistas italianos y los nazis usaron rutinariamente estrategias similares de los años veinte en adelante.Pero sería un error exagerar la analogía. Para empezar, el fascismo de entreguerras no se puede entender sin la contracara del comunismo, al que muchos alemanes e italianos de clase media consideraban una amenaza existencial. Pero hoy esa amenaza no existe. (...)
En segundo lugar, en el período posterior a la Primera Guerra Mundial,
una proporción significativa de la población de muchos países estaba
formada por varones jóvenes traumatizados, desilusionados y endurecidos
en combate. (...)
En tercer lugar, dejando a un lado la retórica y la búsqueda de ayuda
extranjera para la campaña de reelección, Trump todavía no intentó
consolidar su poder por medios no electorales. Eso puede cambiar si
pierde ante los demócratas en noviembre. Pero incluso entonces, sería
muy distinto del debilitamiento sistemático de los procesos democráticos
llevado a cabo por los fascistas del pasado.
Finalmente, si bien el
apoyo incondicional del Partido Republicano a Trump es inquietantemente
similar a la conducta de los políticos de centroderecha que respaldaron a
Benito Mussolini y Adolf Hitler, no hay nada inherentemente fascista en
el hecho de que políticos sin principios se comporten en forma
deshonrosa.Esto es importante porque no es lo mismo llamar a Trump
fascista que aplicarle algún otro rótulo.
Por supuesto que un segundo
período presidencial de Trump sería una crisis existencial para las
instituciones estadounidenses. Las fuerzas que pusieron freno a su
agenda (sobre todo, la ciudadanía movilizada)
perderían poder conforme la autoridad de Trump se siga normalizando.
Habría un debilitamiento de las convenciones políticas todavía más
radical que durante el primer mandato de Trump.
El intento actual de la
administración de desterrar
de la burocracia a expertos imparciales continuaría con total libertad.
Podría haber una polarización irreparable del sistema político,
incluidos los tribunales.Pero la polarización partidista y la
destrucción de un espacio intermedio para el acuerdo son armas
fundamentales de la guerra que Trump libra contra las instituciones
que deben ponerle coto.
Los que acusan a Trump y a sus partidarios de
ser fascistas sólo profundizan la divisoria y deslegitiman los
padecimientos (a menudo válidos) de millones de estadounidenses que en
su mayoría nada tienen que ver con el nacionalismo blanco y el
extremismo.
Las estrategias más prometedoras para oponer resistencia a Trump y
derrotarlo son totalmente distintas a las que fueron necesarias para
combatir a los movimientos fascistas del siglo XX.
(...) lo mejor es aplicar una estrategia con dos partes. En primer lugar, los
demócratas (y las demás fuerzas interesadas) deben hallar un modo mejor
de comunicarse con los millones que votaron a Trump porque se sintieron
(en muchos casos, con razón) económicamente marginados y políticamente
ignorados. Cualquier movimiento que dé la espalda a esos estadounidenses
no sólo reduce sus posibilidades de ganar poder político, sino que
también profundiza la polarización que permitió a Trump actuar con casi
total libertad. (...)
En segundo lugar, los demócratas tienen que ganar en forma decisiva. De
lo contrario, Trump y sus simpatizantes dirán que les robaron la
elección. Se necesita una victoria contundente de los demócratas para
dar una señal al país de que la mayoría de los estadounidenses se oponen
a la agenda destructiva, al desprecio de las instituciones políticas
estadounidenses y a la retórica divisiva de Trump.Todavía estamos a
tiempo para responder a los padecimientos de los estadounidenses y
reconstruir las instituciones del país. Pero no será posible en un
entorno políticamente polarizado, y las acusaciones de fascismo sólo
harán que ese entorno sea menos favorable a los oponentes de Trump." (Daron Acemoglu, Professor of Economics at MIT, Project Syndicate, 15/01/20)
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