"La covid-19 tendrá muchas secuelas en nuestras vidas y en la economía,
pero posiblemente sea una de ellas la que va a marcar especialmente
nuestro futuro: el crecimiento de la deuda. (...)
Ante el endeudamiento extraordinario se puede caer en diferentes
tentaciones que darían lugar a problemas mucho peores de los que estamos
viviendo.
La primera es creer que las economías pueden seguir teniendo a la
deuda como motor de la actividad económica por tiempo indefinido. Es un
error fatal: si el crecimiento de la economía depende del crecimiento de
la deuda se deduce fácilmente que para que crezca la economía debe
crecer ... ¡el crecimiento de la deuda! Es decir, que para que no se
detenga el crecimiento de la economía debe producirse una aceleración
constante de la deuda, algo materialmente imposible.
La segunda tentación es pensar que el crecimiento cuantitativo de la
deuda no es lo que realmente importa, sino que hay que prestar atención a
la proporción que la deuda representa sobre el PIB. De ahí se deduciría
que mientras que se logre que crezca suficientemente el PIB se podrá
gobernar la deuda sin problemas. Se trata de otro error importante por
varias razones. En primer lugar, porque eso puede ser cierto en valores
agregados, pero no cuando se baja a la concreción del endeudamiento.
La
deuda total no se distribuye homogéneamente entre todos los sujetos
económicos, de modo que un determinado porcentaje de deuda sobre el PIB
que puede parecernos soportable es en realidad letal para muchas
empresas y hogares. En segundo lugar, porque el crecimiento continuado
del PIB para sostener la deuda ni es posible permanentemente, como dije
antes, ni deseable.
En las condiciones en que hoy día se produce y
consume, más actividad económica es una amenaza para el medio ambiente
que a la postre bloquea no sólo a la propia actividad económica sino a
la vida en el planeta. Y, finalmente, porque el porcentaje de deuda
sobre el PIB no es por sí mismo indicador de la sostenibilidad de la
deuda.
Algunas economías, como la japonesa, pueden salir adelante con
porcentajes de deuda muy elevados y otras, como la propia española,
pueden tener muchas más dificultades a pesar de tenerlo bastante más
bajo: el mayor o menor daño de la deuda depende de que haya más o menos
pública o privada, de quiénes sean los acreedores o de la estructura de
generación de ingresos de cada economía, entre otras razones.
La tercera tentación es creer que la única deuda que genera problemas
y a la que hay que hacer frente es la pública. Es otro error grave
porque la deuda de los gobiernos incluso puede ser la solución cuando la
economía se paraliza, mientras que la deuda privada y especialmente la
de las empresas termina frenando la inversión y la creación de actividad
económica. De hecho, mientras que en estos momentos la primera es de
obligada generación para sacar adelante a las economías, la que están
acumulando las empresas en todo el mundo se va a convertir en la
principal causa de problemas en los próximos tiempos.
La cuarta tentación consiste en creer que, para frenar el crecimiento
de la deuda, y especialmente de la pública, lo que hay que hacer es
recortar gastos. Al pensar esto se olvida que el gasto es el motor de la
economía y que, cuando se reduce, lo que ocurre es que las economías se
frenan, de modo que resulta más difícil disponer de ingresos para pagar
la deuda, lo que obliga a endeudarse más todavía, lo que hace que
aumente sin cesar.
Es la paradoja que encierran las erróneas políticas
de austeridad que se aplicaron en Europa para hacer frente a la crisis
de 2008 y la que ha dado lugar a que haya millones de empresas zombis
(sin beneficios suficientes para pagar su deuda) en la economía mundial.
La quinta tentación es creer, aunque sea sin decirlo, que lo mejor o
lo único que se puede hacer frente a la deuda es permitir que la
inflación, la subida de precios, "se la coma". Es un error porque así es
cierto que se reduce la deuda, pero a costa de otros problemas
colaterales, de eficiencia y de equidad, posiblemente peores.
La última tentación es considerar que la deuda es el resultado de que
los sujetos económicos viven por encima de sus posibilidades cuando la
realidad es otra: la deuda es el negocio de la banca, un negocio que
pueden hacer crecer ad infinitum porque el dinero que prestan
lo sacan de la nada. El modo de vida que lleva a recurrir constantemente
al crédito es el impuesto por la publicidad, la cultura y las políticas
de escasez artificial que promueven la banca y los grandes poderes
financieros para ampliar su negocio.
Si de verdad se desea acabar con la losa y la esclavitud que genera
la deuda hay que entender que ésta se incrementa sin cesar en nuestro
tiempo por cuatro razones principales.
La primera causa de crecimiento constante de la deuda es la
desigualdad. Mientras que la renta se viene concentrando cada día más en
un grupo social muy reducido de población y de empresas, la mayoría de
la gente y de las pequeñas y medianas empresas o de los trabajadores
autónomos viven en condiciones cada vez más precarias, con ingresos que
apenas si llegan a cubrir sus gastos o necesidades, y mucho más cuando
la economía se deteriora por cualquier circunstancia, como ahora con la
pandemia. No hay manera de disminuir la deuda que no pase por frenar la
concentración de la renta y reducir la desigualdad.
La segunda causa que hace que la deuda y los problemas que plantea
aumenten sin cesar es la caída en la tasa de rentabilidad del capital
productivo que es paralelo al aumento en de la que corresponde al
capital financiero. No se puede reducir la deuda sin desincentivar y
penalizar la ganancia que produce la especulación financiera e
incentivar y proteger a la que genera la actividad económica productiva y
ambientalmente sostenible.
La tercera causa que está haciendo que la deuda aumente son los
intereses y, en general, los gastos asociados al crédito. Si sólo se
considera el tipo de interés oficial o de referencia que fijan los
bancos centrales podría creerse que esta factura es muy baja para los
hogares y las empresas, pero basta con comprobar el tipo efectivo que se
aplica a los préstamos que reciben para comprobar lo que realmente
representan los intereses (las operaciones de crédito habituales de la
banca española se realizan con tipos efectivos de alrededor del 5% a
poco que pasen de un año y las operación aplazadas con tarjeta de
crédito puede tener un TAE superior al 50% a pesar de que todas ellas se
financian con un dinero que los bancos crean sin coste alguno). Y un
coste financiero singular que supone una carga a veces insoportable
(especialmente para los Estados) es el que impone la especulación
financiera aumentando, muchas veces alentando riesgos que ellos mismos
crean, las primas de riesgo o la volatilidad de los productos
financieros con que se renegocian sin parar los títulos de la deuda. No
se podrá reducir la deuda mientras se mantenga el poder de mercado de
los bancos que les permite imponer costes financieros desorbitados y se
frene la especulación.
La cuarta razón que explica que la deuda crezca sin parar ya lo he
mencionado: es el negocio de los grupos más poderosos del planeta, no
sólo económica sino políticamente. Dicho de otro modo, no será posible
reducirla sin limitar el poder político de estos grupos. Y como éste
proviene del privilegio que les supone poder crear dinero de la nada,
sólo se podrá evitar que sigan dominando el mundo a través de la deuda
si se acaba con el sistema de reserva fraccionaria que es como se llama
técnicamente ese modo de actuar de la banca.
Todo lo que acabo de señalar creo que lleva a una conclusión
elemental: puesto que la deuda ha crecido tanto porque se ha convertido
en el motor principal de nuestras economías y es el negocio más rentable
de quienes tienen la capacidad de tomar las decisiones que guían las
políticas económicas, no hay posibilidad real de reducirla sin paralizar
la vida económica y provocando, por tanto, un colapso de las economías.
Es la paradoja de nuestro tiempo.
No se puede arreglar un problema en
el motor de un vehículo sin detenerlo. Así que, o dejamos que nuestras
economías de deuda sigan avanzando a toda velocidad hacia el precipicio o
se toman decisiones de otro tipo, políticas, que son las que siempre se
han utilizado para resolver las crisis de deuda cuando éstas han
alcanzado puntos de no retorno, como nos ocurre ahora.
No cabe otra posibilidad que poner los relojes a cero o, al menos, en
una hora que permita que las economías respiren. No hay otra forma de
enfrentarse a la situación a la que hemos llegado que no sea la de
diseñar una amortización estratégica de la deuda global mediante
reestructuraciones y quitas bien organizadas. Reestructurar las deudas
no es algo nuevo en la historia económica.
Países que ahora son tan
reacios a ellos, como Alemania, no podría haber llegado a donde han
llegado en su historia reciente sin condonaciones, modificaciones y
quitas diversas de su deuda. Los bancos centrales no pueden seguir
poniendo dinero sin límite para salvar a los bancos de los impagos de
deuda que su propia codicia y privilegios producen cuando podrían
permitir fácilmente que las economías abordaran en óptimas condiciones
su reconstrucción y desarrollo para hacer frente a los grandes problemas
que tenemos por delante.
Ahora mismo, la negociación a escala internacional de un plan para la
eliminación de la deuda como principal problema de las economías puede
parecer una utopía. En poco tiempo, será una necesidad acuciante y los
banqueros y grandes financieros tendrán que pasar por el aro. Ya han
ganado lo suficiente y las economías, las empresas que crean riqueza y
empleo y las personas, ya han sufrido bastante e innecesariamente." (Juan Torres López, Público, 18/06/20)
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