"(...) En este instante conviven dos esferas paralelas de la economía, cuya
expresión más obvia la encontramos en la distancia existente entre las
bolsas y la vida cotidiana: las cifras de una sirven escasamente para la
otra.
La diferencia entre los índices bursátiles y los datos de
empleo, consumo, hipotecas, salarios o paro, eso que conforma la
cotidianidad de la mayoría de la gente, es un buen retrato de los dos caminos que ha tomado la economía. La pasada semana,
el desplome de un 34% de la producción industrial en abril y los
augurios del Banco Central Europeo (BCE), que esperaba una reducción de
la riqueza en el área monetaria del 8,7% en 2020 y una caída del PIB
entre abril y junio del 13%, coincidían con la efervescencia en la
cotización de las acciones.
Esta semana, cuando las poblaciones
occidentales comienzan a salir del desconfinamiento, bares y tiendas
vuelven a abrir, y aumenta la confianza en la recuperación, las bolsas
se corrigen a la baja. Parece difícil de entender, salvo que se comprenda que cada uno va por su cuenta.
1. Dos mundos, dos economías
La pregunta acerca de cómo es
posible que, en medio de una crisis grave, haya un sector de la economía
que se esté recuperando tan rápidamente, no es difícil de contestar. La
respuesta de los bancos centrales, que ha sido contundente, ha ayudado
mucho a que la confianza de los inversores se restablezca rápido. Han prometido que harían lo suficiente durante el tiempo suficiente para cerrar el gran agujero de la economía actual, la situación de las empresas demasiado estratégicas para caer.
Había muchas grandes firmas en situación de riesgo, dado su
endeudamiento, y este parón económico amenazaba seriamente su
continuidad. Al inundar de efectivo la economía y respaldar la
trayectoria futura de estas compañías garantizando la compra de sus
bonos, se ha tranquilizado a los inversores, con lo que las acciones han
subido.
El efecto de esta acción es paradójico, porque la pandemia está sirviendo para que compañías grandes se hagan aún más grandes gracias al respaldo público: su acceso a los mercados del crédito nunca ha sido mejor.
En algunos casos, como ha ocurrido con las tecnológicas, sus acciones
han alcanzado máximos históricos y sus bonos se pagan a tasas de interés
muy bajas. Es un gran negocio para los inversores, ya que si las cosas
se tuercen tienen la garantía de los bancos centrales, y supone una
recompensa moralmente negativa para empresas que se habían gestionado
mal, así como para quienes invirtieron en ella a sabiendas de los
riesgos que generaban.
Además, teniendo en cuenta que tales empresas van
a realizar todos los ajustes posibles una vez pase este momento, con
obvias consecuencias en la pérdida de empleos, una reacción de esta
clase tendrá el pernicioso efecto de beneficiar al capital y a los
gestores de las compañías y de perjudicar al resto de la sociedad.
Mientras
tanto, muchas tiendas han cerrado y no saben en qué condiciones
volverán a abrir y, lo que es peor, cuánto lograrán aguantar. Los
minoristas están en situación límite, las pymes viven un momento muy
difícil, y los trabajadores ven cómo sus empleos van desapareciendo. Se
puede decir de otra manera: mientras las clases medias y las
trabajadoras sufren momentos muy difíciles, por la caída en sus recursos
y por la elevada incertidumbre, las clases propietarias de activos, las
que adquieren bonos corporativos y deuda pública, están saliendo
reforzadas.
Esto aumenta la desigualdad, porque los grandes propietarios de activos no son clases medias ni trabajadoras (en EEUU, como en Europa, el 90% de las acciones son propiedad del 10% más rico, según la Reserva Federal)
y porque al recibir un respaldo bastante débil, las pymes, los
autónomos y los trabajadores, lo tendrán bastante más difícil para
conservar el nivel de vida previo a la pandemia, que ya estaba
deteriorado.
2. El gran giro
Esta salida de la crisis no
es el nacimiento de algo nuevo, sino el refuerzo de una tendencia
operativa desde hace mucho tiempo. La economía financiarizada, con su acceso privilegiado al dinero, se separó de la economía real décadas atrás, y por eso se popularizaron en el ámbito anglosajón expresiones como ‘Main Street vs. Wall Street’ o ‘makers vs. takers’: eran la expresión concreta de un mal de larga data. James Galbraith lo explica bastante bien a través del ejemplo de EEUU, que es muy similar al europeo. (...)
El crecimiento de la demanda
durante los años 60 partió de la venta de bienes como automóviles,
televisores o electrodomésticos, mientras que en la actualidad una parte mucho mayor del gasto interno tiene lugar en restaurantes, bares, hoteles, centros turísticos, gimnasios, salones, cafeterías y salones de tatuajes, así como en educación, sanidad y vivienda.
Estos
son también los sectores que mayor trabajo proporcionan a los
estadounidenses, y los que más van a sufrir con la pandemia, porque se
puede prescindir de buena parte de ellos: la gente seguirá comiendo y bebiendo, pero lo hará menos fuera de casa,
al contar con menos recursos. También viajarán menos, dejarán de acudir
al gimnasio y prescindirán de actos culturales. Muchas empresas
pequeñas temen este escenario, por las consecuencias presentes y las
futuras, y muchos millones de trabajadores del sector servicios se han
dado cuenta de que sus empleos pueden tener un recorrido corto.
A la bajada de ingresos en esos sectores, se sumará la presión por
las deudas. Algunas provendrán de los retrasos en el pago de alquileres o
hipotecas, o en los préstamos para el consumo, pero también de las que
generen las pequeñas empresas que intentarán sobrevivir. La mala situación del Estado y de los gobiernos locales llevarán a reducir gastos para pagar las deudas en las que se incurran
en estas fechas, lo cual supondrá más pérdida de empleos y menos
servicios. Quizá durante un tiempo no sea así, pero cuando este
paréntesis se cierre, llegarán los problemas.
Las previsiones no son buenas
para estos sectores: empresas en concurso de acreedores, millones de
trabajadores sin empleo, cada vez más familias en riesgo de exclusión
social y aumento de la desigualdad.
Esto es producto de un cambio sistémico, y no solo de la mejor o peor gestión de los gobernantes actuales; subraya el giro que ha existido en las economías occidentales, que ha sido de un calado profundo.
3. La huida hacia adelante
Esta separación entre la gente común y las clases que de verdad tienen dinero se está agrandando tras la pandemia, lo que equivale a decir que la economía financiarizada y la real se están distanciando todavía más. Y era previsible, porque en la recesión anterior ya vivimos esta brecha y le dimos una solución que la hizo más profunda. (...)
4. Los ahorros excesivos
El 11 por ciento más rico de la población mundial posee más del 80% de la riqueza, según afirma Credit Suisse, y mucha riqueza en pocas manos significa que hay mucho dinero excedente: lo que se puede comprar tiene un límite. Este “exceso de ahorro de los ricos”, sin embargo, no está guardado en una caja, sino que vuelve a los mercados con el objetivo de producir rendimiento.
El problema de fondo
es que todo ese enorme capital que circula por las esferas virtuales,
raramente aterriza en la economía productiva, la de la gente común. Se destina al sector financiero, a la deuda, a los fondos de inversión, al 'private equity',
que circulan por una vía muy distinta. Es una economía muy real en
tanto produce beneficios y rentabilidad, pero no genera efectos
positivos en el conjunto de la sociedad; peor aún, la debilita. (...)
Han sido años de gran bonanza, solo que nosotros no nos hemos enterado.
5. El encuentro con lo real
Así
se ha llegado a 2020, el año de la pandemia. La crisis era una
situación esperada que, como tantas otras cosas, el coronavirus aceleró.
Todos estos años de dinero ficticio operando en una esfera virtual tenían que encontrarse con lo real en algún momento.
Como ya hemos señalado,
esta vez no han sido los bancos, sino las compañías demasiado
estratégicas para caer, esas grandes firmas demasiado endeudadas, las
que han provocado la necesidad de que se inserten grandes cantidades de
dinero en la economía.
Mohamed El-Erian, asesor económico de Allianz, afirma que el apoyo masivo que ha brindado la Reserva Federal a “compañías zombis” improductivas supone un gran riesgo,
ya que también se pueden crear “mercados zombis”, cuya distorsión hará
que el capital no se use adecuadamente. Es probable que la advertencia
de El-Erian llegue tarde, porque eso es lo que se ha estado ocurriendo
desde 2008.
En esta situación, y cuando la respuesta a la crisis de 2020 consiste en
hacer lo mismo que en la precedente, pero ampliando el músculo de la
ayuda, los riesgos tienden a aumentar.
El-Erian señala, y es una posición ampliamente aceptada,
que el apalancamiento actual a través del rescate institucional a las
grandes empresas (y al sector financiero que se beneficia de ellas) es
aconsejable y necesario, siempre y cuando después se produzca
crecimiento económico. La resolución de los problemas de liquidez es
precisa, a condición de que no lleve a la insolvencia.
Si la economía vuelve a funcionar, todo irá bien. Pero
si no es así y no se produce crecimiento en la economía real, la de los
empleos y el consumo, nos encontraremos con un sobreendeudamiento masivo
que llevará a la falta de pago y a las reestructuraciones de deuda.
En
este orden, se imponen medidas en varias direcciones, según El-Erian:
los gobiernos deben garantizar una base más sólida para el crecimiento
que no solo beneficie a los sectores con más recursos, los inversores
deben ser más cuidadosos y reducir su exposición al riesgo y las
empresas deben resistir la tentación de utilizar la deuda para la
ingeniería financiera, las recompras de acciones y los bonus para sus
directivos.
Todo correcto, salvo que estas llamadas a la prudencia son operativamente muy débiles. El problema de fondo es que existen dos esferas altamente desconectadas,
dos caminos diferentes de entender la economía y dos formas de obtener
rentabilidad, y en ese escenario las apelaciones a la cordura suponen
quedar en manos de la buena voluntad. La cuestión de fondo es
estructural: el único modo para que eso se produzca sería generar
cambios de calado que permitieran que la economía productiva y la
financiera volvieran a conectarse de un modo que beneficiase a la
primera. Solo por ese camino, el de que las clases medias y trabajadoras
occidentales volvieran a tener recursos, se generaría crecimiento.
6. Sentido de la Historia
Escoger esa vía supone cruzar una
línea bastante peligrosa, porque significaría que los sectores que más
están ganando tendrían que renunciar a parte de sus beneficios. Y esto
no es tan sencillo.
Un ejemplo significativo lo tenemos en el desacople con China.
Separarse de la producción barata implicaría, entre otros efectos,
dañar las cuentas de resultados de las grandes firmas que fabrican allí,
y muy pocas empresas están dispuestas a cambiar el guion (y sus
accionistas menos todavía). El desacople que se sugiere es diferente, y
tiene que ver con minar el recorrido ascendente de la potencia asiática,
en especial en la competencia que realiza en sectores de alto valor
añadido y en su poder militar, o en bienes estratégicos, no en la
fabricación barata.
La economía real juega un papel similar para
la financiera, es parte de su fuente de beneficios, es la base a partir
de la cual genera rentabilidad. Como ocurre con China, al ámbito
financiero le interesa que funcione, pero no en exceso, porque eso
dañaría el nivel de beneficios. Aumentar el nivel de vida de las clases
trabajadoras y medias occidentales potenciaría el consumo e impulsaría
el crecimiento, pero lo haría a costa de restar dividendos, y es un
sacrificio que todavía no se quiere realizar.
La salida de esta crisis
lo demuestra: los recursos han llegado rápidamente y en grandes
cantidades a los sectores más potentes de la economía, y mucho más
lentamente y en menor cantidad a los pequeños negocios y a los
trabajadores. Se han aportado cantidades paliativas a la
economía real, justo lo necesario para que no se asfixie, pero
insuficientes para recuperarla y potenciarla.
Sin
embargo, esta es la única solución significativa a esta crisis, un
aumento de los recursos, el nivel de vida y las posibilidades de las
clases perdedoras en los últimos tiempos. Este giro hacia la economía
real, hacia ‘Main Street’ y hacia la recuperación de las clases
trabajadoras, subrayaría que se cuenta con sentido del momento
histórico, demostraría responsabilidad en la clase política y
comprensión de la importancia de la cohesión social, la que fue la base
del capitalismo de la posguerra.
De momento, nada de esto está presente,
por lo que viviremos un tiempo en el que habrá recuperación y el
próximo año, si no hay antes rebrote de la pandemia, la gente común
volverá a sufrir en sus carnes la crisis. Y aumentarán las tensiones,
las opciones antisistémicas, el descontento social, la inestabilidad. Y así seguiremos. No hemos aprendido nada de 2008. Ni de la Historia." (Esteban Hernández, El Confidencial, 12/06/20)
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