"(...) Largas colas en los bancos de alimentos, parroquias y locales de
Caritas, todos ellos sobrepasados por la resaca de miseria que deja el
paso de la pandemia. Enhorabuena a los decrecentistas, ahí tenéis las
consecuencias del deseado decrecimiento. Empezamos por una caída del
9,6% del PIB. Y el temor de que esto sea sólo el principio, según se
agoten las prestaciones por desempleo y los ERTEs se vayan convirtiendo
en EREs de extinción.
No cabe duda. Un Estado que no es capaz de alimentar adecuadamente a
todos sus ciudadanos y de proveerles de un techo, es un país de mierda.
Por muchas competiciones deportivas que gane, artilugios militares
despliegue en sus fiestas nacionales y obras fabulosas edifique.
Lo de
la corrupción generalizada, el autoritarismo indisimulado y la
incompetencia rampante son sólo indicios. La prueba definitiva de que
España es un Estado y sociedad de mierda es que aún entrado en el s.XXI
toleramos que alguien sólo coma una vez al día o que tenga que buscar
cobijo en un cajero o bajo un viaducto.
Desde el gobierno se propone, y de nuevo debo aquí dar gracias al
coletas, una renta mínima. Bien está, pero sin menoscabo de que todo el
mundo tenga una cierta disposición de efectivo para poder tener una
mínima capacidad de consumo discrecional, el problema alimentario se
podría y debería resolver de una forma más eficiente: con comedores
populares.
Pero lejos de ser lugares reservados para los más
desprovistos de nuestra sociedad, lo que yo propongo es algo muy
diferente: comedores sociales donde todo el vecindario pueda acudir, no
sólo ni mucho menos indigentes o necesitados, sino trabajadores,
estudiantes y jubilados. Cada cual pagaría acorde a sus posibilidades,
nada quien nada tiene, el coste del servicio quien se lo pueda permitir.
Hablaba el otro día del frenillo que los progres, diciéndose muy
izquierdosos, tienen en el cerebro. Son incapaces, fisiológicamente
incapaces de imaginar que el Estado puede desarrollar muchos cometidos
más allá de la provisión de sanidad y educación. Normalmente viene al
caso de la creación de empresas industriales de capital público (la
cabra tira al monte), pero hay muchas otras necesidades que podrías ser
satisfechas con ventaja por servicios públicos.
Se ofrecería un menú con dos o tres opciones en cada plato, dietética
y culinariamente de calidad. Ni mucho menos la sopa del pobre o el
caldo negro de los espartiatas, aunque sí recogiendo el espíritu de
camaradería e igualitarismo (dentro del cuerpo ciudadano) de éstos.
Antes de que nadie camine por el techo echando espumarajos verdes por la
boca mientras aúlla “bolcheviqueeees”, hay que recordar que sería sólo
una opción que el Estado ofrecería a la ciudadanía. Obviamente, quien
quisiera podría comer en su propia casa o acudir a la restauración
privada. Es un servicio público, no una obligación.
¿Ventajas? Unas cuantas, dos de las cuales ya las he mencionado:
cortar de raíz el problema silencioso e infamante de la malnutrición en
la sociedad española, de esos miles de personas que alternan macarrones
con arroz, y sólo se pueden permitir proteína animal algún día de la
semana. Y, de paso, estimular la vida comunitaria haciendo de la mesa
punto de encuentro entre vecinos.
Pero la principal es la eficiencia: en coste, tiempo y energía. Sí,
energía, el consumo de energía primaria asociado a la cocina representa
sobre un 3% (hablo de memoria) en sociedades desarrolladas. Y se consume
mucha menos energía en una cocina profesional para quinientos
comensales que quinientas cazuelitas cada uno preparando su comida.
Aún más importante es el tiempo: ofreciendo a trabajadores y
estudiantes una opción de restauración de calidad a buen precio, se
eliminan desplazamientos (de nuevo energía) y la necesidad de la
interrupción de dos horas para volver a casa, preparar la comida,
deglutirla y volver a salir pitando al tajo. Es una distribución
racional del trabajo: profesionales de la restauración preparan y sirven
una comida más sana y sabrosa, liberando tiempo para que profesionales
de otros ámbitos puedan dedicar más tiempo a su especialidad, y no a
jugar a las cocinitas.
Y cuanto antes acaben su cometido, antes pueden
iniciar su tiempo dedicado al ocio (la soirée, concepto que,
como el honor, no existe en España). Sólo por no fregar los platos o el
fastidio de hacer la compra, muchos jubilados con todo el tiempo del
mundo escogerían este servicio.
Contad las horas consumidas en ambas opciones: tres profesionales
cocinan para 500 personas en jornada completa, y otros siete sirven y
recogen. 80 horas de trabajo cada día. La otra opción, 500 personas se
preparan el desayuno, comida y cena, desde hacer la compra a fregar los
platos y lavar las servilletas. Sí, no hay que echar muchas cuentas.
Y sin duda, esta prestación es para la sociedad también
económicamente más eficiente. En el caso de aquellos que recibirían este
servicio sin coste, con un coste menor aseguras una buena alimentación.
¿Qué estimáis que es más conveniente para la persona necesitada,
ponerle en la mano unos billetes a principios de mes y allá te las
apañes (que te provea el mercado), u ofrecerle la oportunidad de comer
(y desayunar y cenar) sin coste ni molestia alguna en cualquiera de esos
comedores? Por supuestísimo, lo mismo reza para la vivienda, pero no
quiero alargar en demasía este artículo, pero es de todo punto evidente
que es preferible proveer a una persona de comida y alojamiento, y como
digo algo de efectivo, a darle 461€ que no llegan ni para alquilar la
caseta del perro en una gran ciudad, y luego a comer macarrones todos
los días.
Efectivamente, el Estado cubre mejor las necesidades dando
parte de esa prestación en especie. De hecho, las prestaciones
monetarias suelen acabar en manos de los caseros vía inflación en los
alquileres más bajos. Y si subes cien euros la prestación, cien euros
más que ganará el casero.
Pero insisto, los que no puedan pagar el plato sólo serían una
pequeña parte de los comensales potenciales en esos comedores. A la
mayoría de las personas, que sí pagarían por el ágape, simplemente les
resultaría rentable en tiempo, esfuerzo y dinero acudir al comedor
social y comer a mesa puesta. Y es que se nos olvida la inmensa
capacidad que puede tener un Estado bien organizado (es decir, tras
arrojar al Leteo a los burócratas que lo parasitan). Puede ir a un
agricultor y decirle, a cuánto vendes el kilo de patatas, a 15¢? Te pago
17¢ y me llenas ese camión.
Pero si tú quieres hacer patatas fritas,
tienes que pagarlas a 1€ de precio finalista. Por eso, el Estado es
capaz de ponerte un menú en mantel de tela, por menos de lo que tú te
gastarías en comprar los ingredientes. Se llaman economías de escala, y
aunque siempre se citan para la empresa privada, son igualmente válidas
para empresas y servicios públicos.
Y una sociedad que cubre sus necesidades de modo más eficiente, es una sociedad más competitiva y, por lo tanto, más próspera.
Bueno, ¿qué os parece la propuesta? ¿Una utopía, un ensueño
irrealizable? ¿Qué respuesta podríamos esperar de la derecha, pero
también del grueso de la progresía, miserables pequeñoburgueses que
consideran el multiculturalismo como un plato típico en un restaurante
étnico en algún barrio chuli de la gran ciudad? Pues la cuestión es que
todo esto que os estoy contando no es fruto de mi imaginación, os estaba
describiendo el comedor de un centro de día que hace ya años que
funciona en mi antiguo barrio, en Madriz. Aunque en principio está
pensado para los jubilados, pueden acudir quien quiera y, de hecho, son
mayoría los trabajadores jóvenes que comparten espacio con naturalidad
con los ancianos. En el barrio lo llaman “los viejitos”, realmente ni he
reparado en su nombre oficial.
Las escasas ocasiones que bajo a esa mole de fealdad, olores agresivos y
materia inerte que es la capital del reino, lo que menos me apetece es
ponerme a hacer la compra después del viaje y meterme entre cucharones.
Así que me voy a los viejitos y cómo (el diacrítico se lo añado yo, por
mi cuenta y riesgo) como Satanás manda, primer plato, segundo plato y
postre; buenos alimentos, mejor preparados que podría hacerlo yo y sin
perder el tiempo recogiendo y fregando.
Llego, me sirven, pago menos de
lo que, como dije, me costaría a mí preparar todo aquello y ahorro lo
menos hora y media para dedicarlas a las gestiones que me han traído a
tan ingrato lugar, para resolverlas cuanto antes y escapar escopeteado
en procura de aire limpio y un entorno que no oprima el corazón. (...)" (La mirada del mendigo, 30/05/20)
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