"En nombre de
mi frágil salud mental intento ver mínimamente la televisión y tampoco
dispongo de medios tecnológicos que me informen machaconamente del aquí y
ahora. No soporto al encender el bicho que este repita hasta el mareo y
a todas horas el término nueva normalidad. Que los lingüistas me
descifren el significado de ese mantra, porque a mí todo me parece
anormal.
También me pongo enfermo con los chillidos y el insoportable
tono de voz de tanto periodista juvenil narrando el estado de las cosas o
llevando a categoría de noticia las anécdotas más distinguibles, a la
búsqueda en tiempos duros de encontrar su hueco en el sol. Y el acento
solidario y la retahíla de quereos los unos a los otros para vencer al
monstruo y volver a ser felices que exhibe la melosa publicidad. Dentro
de unos meses una parte de sus receptores tal vez no disponga de medios
para comprar nada, se limitarán a que no les falte pan y agua.
Dentro
de la nueva normalidad también debe de figurar una dama enmascarada que
se puso a gritar como posesa en una tienda al estar a punto de chocar
con otro enmascarado. Y veo a un fulano que mata su precioso tiempo
disparando enloquecidamente a blancos cuya careta son los miembros del
Gobierno. Ignoro si el cerebro de la histérica y del francotirador
estaban averiados antes de la pandemia o simbolizan la nueva normalidad.
También voy a releer Diario de la guerra del cerdo, que narra la inexplicable y feroz caza de ancianos que se monta en la ciudad de Buenos Aires. Y la película Cuando el destino nos alcance,
en la que los viejos, terminales o desesperados, pueden suicidarse con
una pastilla indolora mientras que ven en la pantalla las antiguas
maravillas de la Tierra y escuchan a Mozart y Beethoven. A cambio su
carne servirá de alimento a la superpoblada humanidad. ¿Ciencia ficción?
Sé de uno que se apuntaría al experimento." (Carlos Boyero, El País 20/06/20)
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