"De la crisis que está viviendo el mundo decía John Le Carré en estas mismas páginas de Babelia: "Es tan drástica e irreversible como el muro de Berlín (...) en estos momentos estamos divididos entre los que están afectados por la recesión y aquellos que simplemente la observan. Pero el acto final de todo esto será más igualitario (...) Ahora nos dicen que tengamos miedo...".
Para abordar estos acontecimientos contemporáneos que muy genéricamente se definen como crisis hay que partir de varias premisas metodológicas previas. La primera, que en tiempos de incertidumbre ser optimista es una cuestión de moralidad pública (...)
La segunda premisa son los problemas de diagnóstico que hemos padecido respecto a la crisis: la ausencia de relato. Casi dos años después de iniciada, apenas nos ponemos de acuerdo con sus orígenes remotos -más allá de generalidades como la codicia- y mucho menos sobre su profundidad y duración. (...)
Algunos analistas cuentan con ironía, pero con verdad, que la crisis financiera ha tenido tres fases: en la primera, el vendedor sabía lo que vendía y el comprador sabía lo que compraba; en la segunda, el vendedor sabía lo que vendía pero el comprador no sabía lo que compraba; en la tercera, el vendedor no sabía lo que vendía y el comprador no sabía lo que compraba. (...)
La tercera premisa está vinculada directamente a la anterior: mucho antes que las burbujas tecnológicas, inmobiliarias, bursátiles, financieras, había una burbuja del conocimiento que duró ya al menos un cuarto de siglo, basada en una visión economicista del mundo, según la cual éste se autorregulaba sin intervención de los poderes públicos, la agregación del interés de cada uno generaba el interés común y no había límites a la acción humana sobre la naturaleza. (...)
La crisis actual posee dos características principales: tiene el potencial de ser la más destructiva para el planeta desde la Gran Depresión de los años treinta del siglo pasado; y es multidisciplinar, hace tiempo amplió sus códigos genéticos económicos y se extendió como un pulpo por la sociología de la vida y las condiciones de supervivencia de los ciudadanos, sean éstas políticas o sociales. (...)
Hay científicos sociales que al analizar la crisis actual introducen algunos elementos propios de las décadas de los veinte y los treinta del siglo pasado y hablan directamente de la "economía del miedo". Las crisis multiplican el miedo. No se trata del miedo al terrorismo (que permanece agazapado), sino el miedo al otro, al diferente, al inmigrante que viene de fuera y compite por nuestros escasos puestos de trabajo y por las prestaciones de nuestro welfare.
El miedo como un ingrediente activo de la vida política de las democracias occidentales, como acaeció en otros momentos de la anterior y atormentada centuria (Sobre el olvidado siglo XX, de Tony Judd): el miedo a la incontrolable velocidad del cambio, a perder el empleo, a quedar atrás en una distribución de recursos cada vez más desigual. A perder el control de las circunstancias y rutinas de nuestra vida diaria. Y quizá, o sobre todo, miedo no sólo a que ya no podamos definir nuestras vidas sino también a que quienes tienen la autoridad (nuestros representantes elegidos) hayan perdido el control a favor de fuerzas que están más allá de su alcance." (Joaquín Estafanía: Lo peor no es inevitable. El País, Babelia, 06/06/2009, p. 5)
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