"Las causas principales de la crisis del euro no son todas debidas a la
crisis económica mundial de 2008; de todos modos, estas habrían
conducido a una explosión, aunque no hubieran sido precipitadas por la
ofensiva de los mercados financieros que querían reconstituir sus
pérdidas rápidamente a partir de 2010.
Estas causas se deben
principalmente a dos factores estructurales: la ausencia de coherencia
de la zona euro, ligada a los desequilibrios de las balanzas de pagos y,
por tanto, a la división estructural que se instauró entre los países
del norte con superávit (Alemania, Países Bajos, Austria) y los países
del sur deficitarios (entre ellos, tendencialmente, Francia); y la
acentuación de esta divergencia de competitividad debida a la
insuficiente integración dentro de la zona que, por falta de un
presupuesto europeo capaz de financiarla seriamente, reproduce entre las
regiones europeas las desigualdades preexistentes al establecimiento de
la moneda única. (...)
Y también a dos factores coyunturales: el euro fuerte, que penaliza la
competitividad tanto dentro como fuera de la zona euro y que beneficia
esencialmente a Alemania; y los dramáticos errores de gestión del Banco
Central Europeo al principio de la crisis, que no supo ver que se
trataba de una crisis sistémica del capitalismo financiero
internacional.
Los mercados financieros han centrado sus ataques especulativos en los países deficitarios haciendo su deuda soberana insoportable y acentuando aún más los déficits. Ahora bien, en esta ocasión se ha constatado que la solidaridad europea era un deseo piadoso, ya que con un presupuesto europeo en torno al 1% del PIB no se pueden hacer milagros. Queda la austeridad que la troika impone hoy día a través de una política coercitiva y disciplinaria. (...)
Los mercados financieros han centrado sus ataques especulativos en los países deficitarios haciendo su deuda soberana insoportable y acentuando aún más los déficits. Ahora bien, en esta ocasión se ha constatado que la solidaridad europea era un deseo piadoso, ya que con un presupuesto europeo en torno al 1% del PIB no se pueden hacer milagros. Queda la austeridad que la troika impone hoy día a través de una política coercitiva y disciplinaria. (...)
En realidad, el euro estuvo mal concebido desde el principio. Sin una
arquitectura gubernamental, un presupuesto federal ni una coordinación
fiscal y social era imposible llevar a cabo una moneda única que fuera
provechosa para todos los miembros de la zona euro.
Este debate se
produjo a principios de los años 1990, desde entonces ha sido olvidado.
Hay que retomarlo para evitar la explosión del euro o, lo que sería más
grave todavía, la puesta en marcha de una Europa a dos velocidades, la
de los ricos y la de los pobres.
Podemos examinar aquí rápidamente varios escenarios.
Podemos examinar aquí rápidamente varios escenarios.
El primero es el
elegido por la Comisión de Bruselas, el Banco Central Europeo y
Alemania: imposición de una política de austeridad que, de facto, rompe
todos los mecanismos de cohesión social existentes en los países en
dificultad. (...)
El segundo escenario es el de la evolución desde el actual euro caro
hacia un euro competitivo, menos caro, que favorecería las exportaciones
de todos los países europeos. Ello supone un gobierno económico europeo
que oriente la política monetaria del Banco Central. Es un escenario
del que, desgraciadamente, Alemania no quiere oír hablar, porque el euro
sobrevalorado le resulta más provechoso. Penaliza las exportaciones de
los países en dificultad y aumenta el desequilibrio de la balanza de
pagos. (...)
El tercer escenario es preconizado por algunos grandes economistas
alemanes (entre ellos, los profesores Hans-Werner Sinn o, también,
Wilhelm Nölling), que, de forma diversa, mantienen que hay que
considerar la “salida organizada” de los países del sur y la
constitución de un núcleo duro con Estados del norte (de cinco a seis)
dentro del euro actual (...)
El cuarto escenario, principalmente defendido en Francia por algunos
economistas, sostiene que para salvar el euro hay que operar una
mutación en la moneda única para ir hacia una moneda “común”. Esta
constituiría un sistema que religaría en la zona euro las monedas
nacionales (euro-marco, euro-franco, euro-pesetas, etcétera) a un patrón
común, que funcionaría como moneda de cambio y de reserva
internacional.
Ello permitiría a estas monedas fluctuar en su seno y
operar devaluaciones competitivas, que son necesarias para lanzar de
nuevo la actividad económica.
La ventaja de esta solución sería
conservar una moneda común, por tanto no habría que renunciar al euro, y
permitiría a cada país sumarse, a su propio ritmo, a esta moneda sin
tener que padecer exigencias de criterios presupuestarios y de déficits
impuestos por el TECG. Así, volvería a ser posible la idea de políticas
nacionales contracíclicas." (Sami Naïr, El País, Jaque al neoliberalismo, 18/05/2013)
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