"Ya han pasado cinco años desde el 2015. Tiempo de hacer balance de la
nueva configuración del tablero político en el Estado español.
Tiempos
marcados en el plano estatal por: una consolidación del municipalismo que va más allá de las urnas locales y
propone una activación política desde barrios y pueblos; el surgimiento
a partir de 2016 del movimiento “Toma las plazas y la economía” –que
aunó tradiciones de mareas sindicales, de aquel 15M surgido en 2011 y
propuestas de economías relocalizadas–; la quiebra del bipartidismo que no pudo gobernar en 2019,
a pesar de las alianzas estables entre el PP y el PSOE; y la
consolidación de Podemos como primera fuerza política y referente
europeo de los partidos-ciudadanía.
Todo ello se tradujo, además, en una
mayoría legitimada social y electoralmente para iniciar el proceso
constituyente que finalizará el próximo año.
Evoluciones que
fueron consecuencia de dos factores, fundamentalmente: del descontento
mayoritario frente a las embestidas de la agenda neoliberal y del avance de una cultura política que apunta, en sus medios y en sus fines, a una radicalización de la democracia en terrenos sociales, económicos y de la crítica política.
¿Cuál
ha sido el papel de los movimientos sociales en este proceso? Los
movimientos proponen nuevas gramáticas –discursos, formas de hacer y
organizarse– de protesta y de reproducir nuestro mundo. Son buenos, por
así decirlo, innovando cuando, frente a un descontento mayúsculo, las
herramientas para su superación están caducas y no llegan a la
población, están cooptadas o son serviles a un status quo.
A partir de
aquí construyen escenarios y herramientas que visibilizan conflictos,
ganan legitimidad entre públicos descontentos y proponen nuevas
articulaciones con otros sectores afectados por injusticias que son
“emparentables”.
“Lo llaman democracia y no lo es” fue el
principio, que partió de las protestas antiglobalización y eclosionó en
el 15M. Fueron necesarias urdimbres más lentas y subterráneas para
llegar a sacudir las calles y el mundo laboral en el 2016. “Toma la
plaza y la economía” ocupó espacios públicos para crear asambleas y
dinamizar cooperativas locales.
Pero también entró en centros de trabajo
y en instituciones que favorecían la aplicación de la agenda
neoliberal. Permitió ser muchos y muchas, a la par que estar
articuladas, desde un sindicalismo reconstruido, un revisitado 15M y un
movimiento vecinal reactivado. Amplió los niveles de conflicto de manera
que los reyes maquiavélicos –élites, monarcas, gestores de la política
autoritaria–) no pudieron persuadirnos de que iban vestidos, de que
obraban “por nuestro bien”.
La fusión, descentralizada y autónoma, de
estas renovadas mareas, que eran reinventados 15Ms para, a su vez,
reconstruir un nuevo sindicalismo, dió una potencia y un sostenimiento a los cambios operados en la parte más institucional del ciclo político. (...)
Pero entre el 2015 y el 2019 se lograron dos cosas importantes.
Primero, congeniar poder electoral próximo –urnas municipales– y poder
social –movimentista– para lanzar un órdago al poder electoral estatal
–urnas generales– como antesala de la construcción de otro poder
político –nuevas agendas desde nuevas instituciones–.
Las candidaturas
municipales se transformaron, en sí mismas, en ejercicios de
participación y de pedagogía política crítica, a través de diversas
iniciativas electorales abiertas, que relegaron a un segundo plano los liderazgos mediáticos, la construcción desde siglas pre-existentes y la idea de sustituir los votos por la construcción de otras sociedades.
Y
segundo, desde el punto de vista programático, las apuestas por una
democracia participativa –abrir instituciones, derechos sociales,
economías endógenas y sustentables, declaración de la ilegitimidad de
las deudas impuestas– partieron de un apoyo y una inclusión reales hacia las iniciativas de democracia radical –gestión
directa de recursos públicos, deliberación en plazas y centros de
trabajo, relocalización de economías, potenciación de redes de cuidados
más cotidianos–.
Así, capilaridad y vitalidad se unieron desde el
protagonismo social. Empoderamiento social a través de la
experimentación de otras sociedades y de una población activa en
diversas mareas políticas, decidiendo no sólo cada cuatro años, si no cada cuatro horas –directa
o delegadamente, pero eligiendolo en cada momento–.
Se produjo, pues,
un empoderamiento convivencial –sociedades “paralelas”–, base del poder
social –crítica en la calle–, que utilizó el poder electoral –urnas–
para modificar el poder político –intervención institucional en bienes
comunes y necesidades generales–.
La rebeldía permitió el encuentro de reformas rupturistas y revoluciones constructivas. Y desafiantes: se desplazó, y no sólo se incomodó, al poder político.
El protagonismo social y la urgencia de abrir fisuras en la agenda
neoliberal estuvo en el centro –no en los laterales– de una diversidad
de actores, intereses y culturas políticas que operaron de forma
autónoma y articulada." (Ángel Calle Collado – Periódico Diagonal, en Attac España, 04/08/2014)
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