"(...) Los bancos centrales de medio mundo se han embarcado en un delirante concurso para averiguar cuál de ellos puede crear la variante más psicótica de la flexibilización cuantitativa.
Quien lo consiga tendrá el dudoso honor de aportar esa postrera gota
que colma el vaso, y que desestabilizará irremediablemente el sistema
financiero mundial. Pero todos y cada uno de ellos son responsables. (...)
La expansión cuantitativa no aumenta la inflación;
tampoco genera empleo; ni siquiera reactiva la producción industrial; y
muchísimo menos favorece la inversión productiva y el consumo privado.
Es una operación sencilla, que implica la compra de bonos y su sustitución por dinero a tipos de intereses cero.
El objetivo es hacer que los ahorradores se sientan incómodos con sus
ahorros. Pero ello no va a animar a la gente a ahorrar menos.
Simplemente, buscarán formas alternativas de ahorro.
Cuando los inversores aumentan el apetito por el riesgo, el dinero a tipos de interés cero animará a sus poseedores a tratarlo como si fuera una patata caliente, buscando inversiones más arriesgadas, pero que produzcan una mayor rentabilidad. El ciclo continúa hasta que al final cada activo especulativo está lo suficientemente sobrevalorado
de manera que su rendimiento potencial ex-ante es cero o negativo.
En
realidad es esto lo que han venido generado los bancos centrales desde
1998: burbujas o inflaciones de activos financieros e inmobiliarios, a
cual más perversa para el ciclo económico real.
En definitiva, siempre que los inversores están dispuestos a especular, el efecto principal de la expansión cuantitativa es amplificar dichas tendencias especulativas. Los inversores, además, parecen inmutables, incapaces de reconocer una burbuja hasta después de que ésta estalle.
Cuando los inversores tienen aversión al riesgo, el mayor potencial de
rendimiento de un activo de riesgo no es suficiente para compensar el
riesgo percibido de una disminución de los precios.
Esa es la razón por
la que la persistencia en la flexibilización monetaria fue totalmente
ineficaz durante los períodos 2000-2002 y 2007-2009. Mientras que la
relajación monetaria puede animar a los inversores a pasar de la
aversión al riesgo a la búsqueda del mismo, ese resultado es en realidad
la excepción, no la regla.
Históricamente, la relación de causalidad va
en la dirección opuesta: la flexibilización monetaria exacerba la especulación financiera una vez que los inversores ya están inclinados a especular. (...)
Si uno analiza econométricamente los datos, descubrirá, por ejemplo, que las variaciones en el crecimiento del dinero y el desempleo no están fuertemente correlacionadas con la inflación.
También se puede demostrar que el “output gap” o diferencia entre el
crecimiento potencial de una economía y su crecimiento real, si bien
puede guardar relación con las variaciones de precios, la relación del
output gap con la inflación no es lineal.
La mayoría de los economistas han renunciado al espíritu crítico, al análisis de los datos, y se han dejado embaucar por los cantos de sirena que rodean al mito de la política monetaria. La razón, como hemos dicho antes, es ideológica, desprestigiar a la política fiscal, muchísimo más efectiva.
Se debería haber puesto en marcha las políticas fiscales expansivas destinadas a la acumulación de capital productivo para la sociedad (infraestructuras energéticas, formación de los trabajadores, biotecnología, salud,…). La inversión productiva es la mejor vía para expandir el PIB potencial, aumentar el empleo y reducir presiones inflacionistas futuras.
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