"Son las nueve de la mañana y más de 100 personas esperan para recibir
algo para desayunar. Bocadillo, café, té y algo de fruta para los que
hacen cola a las puertas del centro de acogida ASSIS de Barcelona.
Uno de ellos es Jordi,
61 años, que sobrevive con 426 euros: «Pago el crédito, el alquiler,
los suministros, Internet, y me quedan 50 euros para pasar el mes»,
asegura. Jordi no encuentra trabajo desde 2014 y lo más probable es que
no vuelva a encontrarlo nunca más.
Así que seguirá acudiendo todas las
mañanas a ASSIS para desayunar, tres días a la semana para recoger «el
picnic» -la comida preparada que dispensan en el comedor social que hay
en las mismas instalaciones- y, de vez en cuando, a servicios sociales. (...)
El pasado martes, la OCDE publicaba su informe
'Estudios Económicos: España 2017'. En él, se reconoce que «la crisis ha
dejado cicatrices que menoscaban el bienestar», y destaca los «niveles
elevados de desempleo, pobreza y desigualdad».
El 28,6% de la población
española está en riesgo de exclusión social y tiene problemas para
cubrir sus necesidades básicas, según los últimos datos de la 'Encuesta
de Calidad de Vida' realizada por el Instituto Nacional de Estadística (INE),
publicada en 2015. Un 6,4% de la población -casi tres millones de
personas- no tiene para comer carne o pescado al menos cada dos días, o
no consigue irse de vacaciones al menos una semana al año, o no puede
permitirse una lavadora. (...)
Eduard Arruga, el presidente de la Fundación Banco de Alimentos,
informa que en los últimos dos años ha disminuido el número de personas
atendidas casi un 6%, fenómeno que atribuyen a dos razones. Una, que
mucha gente está volviendo a sus países de origen.
La segunda, que hay
quien ha encontrado trabajo y, por precario que éste sea, ya no son
derivados al Banco de Alimentos desde los servicios sociales
municipales.
Arruga comenta que muchas de las personas que aparecen en
sus censos llevan en ellos más de 5 o 6 años: «En cierta manera, hay
realmente una cronificación de la pobreza alimentaria, sobre todo en el
colectivo de personas entre 40 y 60 años».
Jordi dice que no sabe qué
habría hecho si no llega a conocer ASSIS: «Estoy muy agradecido a todas
las entidades que me ayudan, pero yo querría tener independencia poder
comprar mi comida, zapatillas, pantalones -levanta la voz, pero se le
estriñe en la garganta-. Sí, en servicios sociales te dan, pero es que
llega un momento en que pierdes la dignidad. Yo no sirvo para estar
pidiendo todo el día. Te cronificas, y yo no me quiero cronificar». (...)
Buena parte de los que no tienen para comer como se debe, tampoco tienen
para pagar facturas. O para el alquiler. La pobreza alimentaria no es
más que otra manifestación de una pobreza general. Carlos Macías, portavoz de la Plataforma de Afectados por la Hipoteca (PAH)
insiste en que no hay que hacer «parcelas de pobreza» y recuerda que la
gente que acude a la PAH deja de gastar en comida lo que debería para
poder pagar el alquiler o la hipoteca.
Maria Campuzano, portavoz de la Alianza contra la Pobreza Energética (APE),
recuerda que cuando a alguien le cortan el agua, el gas, o la luz (o
las tres cosas), «ya no puede cocinar en su casa, de manera que no se
alimenta correctamente». (...)
En 2014, el Observatorio DESC publicó el Informe Sobre
el Derecho a la Alimentación en Catalunya. En él, medían los impactos de
la pobreza alimentaria en dos distritos de Barcelona, Nou Barris y
Ciutat Vella. El estudio recogía el testimonio de Carlos Losana,
pediatra en un CAP de Ciutat Vella: «Diversas personas han venido a
pedir leches especiales para niños enfermos que pueden ir con receta, ya
que no tienen recursos para comprar leche de bote». (...)
Las personas en situación de pobreza sufren generalmente malnutrición,
ya que tienden a basar la alimentación en productos de bajo coste que
contienen muchas calorías y grasas y pocos nutrientes. No ayuda que,
durante mucho tiempo, tal como sostiene Cristina Basols, la comida
repartida por entidades y servicios sociales «se basaba en productos
secos», es decir, ni fruta, ni verdura, ni proteína animal, mucho más
difícil y costosa de conservar en buen estado.
FACUA publicó a finales de 2014 una encuesta a 28
supermercados y solo nueve respondieron a qué hacían con los alimentos
que no vendían. La mayoría ocultó si llevaba a cabo políticas sociales
corporativas para donar alimentos o si, en su lugar, los tiraba a la
basura. «La Comisión Europea dice que es un 5% del total, pero es
imposible.
El porcentaje debe de llegar al 30%». Para hacer ese cálculo,
Bruscas se basa en los datos extraídos de uno de los primeros
supermercados en publicar las cifras de la comida que despilfarra, Tesco, en el Reino Unido: «Si eso es lo que tiran ellos, no tengo por qué pensar que aquí tiramos menos».
Lo cierto es que en Francia hace un año que es ilegal que los
supermercados tiren comida; mientras al sur de los Pirineos los
contenedores de basura se nos llenan de alimentos deperdiciados noche
tras noche. Eso sí, la OCDE pronostica para España un crecimiento del 2%
en 2017 y 2018." (El Periódico, 19/03/17)
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