"Albert Sales (Barcelona, 1979) es politólogo y sociólogo. Investigador sobre pobreza urbana, exclusión social y derechos laborales (...)
En 2015 participó en el informe La situación del sinhogarismo en Barcelona. Evolución y políticas de intervención, cuando el Ayuntamiento de Barcelona le propuso coordinar el programa municipal de atención a las personas sin hogar, el primer plan de atención a las personas sin hogar del Estado .
Este investigador es hoy asesor de la Tenencia de Alcaldía de Derechos
Sociales del Ayuntamiento de Barcelona y observa atentamente el recuento
de personas sin hogar que hace la Red (...)
El sinhogarismo es un problema creciente, pero ¿qué relación tiene con
la situación actual de aumento de alquileres en Barcelona?
Cada vez es más frecuente, tanto en personas como en familias.
Antes asociábamos el sinhogarismo con problemáticas añadidos de las
personas, que tenían un difícil encaje porque esta circunstancia estaba
asociada a patologías mentales, adicciones, etcétera.
Esto no ha sido del todo cierto, porque estas problemáticas venían con la ausencia de disponer de un hogar.
Pero ahora mismo tenemos un problema con personas que no pueden acceder
al mercado de vivienda, a pesar de tener un trabajo, la capacidad de
trabajar, de decidir sobre sus vidas con toda la autonomía pero no
tienen ingresos que les permitan acceder a una vivienda.
Aquí el Trabajo Social puede perder su sentido porque el trabajador
social más que hacer un acompañamiento lo que puede hacer es decirle:
'Puedes pedir esta ayuda, te tramito esta prestación, te ayudo a buscar
un piso', pero entonces ven que entre todos no encuentran nada.
Entonces, ¿se dan casos de personas con empleo pero que no tienen un techo?
En 2013 un 4,6% de las personas atendidas por la Red tenían trabajo, disponían de ingresos del trabajo. En 2015 ya nos salía el 11%. Sólo en dos años hicimos un salto de personas empleadas sin hogar. Veremos qué dice la recopilación de datos que tendremos después del verano. Me temo que tendremos un porcentaje mayor. (...)
Tenemos
un problema porque en los últimos años, la Red de Personas sin Hogar
hizo una apuesta por no crecer con centros residenciales colectivos y
ampliar la oferta de pisos. La idea era procurar una atención de calidad donde la gente tuviera intimidad, que pudiera disponer de sus espacios. Estábamos ampliando plazas con pisos y manteniendo las plazas de albergues.
El problema que tenemos ahora es que las entidades no pueden mantener
los programas en los pisos porque se están terminando los contratos de
alquiler y los precios que tenían con particulares o inmobiliarias no se
pueden pagar. Los programas de acompañamiento a la vivienda mueren porque no pueden pagar el alquiler.
¿Y se acaban los programas?
Por ejemplo, si una entidad tenía un piso de cuatro habitaciones para
dar alojamiento a cuatro personas, se estaba manteniendo un programa con
estas personas, trabajando la convivencia o haciendo programas de
deshabituación al alcohol, por ejemplo, y esta entidad pagaba 900 o
1.000 euros al mes y ahora le piden 1.800, la entidad debe cerrar el
piso, no puede sostener el coste.
La burbuja especulativa y el aumento de precios del alquiler llega incluso a las entidades de apoyo a las personas sin hogar.
Como ciudadanos, tenemos dos grandes caballos de batalla políticos, que no partidistas: l
a limitación de los precios de alquiler, que es un reto que compartimos
todas las ciudades europeas, pero en el caso de España debemos afrontar
una ley de arrendamientos urbanos que no nos permite hacer un proyecto
de vida estable en la ciudad.
Hay un punto
clave para afrontar el sinhogarismo que es identificar que el mismo
fenómeno que lleva a que haya gente durmiendo en la calle o condenados a
vivir en situaciones de infravivienda de por vida es el mismo fenómeno
que está expulsándonos y está destruyendo los barrios. Los está convirtiendo en zonas sólo aptas para el turismo o para gente con ingresos muy altos. (...)
Hay un proceso de apropiación de la ciudad, de apropiación de las relaciones, y de su atractivo, lo que hace que una ciudad sea viva, es una cultura extractivista, convirtiéndola en un bien especulativo. Es un proceso de extracción de rentas constante, buena parte de nuestra ocupación es sobreocupación para poder satisfacer las ansias extractivas.
Planteémonos cuantas horas trabajamos a final de mes para pagar el derecho a la vivienda. La conclusión será indignante.
Pero hay impactos que van más allá del impacto individual que tiene
sobre las personas que se ven obligadas a abandonar la ciudad o las
personas que se quedan en la calle. ¿ En qué convertimos la ciudad? La ciudad es un entramado de relaciones. Si rompemos esta red, convertimos la ciudad en un continente sin contenido. (...)
Se puede tener la esperanza de que un pequeño tenedor de vivienda pueda preferir la tranquilidad de tener un inquilino conocido con unos precios razonables que tener gente de paso constantemente. Pero los grandes propietarios van concentrando la tenencia de viviendas con fondos de inversión, absolutamente despersonalizados. Les da igual a quién tienen ahí, al final la vivienda es una renta que puede llegar hasta el 8% anual. Es la mejor inversión existente. Tienen el tiempo y el dinero para esperar los beneficios. (...)
Un derecho con muy buen rendimiento, p ero en un ambiente de miedo en el que los vecinos temen cuándo se les acabará el contrato de alquiler.
La gente se siente en grave riesgo. Los que saben que en un par de años
les pueden subir a un precio desorbitado el alquiler, que son muchos,
no pueden hacer proyectos a largo plazo, es un proyecto sometido a una
movilidad extrema. Puede que nos vemos obligados a dejar la ciudad de
manera repentina. Es una incertidumbre constante.
Nos encontramos con la paradoja que tenemos asociaciones vecinales que
se oponen a la peatonalización de zonas enteras, que echar al coche de
las calles no les gusta porque saben que conlleva que les suban el
precio del alquiler, y por tanto prefieren sacrificar condiciones de
vida porque sienten que les están están expulsando de su ciudad.
O barrios que rechazan un programa para instalar ascensores que encarece el alquiler, ¡o el metro! La llegada del metro implica el aumento de precios de alquiler, por lo que los vecinos no están convencidos. (...)
¿Uno de los objetivos que tiene entre manos es el de hacer entender que
el sinhogarismo es una consecuencia de la no garantía de un derecho?
¡Es que es un problema de vivienda!
Basta de pensar que las personas que se encuentran en la calle son
diferentes o que tienen un problema, de tara individual, o una patología
social. Las personas que no tienen techo no tienen ninguna patología, tienen un problema de acceso a la vivienda.
Y además, la facilidad con la que asociamos el sinhogarismo con
el alcoholismo o la enfermedad mental es porque efectivamente hay una
correlación muy importante.
Hay muchas
personas sin techo que presentan patologías mentales, el reto es
imaginar cuánto tiempo podríamos vivir en la calle sin tener problemas
mentales. Cuánto tiempo aguantaríamos sin caer en la ansiedad o la depresión. Cuánto tiempo pasaría antes de caer en una adicción. Vivir en la calle es durísimo para la salud física y mental.
Lo que nos encontramos con una persona que lleva mucho tiempo en la
calle es que reconstruir su vida requiere unos esfuerzos inmensos por su
parte y de quien le apoya y es porque hemos dejado esta persona en la
calle durante un tiempo excesivo. " (Entrevista al sociólogo Albert Sales que coordina el programa de atención a las personas sin hogar de Barcelona, eldiario.es, 11/06/17)
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