"Que el neoproteccionismo surja en Gran Bretaña y EEUU, la cuna
de Thatcher y Reagan, los líderes que impulsaron hace casi 30 años el
neoliberalismo, es el fenómeno que mejor define las contradicciones
actuales de la globalización económica.
Que sean Trump o Le Pen quienes
capitalicen el desencanto social que provoca la desigualdad global es el
fenómeno que mejor define las contradicciones y limitaciones de la
izquierda política en los países desarrollados.
Sin
posibilidades de discutir las causas que someten al mundo en un estado
de shock, sin que el pensamiento racional progresista muestre a donde
vamos y en qué plazos, las personas comunes se niegan a seguirles el
juego y dicen basta. (...)
Aunque la libertad de movimiento para mercancías, capitales y
trabajo sea la tendencia deseable, solo se transforma en progreso si se
desarrolla con una agenda equilibrada y armónica, una condición
imposible en la época acelerada y desigual en la que vivimos. El
librecambio es ya pura retórica en aspectos esenciales.(...)
Mientras Occidente levanta su bandera, activa todas las medidas proteccionistas para
evitar la libertad de movimiento del trabajo, incluida el cierre de
fronteras a refugiados e inmigrantes. Al tiempo, se niega a poner coto
al exceso de libertades para el movimiento de capital, origen de los
paraísos fiscales. Donde debería facilitar la libertad de movimiento,
introduce protecciones y donde debería establecer protecciones y control
se muestra libérrimo.
A la velocidad en la que se desarrollan los cambios la incomprensión de la globalización está asegurada, señala Stephen Roach. (...)
La liberalización económica ha sido siempre el argumento de los que obtienen ventajas con ella. Así ocurrió siempre.
Hace
150 años un episodio anticipaba la importancia de los tiempos en la
agenda de liberalización del comercio. En 1865, Ulisses Grant,
presidente de EEUU, sufría presiones para someterse a la libertad de
comercio que propugnaban los manchesterianos del Reino Unido, entonces
la potencia económica indiscutible.
Ulisses se opone afirmando:
“nosotros también estaremos de acuerdo con implantar la libertad de
comercio, pero será dentro de 100 o 200 años, cuando hayamos sacado todo
el partido a las políticas proteccionistas”. Y así ha sido.
Si
la integración de España en la UE no se puede cuestionar, la velocidad
impuesta por Alemania y aceptada por Felipe Gonzalez facilitó una desindustrialización acelerada en un shock brutal del que España no se ha recuperado.
El
argumento de fondo queda claro: el acceso a la libertad económica exige
ritmos adecuadamente lentos para los que tienen estructuras mas
débiles; los ritmos acelerados en la integración es el camino de la
desigualdad, porque consolida el poder de los poderosos. (...)
La socialdemocracia ha creído muerto demasiado pronto el Estado-nación,
paradójicamente rehabilitado con la crisis. E ignora experiencias de
los países que decidieron no entrar en la UE, como Suiza, Islandia,
Noruega, o los que optaron por quedarse fuera de la eurozona como
Suecia, Dinamarca, el Reino Unido o Polonia.
Todos ellos mantienen
mayores niveles de consensos entre sus poblaciones que los integrados en
la eurozona y han conseguido salir de la crisis más rápidamente. Fuera
de Europa, países como Corea del Sur, Chile, Canadá, Nueva Zelanda o
Australia tampoco parecen estar en riesgo por no integrarse en
federaciones mayores.
La necesidad de migrar las
competencias del estado-nación a instancias superiores fue asumido por
la socialdemocracia como un mantra para defender los valores del estado
social contra la globalización neoliberal. (...)
Hayek defendía la unión europea porque acabaría con el estado social, Habermas porque lo salvaría. Sobra decir a quién está dando la historia la razón.
La realidad es que no ha habido una cesión de soberanía desde
el rol de ciudadano español o francés o italiano, al de ciudadano
europeo. Lo que ha pasado en ese tránsito es que la soberanía se pierde, no se cede,
porque no hay al otro lado ningún cuerpo de poder institucionalizado,
mínimamente democrático, que la herede.
La Unión Europea, especialmente
desde que el núcleo central se integra en la eurozona, es una
organización hayekiana, elitista, que lejos de organizar una soberanía
democrática de rango superior al Estado-nación, ha estado minándolo,
sistemáticamente.
Manifestarse así no implica
defender hoy la salida de la UE o la eurozona, pero sí condicionar su
futuro a una condiciones de supervivencia que deben formar parte de la
agenda de los próximos cuatro años.
Mientras tanto, es imprescindible no
dar un paso más en la cesión de competencias sin antes asegurarse
suficientes resortes de control democrático. Y estar muy atentos a los
nuevos shock asimétricos que pueden causar la implosión de la UE en la
próxima crisis que nos dejarían fuera y sin alternativa. Eso sí sería el
caos." (Ignacio Muro, Economistas frente a la crisis, 05/06/17)
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