"(...) dije de inmediato que la crisis había comenzado de una manera muy
clásica en el sistema crediticio estadounidense, que se trataba de una
crisis de sobreproducción y sobreacumulación basadas en un endeudamiento
masivo de las empresas y los hogares, facilitado por medios de
ingeniería financiera inéditos y cuyo terreno era el mercado mundial.
La
crisis de septiembre de 2008 en Wall Street estuvo a punto de llevarse
por delante el sistema financiero mundial y provocó una recesión mundial
parada al vuelo por China.
Desde una perspectiva mundial, ha habido una reestructuración y no
una destrucción del capital productivo. Este no ha sido el caso del
capital ficticio, es decir, de los títulos que dan derecho a participar
en el reparto de beneficios en el caso de las acciones y obligaciones
privadas y, en el de los bonos del Tesoro, a cobrar a través del
servicio de la deuda pública con cargo a los ingresos centralizados por
el impuesto.
Para sus titulares, estos títulos, que deben ser
negociables en todo momento en mercados especializados, representan un
“capital” del que esperan un rendimiento regular en forma de intereses y
dividendos (una “capitalización”). Desde el punto de vista del
movimiento del capital que produce valor y plusvalía, no son, en el
mejor de los casos, más que el “recuerdo” de una inversión ya realizada,
de ahí el término de capital ficticio.
A partir de estas formas primarias, la “ingeniería financiera” ha engendrado formas derivadas (en inglés, derivatives).
En mis textos he subrayado la actualidad del “ciclo corto” del
capital-dinero (A-A’, es decir, recibir más dinero que el aportado
inicialmente), en el que los inversores esperan, sin salir de los
mercados financieros, flujos de ingresos regulares “como los perales
traen peras” [según una expresión irónica de Marx]. (...)
Mucho más recientemente, en un texto clarificador de 2012, Robert
Kurz habla de “producción real insuficiente de plusvalía” sobre el
trasfondo de la “tercera revolución industrial (la microelectrónica)”.
La debilidad de la inversión productiva hace que el capital ficticio
viva cada vez más en una esfera cerrada.
Los “perales dan menos peras”,
salvo en el caso de los bonos del Tesoro, la labor de los operadores
consiste en realizar beneficios, minúsculos en la mayoría de
transacciones, pasando de un compartimiento del mercado a otro. El
resultado es la inestabilidad financiera endémica y la formación de
burbujas, que es otro rasgo característico del periodo.
¿Podemos decir que el único horizonte del capitalismo es la perpetuación de esta crisis?
Así
lo creo, máxime cuando se producirá un entrelazamiento con los efectos
económicos, sociales y políticos del cambio climático. Dos potentes
mecanismos, que se calificaban de “procíclicos”, se han vuelto
estructurales y favorecen esta situación en que la salida de la crisis,
es decir, una nueva fase prolongada de acumulación de capital, ya no es
posible.
El primer mecanismo está claramente identificado, a saber, la
defensa incondicional de las pretensiones de los poseedores de títulos
de deuda pública, que implica imponer la austeridad presupuestaria y el
ataque a los derechos sociales.
El segundo es un mecanismo cuya función
empieza a reconocerse, a saber, los efectos de la robotización, cuya
ralentización resulta imposible debido a la competencia capitalista, a
la disminución tendencial de la plusvalía y a la dificultad de
satisfacer a los accionistas. Solo hay que ver lo que está comenzando en
el sector bancario, sin duda “la siderurgia de mañana”.
Por otro
lado, la crisis económica, al prolongarse, se combinará con los efectos
económicos, sociales y políticos del cambio climático; las relaciones
que ha establecido el capitalismo con “la naturaleza” han conducido a
otro límite, cuya caracterización está en discusión. (...)
En efecto, la valorización sin fin del dinero convertido en capital
en un movimiento de producción y venta de mercancías, también sin fin,
le impide frenar sus emisiones de gas de efecto invernadero, controlar
el ritmo de explotación de los recursos no renovables.
El mecanismo que
conduce a la “sociedad de consumo” y su insensato despilfarro es el
siguiente: para que la autorreproducción del capital sea efectiva, es
preciso que el ciclo de valorización se cierre con “éxito”, es decir,
que las mercancías fabricadas, la fuerza de trabajo comprada en el
“mercado de trabajo” y utilizada de manera discrecional por las empresas
en los centros de producción, se vendan.
Para que los accionistas
estén satisfechos, hace falta sacar al mercado una vasta cantidad de
mercancías que cristalizan el trabajo abstracto contenido en el valor.
Para el capital, es absolutamente indiferente que estas mercancías
representen realmente “cosas útiles” o que simplemente lo parezcan.
Para
el capital, la única “utilidad” que cuenta es la que permite obtener
beneficios y proseguir el proceso de valorización sin fin, de modo que
las empresas se han convertido en maestras en el arte de convencer,
mediante la publicidad, a quienes tienen realmente o de forma ficticia
(el crédito) el poder adquisitivo de que las mercancías que les ofrecen
son “útiles”. (...)" (Entrevista con François Chesnais, Henri Wilno, Viento Sur, 02/06/17)
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