3.7.17

Fué una crisis de sobreproducción y sobreacumulación basadas en un endeudamiento masivo de las empresas y los hogares, facilitado por medios de ingeniería financiera inéditos

"(...) dije de inmediato que la crisis había comenzado de una manera muy clásica en el sistema crediticio estadounidense, que se trataba de una crisis de sobreproducción y sobreacumulación basadas en un endeudamiento masivo de las empresas y los hogares, facilitado por medios de ingeniería financiera inéditos y cuyo terreno era el mercado mundial.

La crisis de septiembre de 2008 en Wall Street estuvo a punto de llevarse por delante el sistema financiero mundial y provocó una recesión mundial parada al vuelo por China.

Desde una perspectiva mundial, ha habido una reestructuración y no una destrucción del capital productivo. Este no ha sido el caso del capital ficticio, es decir, de los títulos que dan derecho a participar en el reparto de beneficios en el caso de las acciones y obligaciones privadas y, en el de los bonos del Tesoro, a cobrar a través del servicio de la deuda pública con cargo a los ingresos centralizados por el impuesto.

Para sus titulares, estos títulos, que deben ser negociables en todo momento en mercados especializados, representan un “capital” del que esperan un rendimiento regular en forma de intereses y dividendos (una “capitalización”). Desde el punto de vista del movimiento del capital que produce valor y plusvalía, no son, en el mejor de los casos, más que el “recuerdo” de una inversión ya realizada, de ahí el término de capital ficticio.

A partir de estas formas primarias, la “ingeniería financiera” ha engendrado formas derivadas (en inglés, derivatives). En mis textos he subrayado la actualidad del “ciclo corto” del capital-dinero (A-A’, es decir, recibir más dinero que el aportado inicialmente), en el que los inversores esperan, sin salir de los mercados financieros, flujos de ingresos regulares “como los perales traen peras” [según una expresión irónica de Marx]. (...)

Mucho más recientemente, en un texto clarificador de 2012, Robert Kurz habla de “producción real insuficiente de plusvalía” sobre el trasfondo de la “tercera revolución industrial (la microelectrónica)”. La debilidad de la inversión productiva hace que el capital ficticio viva cada vez más en una esfera cerrada.

Los “perales dan menos peras”, salvo en el caso de los bonos del Tesoro, la labor de los operadores consiste en realizar beneficios, minúsculos en la mayoría de transacciones, pasando de un compartimiento del mercado a otro. El resultado es la inestabilidad financiera endémica y la formación de burbujas, que es otro rasgo característico del periodo.

¿Podemos decir que el único horizonte del capitalismo es la perpetuación de esta crisis?

Así lo creo, máxime cuando se producirá un entrelazamiento con los efectos económicos, sociales y políticos del cambio climático. Dos potentes mecanismos, que se calificaban de “procíclicos”, se han vuelto estructurales y favorecen esta situación en que la salida de la crisis, es decir, una nueva fase prolongada de acumulación de capital, ya no es posible.

El primer mecanismo está claramente identificado, a saber, la defensa incondicional de las pretensiones de los poseedores de títulos de deuda pública, que implica imponer la austeridad presupuestaria y el ataque a los derechos sociales.

 El segundo es un mecanismo cuya función empieza a reconocerse, a saber, los efectos de la robotización, cuya ralentización resulta imposible debido a la competencia capitalista, a la disminución tendencial de la plusvalía y a la dificultad de satisfacer a los accionistas. Solo hay que ver lo que está comenzando en el sector bancario, sin duda “la siderurgia de mañana”.

Por otro lado, la crisis económica, al prolongarse, se combinará con los efectos económicos, sociales y políticos del cambio climático; las relaciones que ha establecido el capitalismo con “la naturaleza” han conducido a otro límite, cuya caracterización está en discusión.  (...)

En efecto, la valorización sin fin del dinero convertido en capital en un movimiento de producción y venta de mercancías, también sin fin, le impide frenar sus emisiones de gas de efecto invernadero, controlar el ritmo de explotación de los recursos no renovables.

El mecanismo que conduce a la “sociedad de consumo” y su insensato despilfarro es el siguiente: para que la autorreproducción del capital sea efectiva, es preciso que el ciclo de valorización se cierre con “éxito”, es decir, que las mercancías fabricadas, la fuerza de trabajo comprada en el “mercado de trabajo” y utilizada de manera discrecional por las empresas en los centros de producción, se vendan.

Para que los accionistas estén satisfechos, hace falta sacar al mercado una vasta cantidad de mercancías que cristalizan el trabajo abstracto contenido en el valor. Para el capital, es absolutamente indiferente que estas mercancías representen realmente “cosas útiles” o que simplemente lo parezcan.

Para el capital, la única “utilidad” que cuenta es la que permite obtener beneficios y proseguir el proceso de valorización sin fin, de modo que las empresas se han convertido en maestras en el arte de convencer, mediante la publicidad, a quienes tienen realmente o de forma ficticia (el crédito) el poder adquisitivo de que las mercancías que les ofrecen son “útiles”.  (...)"              (Entrevista con François Chesnais, Henri Wilno, Viento Sur, 02/06/17)

No hay comentarios: