"Trump, Brexit, Movimiento Cinco Estrellas, Podemos, Orbán… El mapa
político de los últimos años ha visto surgir una nueva forma de hacer y
de entender la política: ya no se trata de proponer alternativas
políticas dentro de los sistemas económicos y constitucionales
heredados, sino de impugnarlos y plantear su profunda transformación.
¿Qué ha ocurrido? ¿Por qué surgen estos partidos y movimientos? ¿Cuál es
su base electoral y social? ¿Qué efectos y riesgos tienen para nuestras
democracias? Y, sobre todo, ¿qué causas estructurales explican que
hayan surgido, con signos sin duda distintos y acaso contrarios, en
buena parte de los Estados occidentales?
(...) el surgimiento tanto de un nuevo grupo social, el precariado político,
como de su traducción política: la impugnación antisistema a nuestras
democracias.
En el título de libro, ¿por qué elige el concepto
de “antisistema” en lugar del más común de “populismo” para nombrar esta
nueva realidad política que va desde Trump a Podemos pasando por el
Brexit?
No es una palabra de la que esté convencido al cien por
cien por algunas connotaciones que tiene de rupturismo e incluso de
violencia, pero creo que populismo se ha manoseado tanto que deja de
funcionar para distinguir lo que tiene de nuevo el ciclo político
actual.
Populismo tiene esa connotación de convivir mal con los
opositores, de no representar las instituciones mayoritarias, de tener
una retórica fácil del recurso al ciudadano común como fuente de
virtudes, y creo que estas ideas no sirven para definir a los nuevos
movimientos políticos, de entrada porque los viejos las tienen tanto
como los nuevos.
Con antisistema me remito a algo muy sencillo:
movimientos políticos en cuyo discurso es central la idea de que el
cambio de políticas tiene que venir del cambio en la forma de
organizarnos como sociedad, es decir, en el orden económico,
constitucional y político. (...)
En este sentido, aunque lo distingue en el libro,
no desarrolla, porque no es el tema central, la diferencia entre estos
movimientos o partidos de signo reaccionario y aquellos de signo
progresista, que entiendo pueden compartir elementos comunes en su
oposición al sistema político pero no en los enemigos que identifican y
en las propuestas que hacen. ¿Cómo piensa esa diferencia?
Totalmente diferentes, sí. Otro de los argumentos del
libro es que hay muy pocas cosas que unen a estos movimientos, tanto en
términos ideológicos como programáticos, y que es muy difícil pensar que
se puedan poner de acuerdo en casi nada. Y esto es ya una crítica al
uso del populismo como forma de caracterizar a los nuevos sistemas
políticos entre los que están dentro y los que están fuera.
La razón por
la que no exploro en profundidad por qué estos movimientos
contestatarios toman una forma reaccionaria en unos contextos y una
progresista en otros es, la verdad, porque no la tengo del todo clara. (...)
Discuto algunas posibilidades acerca de cómo la crisis ha
afectado de forma diferente en unos lugares y otros, la vinculación más
clara del funcionamiento de la economía y la respuesta política, como en
Grecia o España y los países del sur de la eurozona, algo que podría
explicar que las propuestas que vienen de la izquierda tenga más éxito, y
en otras zonas se asocien más a fenómenos de convivencia multicultural,
pero la verdad es que no tengo una explicación muy clara de por qué en
unos sitios triunfan más unos movimientos que otros.
En cualquier caso,
lo que trata de explicar el libro es por qué hay hoy un caldo de cultivo
para que la gente piense que el problema no son las políticas concretas
sino el orden económico y constitucional, por más que las respuestas
sean luego heterogéneas.
Para los que no han leído el libro, y corríjame si
me equivoco, habría una tesis central desarrollada en tres pasos: en
primer lugar, se producen cambios estructurales de orden económico que
generan una nueva y acrecentada desigualdad y precariedad, agrandando la
brecha entre las clases medias y esta nueva precariedad; en segundo
lugar, a esta mutación económica le sucede una ineficiente respuesta
política que hace que cuanto más necesaria es la redistribución y la
compensación a los efectos económicos, menos factible se vuelve y menos
incentivos políticos hay para ponerla en marcha y, por último, esta
situación acaba generando un “precariado político”, concepto que
introduce en el libro como clave explicativa: los perdedores del cambio
económico dejan de contar para la política. Esta secuencia me lleva a
pensar en un cierto determinismo económico en su hipótesis.
Sí, es cierto, hay un cierto determinismo económico contra
el que intento luchar un poco en la parte final del libro. Lo hay en
dos sentidos: lo que cambia en las sociedades occidentales en los
últimos veinte años es la constancia por parte de unas clases medias
bajas de que su vida es mucho más volátil e incierta, sobre todo en
regiones desindustrializadas, de que sus expectativas no van a ser como
las de sus padres.
Una desigualdad objetiva y, en definitiva, unos
cambios económicos que están en la base de ese cambio. Pero es un poco
determinista, también, porque lo que creo que es más original del libro
es que estas demandas por más redistribución y más seguridad no son
satisfechas porque los grupos afectados han sido marginados
políticamente, porque la política deja de tener instituciones
intermedias que obligaban a tener en cuenta sus intereses (los
sindicatos sobre todo), porque la política se vuelve mucho más volátil,
los partidos tiene programas para cortos ciclos electorales…
Así que estos grupos, que se ven marginados
económicamente, ven también que su capacidad de influencia en el sistema
es cada vez menor. Y las causas de esta marginación política son
también económicas: en el pasado teníamos un capitalismo donde la
inclusión de las clases medias y bajas en formas de gestión de la
economía colectiva (pactos sociales, sindicatos fuertes que garantizaban
moderación salarial, que permitían además inversión estatal en sectores
que los empresarios veían favorables), estos pactos se rompen por el
tipo de economía actual, y estos grupos ven que sus preferencias ya no
importan y que el sistema político puede vivir sin tener en cuenta lo
que piensan.
Hay un doble determinismo económico: el origen es económico
pero las razones por las que una parte de la población piensa que ya no
tiene voz también vienen dadas por estas transformaciones económicas. (...)
Hace en el libro un esfuerzo por identificar
sociológicamente a lo que llama el precariado político, que sería el
sujeto electoral o político de la deriva antisistema. ¿Quién es y de
dónde surge este precario político?
Es un palabro que no sé cuánto de recorrido tiene. La idea
es que en este entorno de transformaciones económicas que generan
nuevas desigualdades y sistemas políticos incapaces de responder a
ellas, hay unos grupos que perciben que no tienen voz en el entorno
político. Que lo que opinan no es importante. Todas las encuestas y
estudios comparados sobre cómo han cambiado las opiniones públicas,
detectan que hay un grupo cada vez mayor de gente que siente que su voz
no cuenta. (...)
La gente que vive en zonas más afectadas por la crisis,
que tiene condiciones más precarias, son más proclives a pensar que no
cuentan. El hecho de que tenga unas bases reales, que haya grupos que
sienten que su voz no pesa, es una señal de alarma bastante grave para
nuestras sociedades. Si la mitad de la población piensa que los
políticos priorizan cosas ajenas a ellos, si no creen que las elecciones
cambien nada, tenemos un problema serio.
La idea de precariado político
es el intento de dar un término a esta población definida por esa
sensación de que su voz no es escuchada por el sistema político, y de
que el sistema político puede reproducirse, funcionar y alternar
gobiernos, que las políticas siguen o se cambian, sin su consenso o su
aprobación. Esa sensación de que no cuentan para nada y son
irrelevantes.
Afirma que estos precarios políticos están en la
base de la victoria de Trump y analiza que aunque no sea cierta la
afirmación de que el voto mayoritario de Trump venga de la clase obrera
blanca norteamericana –como se ha afirmado sin mucha finura desde no
pocos lugares–, sino de su votante republicano tradicional, señala que
el crecimiento decisivo del voto a Trump para su victoria frente a
Clinton sí viene de ese obrero blanco en crisis de expectativas y
habitante de zonas especialmente golpeadas por la crisis. Entre las dos
explicaciones habituales, encuentra una intermedia que me gustaría que
desarrollase un poco.
Y esto pasa igualmente en el Brexit y en otros procesos
que vivimos hoy. Mi forma de entender este debate, en el que los dos
bandos tienen un poco de razón, es el de preguntarme en qué nos fijamos.
¿Hacemos una especie de tabla rasa sobre el sistema político americano y
solo nos fijamos en quién ha votado a Trump o a Clinton en términos
mayoritarios, y perdemos de vista el fenómeno de esa clase baja o
precaria? ¿O nos fijamos en la evolución del voto? En el caso de Trump,
¿hay que fijarse en el votante mediano, acomodado o rico, republicano
tradicional, que no ha sufrido particularmente la crisis, o lo
interesante de Trump es que ha conseguido ganar a Clinton atrayendo a un
nuevo perfil de votantes y perdiendo otro a favor de los demócratas? Y
esto es lo interesante. Si nos fijamos en ese perfil de votantes nuevos,
aparece ese votante pobre blanco del cinturón industrial
norteamericano.
Y eso pasa también en Europa. ¿Nos fijamos en la
composición agregada de los electorados de cada partido, o en a quiénes
están siendo capaces de atraer los movimientos populistas del norte, o
el movimiento Cinco Estrellas en Italia y Podemos en España? Si nos
fijamos más en las dinámicas que en los niveles, el efecto de la
economía es más fuerte de lo que muchas veces se ve.
Señala otro tema clave aunque no lo desarrolla del
todo: la mujeres se dejan seducir menos que los hombres por estas
dinámicas que llama antisistema. Me encantaría saber qué razón o
argumento encuentra sobre ello.
Tengo algunas hipótesis pero no una explicación… Hay un
argumento que podría ser el de que es un artefacto de las propias
encuestas, de que las mujeres en las encuestas tienden a responder
menos, a expresar menos las preferencias contundentes (...)
No es seguramente toda la respuesta, es posible que las mujeres todavía
confíen más en las viejas estructuras para canalizar sus intereses, o
que tengan miedo ante propuestas rupturistas, pero es un tema del que se
sabe quizá poco, aunque la brecha de género sea cada vez más importante
en muchos fenómenos.
Sabemos que los populistas de extrema derecha son
muy impopulares entre las mujeres, tanto en Alemania como en el Reino
Unido o en Ontario y, claro, en EE.UU. con Trump. Y aunque siempre
habíamos sabido que hombres y mujeres no votaban igual, ahora la brecha
de género es mucho más grande y no tenemos una explicación
suficientemente clara de por qué esto es así. (...)
se pregunta qué se puede hacer para reconducir
esta deriva sin poner en peligro la democracia. Y señala dos vías
posibles: o esta situación se cronifica, continúan los efectos de los
cambios económicos que dividen a la sociedad en sectores cada vez más
irreconciliables los unos con los otros y cuyas demandas cada vez son
más difíciles de articular políticamente, y vamos a una exacerbación
tanto del cortoplacismo electoralista como de las salidas extremas sin
programa; o la crisis económica y su respuesta, dice, permite pensar en
soluciones que rompan esa atomización de los sectores sociales. Señala a
la renta básica universal como una posibilidad.
Es una forma de mirar hacia al futuro. Una vez que hemos
detectado unas transformaciones económicas que no tienen pinta de
pararse a corto plazo (la globalización, la robotización, cadenas de
producción globales), y unos sistemas políticos que no tienen visos de
cambiar en el corto, en el sentido incluso de que las propuestas
extremistas desde la izquierda tienen problemas para generar consensos
porque dan miedo a amplios sectores de las clases medias, o que este
descontento también es canalizado por fuerzas extremistas de derechas
que no sabemos a dónde nos llevan, tipo Trump… pensando en el futuro,
¿este precariado político qué papel va a jugar?
Aunque no sabría apostar
por ninguna de las dos opciones, creo que es perfectamente posible que
este precariado acabe permanentemente marginado del proceso político,
que su tamaño no aumente tanto como para que sea una amenaza, y vayamos a
un Estado del Bienestar más pendiente de apoyar a “quién se lo
merezca”, un Estado del Bienestar segmentado a determinados grupos, pero
que margina a otros colectivos, y que las desigualdades sigan
aumentando.
Que las clases medias no quieran que se aumenten sus
impuestos para transferirlos hacia ese precariado. Y hemos visto que en
EE.UU. o Reino Unido es sostenible desde un punto de vista electoral y
político.
Es cierto, también, que no sabemos cómo avanzarán estas transformaciones
económicas, o los niveles de inseguridad y de crisis de expectativas de
las nuevas generaciones, y si esta inseguridad se va a extender hacia
unas clases medias hoy más preocupadas por no pagar más IVA o IRPF para
financiar los colegios públicos de sitios a los que nunca van.
Si esta
inseguridad se extiende y exige al Estado una respuesta más universal, y
lo hace a través de políticas, como la renta básica, que podrían
articular un conjunto de intereses entre clases medias y clases bajas…
esta es una posibilidad también razonable. (...)"
(Entrevista a Pepe Fernández Albertos, ha publicado Antisistema. Desigualdad económica y precariado político. Jorge Lago, CTXT, 27/06/18)
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