9.7.18

Violencia electoral en México: el papel político del crimen organizado

"El 1 de julio México vivió uno de los procesos político-electorales más importantes de su historia, tanto por la cantidad de cargos en juego como por el avance de la competencia política y la institucionalización, a cuatro décadas del inicio del proceso de democratización. 

Esto contrasta con la ola de violencia sin precedentes que vive el país. Con una media mensual de más de 2.000 muertes dolosas –es decir, 80 asesinatos por día–, 2017 fue el año más violento en la historia de México desde que existen cifras, superando el récord de 27.199 homicidios en 2011.  (...)

El repunte de la violencia es claro a partir de 2007, desde que Felipe Calderón declaró la denominada ”guerra contra el narco”, sacando al ejército a las calles para realizar labores que, en palabras de los más altos mandos, no les correspondían.

 Esto, además del saldo mencionado, propició la multiplicación de los grupos del crimen organizado, que pasaron de tres grandes cárteles en los años setenta –cártel de Oaxaca, cártel del Golfo y cártel de Guadalajara– a alrededor de nueve en la actualidad. De estos, como el cártel de Sinaloa, algunos tienen presencia consolidada a nivel global en más de 60 países.

 Pero al mismo tiempo, la fragmentación de la delincuencia organizada a nivel local vino acompañada de la proliferación de ‘‘brazos armados’’ (células delictivas que trabajan para las organizaciones criminales), siendo el primero de ellos los Zetas, un grupo de exmilitares de élite reclutados por Osiel Cárdenas Guillén, líder del cártel del Golfo.

A partir del surgimiento de estas organizaciones, progresivamente el crimen organizado extendió sus actividades de exclusivamente tráfico de drogas a cualquier tipo de mercado ilegal que permita extraer rentas sociales (robo, secuestro, extorsión, trata de personas, etcétera), provocando algunos de los episodios más sangrientos en el país, desde el asesinato de un grupo de jóvenes mientras celebraban un cumpleaños en Villas de Salvárcar, Ciudad Juárez, hasta los 72 migrantes hallados en San Fernando, Tamaulipas, o las 117 fosas clandestinas con más de doscientos cadáveres no identificados en Santa Fe, Veracruz.

‘‘No es que haya barbarie en nuestra democracia, sino que nuestra democracia es la barbarie’’, dijo al periódico El País el periodista e investigador Diego Enrique Osorno, testigo de primera mano de la violencia que vive México, así como de la evolución de los grupos del crimen organizado. (...)

Y aunque la violencia se explica a través de causas múltiples y complejas, los comicios pusieron en evidencia el interés por parte de diversos grupos paraestatales de influir en el proceso político-electoral, utilizando la violencia física y verbal como principal arma de control político.

Según datos de la consultora Etellekt, entre el 8 de septiembre de 2017 (inicio oficial del proceso electoral) hasta el 30 de junio de 2018, se registraron un total de 627 agresiones a políticos de todos los niveles, dejando un saldo de 145 asesinatos, 206 amenazas e intimidaciones, 85 agresiones físicas, 57 agresiones con arma de fuego, 52 atentados contra familiares (50 asesinados), 36 asaltos con violencia, 25 heridos con arma de fuego y 21 víctimas de secuestro.

De manera agregada, estas cifras incluyen a políticos de todos los partidos y de los tres niveles de gobierno: desde el Movimiento de Regeneración Nacional (Morena), hasta el Partido Revolucionario Institucional (PRI), por un lado, así como a nivel federal, en las 32 entidades federativas y en el 16% de los municipios del país.  (...)

Ahora, de los 48 candidatos y precandidatos asesinados hasta una semana antes de las elecciones, la mayoría de ellos contendía a nivel local (77%), seguido por quienes lo hacían a nivel estatal (20,8%) y a nivel federal (2%). Esto sugiere una mayor capacidad por parte de los grupos criminales para ejercer la violencia política a nivel local, así como en determinadas entidades federativas.  (...)

Al margen de los resultados, sin duda el actual proceso electoral mexicano ha sido uno de los más importantes en la historia del país, pero también se ha convertido ya en uno de los más violentos. 

Al saldo pendiente de la larga y cuestionada transición política en México se suma la importancia de considerar, además de los retos institucionales y de competencia electoral que afronta el país, el avance y la evolución de la delincuencia organizada, así como los mecanismos que, con el objetivo de obtener beneficios privados y control sobre el territorio, estos grupos utilizan para influir en el proceso político-electoral en contubernio con funcionarios públicos de todos los niveles. 

Casos como el del general Jesús Gutiérrez Rebollo o el exgobernador de Quintana Roo Mario Villanueva, condenados por brindar protección al cártel de Juárez, son solo un botón de muestra al que se suman políticos acusados por tener nexos con el crimen organizado, desde Tomás Yarrington y Eugenio Hernández, exgobernadores de Tamaulipas, hasta Humberto Moreira y Jorge Torres López, exgobernadores de Coahuila o Jesús Reyna García y Fausto Vallejo, gobernadores de Michoacán.

 A la luz de los comicios, comprender los factores que explican la violencia política resulta indispensable para dilucidar las posibles implicaciones en el avance y retrocesos en el proceso de democratización mexicano."              (Cristian Márquez Romo, Política Exterior, 02/07/18)

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