"(...) En mismo aparcamiento y en el mismo lugar donde estas personas
almuerzan, los dos bandos de la batalla ideológica que llevaba años
gestándose —batalla que se aceleró con la caída de Lehman Brothers en
septiembre de 2008 y la posterior crisis económica y financiera—
acabaron colisionando en la mañana del 26 de abril de 2017.
Francia
estaba en campaña electoral. En un espacio de menos de dos horas, sin
coincidir cara a cara en ningún momento, los dos candidatos a presidir
Francia confrontaron sus visiones antagónicas sobre Francia, Europa y el
mundo. (...)
Que algunos sindicalistas aplaudiesen a Le Pen y muchos más abucheasen a
Macron era un signo. Los moderados habían perdido desde hacía tiempo a
la clase trabajadora: en Estados Unidos, en Reino Unido, en Italia o en
Francia, los extremos —la ultraderecha aderezada con los hábitos de un
nuevo populismo antielitista, antieuropeo, antinmigrantes y
antiglobalización— avanzaban posiciones, ganaban elecciones.
El Frente
Nacional de Le Pen se proclamaban "el primer partido obrero de Francia". (...)
Mudde distingue entre los populismos de izquierdas, en los que el
nacionalismo y el racismo no tiene ningún papel y entre los que cita al
partido español Podemos y al griego Syriza, del nacionalismo de la
derecha radical, "que combina nativismo, autoritarismo y populismo".
"Para estos, el factor cultural es más importante que la ansiedad
económica", dice. Es decir, las victorias de Trump en 2016 o del Brexit
—la salida de Reino Unido de la Unión Europea, decidida en un referéndum
el mismo año— se explicarían más por el miedo identitario —el miedo al
inmigrante, el miedo de la mayoría a dejar de serlo, a la decadencia de
la propia cultura— que por la crisis económica.
En la campaña electoral, Trump supo vincular los agravios de millones
de votantes blancos de clase trabajadora por la deslocalización
industrial, con el fantasma de llegada de millones de inmigrantes que
amenazaban la identidad estadounidense.
La nostalgia de un pasado
idealizado y puro es el refugio ante un presente de desigualdades
crecientes y estancamiento del poder adquisitivo. En realidad, subraya
Mudde, "muchas personas combinan los argumentos económicos e
identitarios en sus sentimientos antinmigrantes".
El politólogo Dominique Reynié, director general del laboratorio de
ideas Fondapol, en París, habla de "populismo patrimonial". Este
populismo alimenta del temor de los votantes a perder el patrimonio
material (los ahorros, la protección del estado del bienestar) y el
patrimonio cultural (la identidad, la nación).
Reynié se remonta a los
años noventa, tras la caída del bloque soviético y la aceleración de la
globalización, como primer momento de este populismo moderno, que se
refuerza tras los atentados de 2001 y a lo largo de eta década.(...)" (Marc Bassets, El País, 09/09/18)
"(...) François Heisbourg, presidente del laboratorio de ideas Instituto
Internacional de Estudios Estratégicos de Londres, ve un impacto directo
y otro indirecto de a crisis de 2008 en las relaciones internacionales.
El impacto directo es la aceleración del acenso de China como potencia
económica y geopolítica.
El impacto indirecto, añade Heisbourg, es "el enfrentamiento de la
opinión pública, en los países afectados por la crisis, contra las
élites económicas y políticas", y esto altera el orden internacional.
"Las élites se identificaban con la mundialización occidental y con el
multilateralismo estratégico que giraba en torno a Occidente.
Y es
contra todo esto contra lo que se vuelve el populismo, y se acerca a
quienes pretenden, en Rusia o en China, presentar un contramodelo",
explica. "La consecuencia es la deriva unilateralistas y, en cierta
medida, aislacionista de Estados Unidos". El mundo post-crisis es menos
occidental que el anterior y los modelos autoritarios —a fin de cuentas
fueron las democracias las que fallaron con la crisis y sus partidos
tradicionales, socialdemócratas y democristianos, hoy en declive en
muchos países— han recobrado prestigio.
"No se trata sólo la aparición
de China como rival estratégico de Estados Unidos", concluye Heisbourg,
"sino de la transformación de la manera como el mundo funciona
estratégicamente"..(...)" (Marc Bassets, El País, 09/09/18)
"(...) ¿La globalización? En la antigua fábrica de Whirlpool, los veteranos
trabajadores Frédéric Chantrelle y François Gorlia, ofrecen una
respuesta tenebrista.
"Una mierda", dice Chantrelle, del sindicato CFDT,
y ambos se ríen. "Cuando vemos las fábricas que han cerrado, esto es el
desierto". "Antes, esto era una zona industrial", lamenta Gorlia, de la
CGT. "Un día habrá una revolución...", continúa Chantrelle.
¿Y la UE?
"Estamos asqueados de ver cómo grandes empresas se largan a otros países
europeos para obtener beneficios, cuando podían hacerlos en Amiens",
responde Chantrelle. El 31 de mayo Whirlpool cerró. Chantrelle y Gorlia
cuentan que, durante el verano, los camiones se llevaron a Lodz la
maquinaria para fabricar secadoras.
De los 287 despedidos, la nueva
propietaria, la empresa local WN, ha vuelto a contratar a 170. En los
buenos tiempos, Whirlpool llegó a tener 1.200 trabajadores en Amiens.
Ambos sindicalistas estaban en la fábrica el día que Macron y Le Pen.
Ni uno ni el otro votaron. Dicen que no creen en los políticos. Y esta
es otra consecuencia de la Gran Recesión: la desconfianza en la
capacidad de los poderes públicos para resolver los problemas de los
ciudadanos. "Una multinacional que quiera cerrar la fábrica, cierra",
dice Chantrelle. "Cerrarán por mucho que te llames Macron, Le Pen o
Perico de los Palotes". (Marc Bassets, El País, 09/09/18)
"(...) El boom de la vivienda en EE UU comenzó a mediados de los años
1990.
Los requisitos para obtener una hipoteca era muy bajos y
emergieron productos financieros que permitían conceder créditos a
personas que no tenían los ingresos suficientes para devolver los
préstamos.Inicialmente se les cargaba un tipo de interés muy bajo. Esa
demanda contribuyó a elevar el precio de los inmuebles.
Las firmas hipotecarias buscando liquidez para alimentar la compra de
vivienda, vendieron esos préstamos a los bancos de inversión. Estas
firmas mezclaron la deuda solvente e insolvente en paquetes que se
ofrecieron a los inversores con la máxima nota crediticia, cuando no
debían tenerla. Para protegerse de futuras pérdidas, se crearon seguros
para esas inversiones. Nadie esperaba que la fiesta terminara.
Hasta que los primeros compradores empezaron a faltar en masa a sus
obligaciones y las aseguradoras como AIG quedaron al descubierto. Solo
dos días después de la quiebra de Lehman, se produjo su rescate para
evitar que todo el sistema cayera por el precipicio, Merrill Lynch fue
vendido a Bank of America y Goldman Sachs y Morgan Stanley pasaron a ser
bancos comerciales para recibir la asistencia de la Fed.
La cascada que comenzó en EE UU metió a los bancos centrales y gobiernos
de todo el mundo en una carrera a la desesperada por rescatar a los
grandes titanes de la industria. Se improvisaron sobre la marcha nuevas
herramientas a ambos lados del Atlántico para sostener a la industria y
sanear sus balances. (...)
La industria financiera fue sancionada con 321.000 millones de dólares
por los abusos que llevaron a la crisis. En paralelo se adoptaron nuevas
normas para contener el poder de Wall Street. Pese a ello, el sistema
sigue estando controlado por un pequeño grupo de bancos de inversión que
lideran JPMorgan, Citigroup, Goldman Sachs y Morgan Stanley. (...)" (Sandro Pozzi, El País, 09/09/18)
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