"(...) el denominado proyecto europeo obtenía buena parte de su legitimación y
de su justificación histórica por la capacidad de generar convergencia,
esto es, por su capacidad para que las economías relativamente rezagadas
se acercaran al nivel de las más avanzadas.
Y esto tenía mucho que ver
con la existencia de políticas e instituciones con vocación
redistributiva. Pero esa lógica convergente cada vez ha operado con más
dificultad
(...) la construcción europea se sostenía en un consenso redistributivo basado
en las políticas de signo keynesiano, en virtud del cual se
reivindicaba una significativa presencia del Estado en la economía, su
activo papel en el sostenimiento de la demanda agregada y el aumento de
los salarios en línea con la productividad del trabajo.
El triunfo del
neoliberalismo desplazó este paradigma y lo sustituyó por otro, donde el
mercado ocupaba cada vez más el papel del sector público, los salarios
eran considerados como un factor de coste de las empresas, exigiéndose
su moderación, y se reivindicaban las políticas de oferta -cuyo eje
central era precisamente la represión salarial- frente a las de demanda.
(...) el consenso franco-alemán que alimentó desde el comienzo la
construcción europea fue progresivamente sustituido por la hegemonía del
pensamiento y la política germana. Así, la lógica austeritaria y
mercantilista de Alemania se ha trasladado, de facto, a las
instituciones comunitarias.
Estos rasgos estuvieron presentes antes del nacimiento del euro.
No
sólo eso. Condicionaron de manera decisiva el entorno institucional que
ha sostenido hasta el momento la UEM. Por esa razón, mejor que hablar de
déficits o errores, resulta más apropiado y riguroso referirse a los
intereses que capturaron y todavía capturan la arquitectura
institucional. (...)"
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