" (...) No
fue hasta el final de la dictadura militar (1964-1985) y la
Constitución de 1988 que el derecho al voto se extendió a todos sin
ninguna condición de educación. La
primera elección presidencial por sufragio universal tuvo lugar en
1989, y Lula ya llegó a la segunda ronda y ganó
el 47% de los votos. Su
elección triunfal en 2002, con el 61% de los votos en la segunda
vuelta, luego su reelección en 2006 con el mismo puntaje, después de las burlas por su falta de educación y la opinión de que no podía representar
con dignidad al País en el extranjero, marca la entrada simbólica de Brasil en la era del sufragio universal.
Por
el contrario, la elección de Bolsonaro firmaría una terrible regresión
para el país, e iría más allá de una alternancia normal, después de las
nuevas victorias logradas por el partido de los trabajadores (PT) y
Dilma Roussef (56% en 2010,
52% en 2014), con un electorado cada vez más dividido social, racial y
geográficamente (vea esta investigación de Amory Gethin sobre la
evolución de las divisiones electorales brasileñas).
Militarista,
machista, homófobo, el diputado de Río también es antisocial y
anti-pobre, como lo demuestra su programa económico ultraliberal. También
explora la nostalgia por el orden del hombre blanco, en un país donde
los "blancos" dejaron de ser la mayoría (aún eran 54% en el censo de
2000). Dadas
las condiciones dudosas de la eliminación de Roussef en 2016 y el
impedimento de Lula en 2018, es probable que esta elección deje huellas
terribles.En el poder, el PT no lo hizo mal. Gracias
al aumento del salario mínimo y al nuevo sistema de subsidios
familiares (Bolsa Familia), el crecimiento ha estado acompañado por una
disminución sin precedentes de la pobreza. El
PT también ha establecido mecanismos para el acceso preferencial a las
universidades para las clases más bajas y las poblaciones negras y
mixtas.
Pero
al no haber reformado el sistema electoral, el PT nunca ha logrado
abordar la regresividad tributaria estructural del país (los impuestos
indirectos aumentan a 30% en las facturas de electricidad, mientras que
las clases altas pagan impuestos del 4%).
Con
el efecto de que la reducción de las desigualdades se ha hecho en
detrimento de las clases medias y no de las más ricas (...)
Si el campo progresista logró reducir las desigualdades en el siglo XX, fue porque luchó por una ambiciosa agenda igualitaria, basada en reformas políticas y reformas fiscales y sociales. En los Estados Unidos, fue necesario enmendar la constitución en 1913 para crear un impuesto federal sobre la renta y el impuesto a la herencia, que se convirtió en el más progresista de la historia y permitió financiar el New Deal. (...)
Hoy, el campo progresista rechaza cualquier debate ambicioso sobre la democratización de las instituciones estadounidenses, europeas o brasileñas. Sin embargo, no es dejando a los racistas y a los reaccionarios el monopolio de la ruptura como salvaremos la igualdad y la democracia." (Piketty, blog, 16/10/18)
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