"(...) Aunque no tengan conciencia de ello y sigan creyendo que
sus problemas son de naturaleza exclusivamente nacional, el enemigo de
los franceses es el mismo que ha ensangrentado la región africana de
los Grandes Lagos y parte del Gran Medio Oriente. Occidente atraviesa
una crisis existencial y sólo lograrán sobrevivir a ella los pueblos
que comprendan la lógica que los destruye y la rechacen.
Al dar rienda suelta al capitalismo, el presidente Bush padre
esperaba extender la prosperidad a todo el mundo. Pero el capitalismo
no es un proyecto político, es sólo una lógica sobre cómo obtener
ganancias. Y la lógica de las transnacionales estadounidense no era otra
que incrementar sus ganancias produciendo en China, cuyos trabajadores
eran los peor pagados del mundo.
Son muy pocos los que lograron ver el costo que ese avance tuvo para
Occidente.
Es cierto que en países del Tercer Mundo empezaron a
aparecer clases medias –aunque menos ricas que las clases medias de los
países occidentales– lo cual permite a nuevos Estados, principalmente
asiáticos, desempeñar un papel en la escena internacional. Pero,
simultáneamente, las clases medias comienzan a desaparecer
en Occidente [4], haciendo imposible la supervivencia de las instituciones democráticas que esas clases habían conformado.
Lo más importante es que las poblaciones de regiones enteras van a
ser diezmadas, comenzando par las de los Grandes Lagos africanos. Esta
primera guerra regional deja 6 millones de muertos en Angola, Burundi,
Uganda, en la República Democrática del Congo, Ruanda y Zimbabwe,
sin que el mundo se preocupe por entender lo que sucede.
El objetivo
era seguir apoderándose de los recursos naturales de esos países… pero
pagando aún menos que antes. ¿Cómo? Negociando esos recursos con
pandillas armadas en vez de tratar con Estados que tienen la obligación
de alimentar a sus ciudadanos.
La transformación sociológica del mundo es muy rápida y
sin precedente. No disponemos actualmente de las herramientas
estadísticas necesarias para evaluarla correctamente. Pero todos
percibimos el progreso de Eurasia –no de la Eurasia que evocaba
De Gaulle, «de Brest a Vladivostok», sino de una Eurasia que
sólo incluye a Rusia y Asia, sin Europa occidental ni Europa central–
hacia la búsqueda de libertad y prosperidad, mientras que las potencias
occidentales –incluyendo a Estados Unidos– se apagan poco a poco,
limitando las libertades individuales y encerrando a la mitad de su
población en zonas de pobreza.
Hoy en día la tasa de encarcelación de los chinos es 4 veces inferior
a la de los estadounidenses, mientras que su poder adquisitivo es
ligeramente superior al de los estadounidenses. Objetivamente, con
todos sus defectos, China se ha convertido un país más libre y próspero
que Estados Unidos.
Ese proceso era previsible desde el principio. Su instauración se discutió por mucho tiempo. (...)
Consciente de que, en relación con Asia, Occidente está en recesión,
el pueblo británico fue el primero en tratar de salvar su nivel de vida
saliendo de la Unión Europea y acercándose a China y al Commonwealth
(“Sí” al Brexit como resultado del referéndum realizado el 23 de junio
de 2016) [9].
Por desgracia, los dirigentes del Reino Unido no lograron concretar el
acuerdo que esperaban obtener con China y están enfrentando graves
dificultades para reactivar sus vínculos con la Commonwealth.
Más tarde, viendo como su industria civil se derrumbaba, una parte de
los estadounidenses votó el 8 de noviembre de 2016 por el único
candidato a la presidencia que se oponía al Nuevo Orden Mundial: Donald
Trump. Se trataba de volver al «american dream» (el “sueño
americano”).
Por desgracia para esos estadounidenses, Donald Trump
no tiene un equipo en torno a él –exceptuando a su familia– y solamente
está logrando modificar –pero no cambiar– la estrategia militar de su
país, donde la casi totalidad de los generales del Pentágono y de los
altos funcionarios son hostiles a su política.
Ya ante el fin de su industria nacional y con la certeza de que están
siendo traicionados por su clase alta, los italianos votaron el 4 de
marzo de 2018 por los partidos antisistema: la Liga y el Movimiento
5 Estrellas.
Esos dos partidos constituyeron una alianza de gobierno
para poner en práctica una política social. Por desgracia para ellos,
la Unión Europea se opone a esa política [10].
En Francia, en momentos en que decenas de miles empresas pequeñas y
medianas que trabajaban en el sector industrial han ido a la quiebra
durante los 10 últimos años, los impuestos –que ya clasificaban entre
los más elevados del mundo– han aumentado en un 30% en ese mismo periodo
de tiempo.
Ahora cientos de miles de franceses han salido a las calles
para protestar contra un alza de los impuestos que les parece abusiva.
Por desgracia para ellos, la clase alta francesa se ha contaminado con
el discurso que los estadounidenses rechazan. Esa clase privilegiada
está tratando ahora de adaptar su política a la revuelta popular,
en vez de cambiar de política.
Si se abordan por separado los casos de cada uno de esos cuatro
países, seguramente aparecerán explicaciones diferentes para lo que
en ellos sucede. Pero si los analizamos como un fenómeno único que
se produce en culturas diferentes, veremos que los mecanismos son
los mismos. En esos cuatro países, las clases medias están
desapareciendo con mayor o menor rapidez –como consecuencia del
capitalismo– y con ellas desaparece el régimen político que esas clases
encarnaban: la democracia.
Los dirigentes occidentales van a tener que renunciar al sistema
financiero que han construido y volver al capitalismo productivo de los
tiempos de la guerra fría, o inventar una organización diferente en la
que nadie haya pensado hasta ahora. Si no lo hacen, el Occidente que ha
dirigido el mundo desde hace 5 siglos acabará hundiéndose en una serie
de conflictos internos.
Los franceses son el primer pueblo globalizado que se revela contra la
destrucción de Occidente, aunque no tengan conciencia de que están
luchando contra el enemigo único de toda la humanidad. El presidente
Emmanuel Macron no es el “hombre de la situación”, no porque sea
responsable de un sistema que ya existía antes que él sino porque
él mismo es producto de ese sistema.
Ante los motines que estallaron en
su país, este presidente de la República Francesa no encontró
nada mejor que decir –desde la cumbre del G20 realizada en Buenos Aires–
que la reunión le había parecido un éxito –en realidad no lo fue– y
que él mismo avanzaría más rápidamente que sus predecesores… en la
dirección equivocada. (...)
Viendo que el bando de la globalización financiera se hunde, muchos
comienzan a tratar de salvar sus intereses personales sin preocuparse
por los demás. De ahí viene, por ejemplo, la actual tensión entre la
Unión Europea y Estados Unidos. Y el movimiento sionista siempre lleva
la ventaja en ese juego, lo cual explica la rápida mutación de la
estrategia israelí, que ahora está dejando Siria a Rusia para volverse
simultáneamente hacia el Golfo Pérsico y el este de África. (...)
Es absurdo creer que en estos tiempos de globalización financiera, algún
gobierno –sea cual sea– logrará resolver los problemas de su país sin
afectar las relaciones internacionales y recuperar simultáneamente
su capacidad de reacción.
El problema es precisamente que la política
exterior ha sido mantenida fuera del ámbito democrático desde que
desapareció la Unión Soviética. Es por lo tanto urgente salir de casi
todos los tratados y compromisos pactados en los 30 últimos años. Sólo
los Estados capaces de recobrar su soberanía tendrán posibilidades de
recuperarse. " (Thyerry Meyssan, VoltaireNet.org, 04/12/18)
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