“Todos sabemos que sobre nuestra economía se ejercen hoy fuerzas que la empujan en direcciones opuestas: las presiones sobre los costes, venidas sobre todo del exterior, chocan con la debilidad creciente de la actividad interna, originada por la crisis inmobiliaria, y el resultado es una coyuntura de precios al alza y crecimiento a la baja para la que se acuñó, hace más de tres décadas, el nombre de estagflación. (…)
La estabilización es, naturalmente, una tarea impopular; tanto, que puede que sintamos la tentación de excusarnos pensando que detener la inflación no está en nuestras manos, por ser cosa del Banco Central Europeo, y que éste ya hará de chivo expiatorio de las iras europeas cuando sea necesario… podemos detener un proceso inflacionario sin acudir a Francfort. Si vamos a la raíz del asunto, resulta que el proceso tiene su origen en un conflicto de distribución: cada cual trata de pasarle al otro el empobrecimiento que supone haber de pagar más por cosas que importamos: el empresario trata de mantener sus márgenes subien-do los precios; el asalariado, de mantener su renta pidiendo aumentos de sueldo; el empresario trata de pasar el aumento de salario a los precios, y vuelta a empezar. Todos saben que la cosa no termina bien, ya que, tarde o temprano, el proceso habrá de detenerse; pero nadie quiere renunciar sin más a lo suyo.
Si todos se pusieran de acuerdo en acabar con las subidas, la inflación se detendría. Si todos están convencidos de la voluntad del Banco Central de parar el proceso, preferirán no iniciarlo, y la inflación se mantendrá bajo control. Pero lo mismo ocurrirá, sin intervención del Banco Central, si las partes se ponen de acuerdo en renunciar a las subidas, sabiendo que, al final, es lo mejor para todos. En esto consiste precisamente un pacto de estabilización; y, como ve el lector, es algo que está al alcance de cualquier persona dotada de sentido común. (…)
El pacto es un acuerdo tomado entre empresarios y sindicatos por los que ambos se comprometen a limitar los aumentos de precios y de salarios. El Gobierno suele presidir el proceso, y suele comprometerse, a su vez, a no aumentar (demasiado) los precios que de él dependen. La idea es sencilla, aunque, como se dice, el diablo se esconde en los detalles. Requiere, ante todo, una gran dosis de buena fe, ya que el control detallado de precios y salarios es imposible; al cabo del tiempo, unos y otros se cansan de portarse bien, los incumplimientos empiezan a menudear, y todo suele degenerar en picaresca. No importa: un acuerdo de estabilización no pretende ser una solución para la eternidad” (ALFREDO PASTOR: Un pacto de estabilización. El País, ed. Galicia, Opinión, 12/07/2008, p. 27)
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