Las subprime no hubieran jamás despegado sin las mentes a las que se les ocurrió empaquetar esos riesgos y sin las agencias de rating que creyeron en la alquimia financiera y las bautizaron como inversiones seguras.
Pero tampoco sin los pobres, que se convencieron de que era razonable falsear sus ingresos si eso les permitía acceder a una casa y una hipoteca que jamás iban a ser capaces de pagar. Sin los políticos, que supieron sacar rentabilidad electoral al clientelismo político. O sin esas "clases medias" que no mostraron asombro alguno cuando sus fondos de inversión y de pensiones -repletos de los nuevos activos de riesgo- comenzaron a arrojar rentabilidades que les permitían mantener sus expectativas de ingresos futuros sin tener que ahorrar un dólar más. Como tampoco los empresarios y emprendedores, que encontraron en los nuevos instrumentos, ayer exóticos hoy tóxicos, una financiación a precios inverosímiles para crear o ampliar sus empresas.
Tampoco hubiese sido posible sin las universidades que elegantemente formalizaron por qué era deseable y eficaz que el riesgo se segmentase y se cotizara en mercados no organizados para que acabara en manos de quienes pudieran soportarlo y no -como temía la gente menos sofisticada- en quienes no entendían lo que compraban.
Y para qué hablar de los políticos en el Gobierno y en la oposición, de los presidentes de la FED y de todos los que han participado en la fiesta económica que para muchos -no para todos- ha supuesto la larga fase de crecimiento sin inflación que se ha dado en la economía global desde 1991.
Aunque para la inteligencia colectiva sería preferible presentar un recuento más complejo y equilibrado del cataclismo que tenemos entre manos, en nuestra sociedad la simplificación de la narrativa social y la exculpación de las mayorías es una tención irresistible." JOSÉ JUAN RUIZ: Pasión por las minorías. El País, Negocios, 05/10/2008)
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