Kishore Mahbubani, Decano de la Escuela de Asuntos Internacionales Lee Kwan Yew, de Singapur, afirma que Europa no se da cuenta de “hasta qué punto se está convirtiendo en irrelevante para el resto del mundo”, mientras que Richard Haass, presidente del Consejo de Relaciones Exteriores de los Estados Unidos, ha declarado públicamente su “adiós a Europa como potencia de primer nivel”. No se trata de voces salidas de ninguna parte, ni de lunáticos a quien nadie escucha. Mahbubani es decano de uno de los institutos de estudios políticos en auge de Asia, y Haass es un diplomático con una larga carrera marcada por la independencia.
Así pues, ¿por qué se ven rodeados los países europeos de esta oleada de escarnio? Después de todo, los europeos tienen aún más derecho que los norteamericanos a ver su continente como una influencia fundamentalmente positiva. Europa es un gigante pacífico, una colección vacilante de Estados-nación cuyos compromisos exteriores parecen limitarse a desembolsar ayudas al desarrollo y acoger tediosas conferencias de objetivos poco definidos. Tenemos nuestros problemas internos, pero nada que merezca el desprecio de las élites en Nueva Delhi, Pekín o El Cairo.De modo que, ¿cómo es que los vítores se han convertido tan rápidamente en abucheos? No creo que pueda despacharse como simple envidia: los que miran hacia Europa desde fuera no sólo envidian los sueldos, las vacaciones y las pensiones de los europeos. Tampoco pienso que sea la exasperación por el tortuoso proceso interno de toma de decisiones, a pesar de la frecuencia con que llena los titulares de la Europa “pos-Lisboa”. En lugar de eso, yo sugeriría una verdad más incómoda. Los países de todo el mundo están hartos desde hace tiempo de la actitud moralizante y entrometida de Occidente hacia ellos, y comienzan a atreverse a hablar con desdén de una Europa cuya influencia global ya no se da por sentada.
Como ejemplo de las limitaciones de nuestro poder blando, piensen que cuando pregunto a personas de todo el mundo qué significa “Europa” para ellos, siempre me sorprende comprobar que raramente responden mencionando la socialdemocracia, los derechos humanos, o incluso “la calidad de vida”. En general, la respuesta más común es un recuerdo del dominio colonial, y una alusión a nuestro persistente sentimiento de superioridad y autosatisfacción. Si para los europeos las fechas que marcan la historia son 1918, 1945 y 1989, el resto del mundo sigue recordando 1842, 1857 y 1884, y siempre lo hará. Ha habido muchas oportunidades de pasar página del pasado, pero muchos siguen viendo Europa como una fortaleza cerrada que ofrece escasas oportunidades de integración o innovación. (...)
Cuando llega el momento de reformar el Consejo de Seguridad de la ONU o de votar en las instituciones de Bretton Woods, plantamos la caña y nos negamos a ver lo que tenemos delante: sinceramente, no creo que los alemanes se den cuenta de lo ridículos que suenan cuando reclaman otro asiento europeo en el Consejo de Seguridad, cuando no hay espacio siquiera para la India. De modo parecido, se habla mucho de la Política Exterior y de Seguridad Común de la Unión Europea, pero no cuesta mucho reconocer en las misiones africanas —el único compromiso sustancial más allá del vecindario europeo— las maquinaciones poscoloniales de franceses, belgas y británicos.
A continuación, también haríamos bien en romper con la creencia de que nos ganaremos el respeto de los demás mediante el desembolso de cantidades cada vez más grandes de dinero en ayudas al desarrollo, sobre todo cuando tales sumas van ligadas de forma persistente a un discurso moralizante. Lo que los miserables de la tierra quieren de nosotros no es nuestro dinero, sino nuestro respeto. Pagamos nuestra ayuda sin falta, pero raramente nos planteamos si el dinero se gasta de una forma eficiente, o las distorsiones que introducimos en la política local, todo lo cual demuestra un desprecio mayor que no dar nada en absoluto. Todavía debemos aprender la lección del éxito diplomático de China en África, basado en que los países en desarrollo valoran menos el proceso que el resultado obtenido.
Por último, Europa debe dejar de esconderse detrás de Estados Unidos y comenzar a asumir la responsabilidad por sus propias decisiones. Pero esto no puede ocurrir mientras Europa sea gobernada por una gerontocracia de centroderecha que parece sentirse más cómoda aferrándose al pasado atlántico que adaptándose al presente multipolar. Nuestros líderes dedican sus días a defender una participación testimonial en la OTAN, angustiándose por si Obama participará o no en la cumbre conjunta UE-EEUU, y haciendo cábalas acerca de sus facultades legales en las instituciones de Bretton Woods, cuando lo que deben hacer es darse cuenta de que las reglas del juego están cambiando, y que las viejas redes están perdiendo rápidamente su influencia. Irónicamente, los norteamericanos parecen estar comprendiendo todo esto mucho mejor que nosotros en este momento. " (Presseurop, 03 junio 2010, citando a euobserver.com Bruselas)
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