6.7.10

La globalización se come al estado-nación

"Un nuevo fantasma recorre Europa. Ya no es el comunismo, pero todas las fuerzas del viejo continente han vuelto a unirse en santa cruzada para acosar a un espectro, como hicieron en 1848 según la metáfora de Marx y Engels.

El espectro esta vez son los mercados financieros; la degeneración de la actividad especulativa; la presunta capacidad de los especuladores para poner patas arriba a Estados miembros de la Unión Europea y hasta el mismísimo euro. "Manadas de lobos" hambrientos -según una definición del ministro de Finanzas sueco, Anders Borg- que representarían una amenaza existencial para los Estados del siglo XXI.

La imagen del pulso a vida o muerte entre política y especuladores ha conquistado el centro del debate público. La metáfora es populista. Pero en su raíz yace un desafío real para la autoridad de la institución-Estado en las sociedades contemporáneas, no solo en Europa: la fragilidad de los Gobiernos nacionales ante las embestidas de los cada vez mayores problemas globales. (...)

"Es la paradoja de nuestro tiempo. La globalización ha creado enormes oportunidades e impulsado grandes avances. Pero frente a los graves desafíos transnacionales que esta también acarrea se yerguen las mismas maquinarias estatales. Estructuras que sustancialmente siguen respondiendo al diseño constitucional de los siglos XVI y XVII y que ya no son adecuadas al tiempo moderno.

Esa brecha entre problemas globales y medios que han permanecido locales se amplía a ritmo de vértigo y es potencialmente peligrosa", dice en conversación telefónica David Held, politólogo de la London School of Economics que estudia este fenómeno desde hace años. (...)

Una avalancha de asuntos incontrolables a nivel nacional amenaza la estabilidad de los Estados. En los nichos escasa o nulamente controlados se cargan gigantescas bombas de relojería. El mercado de los derivados sigue valiendo hoy unos 600 billones de dólares. Diez veces el PIB anual del mundo entero. Más de 100 veces el presupuesto de EE UU. Disciplinarlo rigurosamente en una jurisdicción es inútil si en la de al lado no se hace lo mismo. (...)

"El orden internacional vigente, que es el de 1945, es crecientemente anacrónico y no es ni representativo del equilibrio de fuerzas actuales ni adecuado para la realidad moderna", opina Held. (...)

Un Estado, solo, no puede resolver ciertos problemas. El drama es que incluso los esfuerzos de grandes bloques regionales pueden ser tumbados por la laxitud o el legítimo interés contrapuesto de otros actores. La buena voluntad de UE en la cumbre contra el cambio climático no sirvió de nada por el rechazo a colaborar de otras potencias. En el G-20, el acuerdo de Europa y EE UU fue insuficiente para establecer impuestos al sector bancario.

"Está claro que en temas como la regulación financiera, el cambio climático o la lucha contra el crimen organizado, el Estado nación se ve sobrepasado por la escala de los problemas", considera Jordi Vaquer i Fanés, director de la Fundación Centro de Estudios y Documentación Internacionales de Barcelona.

"Sin embargo, no creo que sea necesariamente sinónimo de debilitamiento del Estado nación. La escala de los problemas crea dificultades a los Gobiernos, los obliga a una compleja cooperación internacional, pero su fuerza relativa en comparación con otros actores no ha disminuido. Los bancos han tenido que pedir ayuda a los Estados".

Si la supremacía de la institución Estado puede que no esté en juego, sí lo está su efectividad, la amplitud de su capacidad de respuesta y por ende su autoridad.

"Los problemas internacionales no son una novedad. Lo que ha cambiado es la tecnología, que impone al mundo una nueva velocidad", reflexiona Ignacio Urquizu, profesor de sociología de la Universidad Complutense. "Las instituciones deben adaptarse a esa nueva velocidad. Está claro que el diseño institucional es ineficiente.

Sin embargo, yo creo, el problema esencial es la falta de liderazgo. El gran salto adelante de la UE está indisolublemente vinculado a Jacques Delors; el carisma de John Kennedy cambió a EE UU. La cuestión no es solo el diseño constitucional, sino el liderazgo político".

El rapidísimo cambio en la relación de fuerzas internacionales -"más rápido que nunca en la historia", observa Held- complica las cosas, porque dificulta los acuerdos internacionales que pueden dar efectividad a las políticas gubernamentales." (El País, ed. Galicia, 05/07/2010, p. 24/5)

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