5.11.10

El error de legalizar la venta de drogas

"Pero el debate sobre la legalización como la forma de aniquilar las mafias y el narcotráfico que desangran México, por ejemplo, debe ser bienvenido y es, sobre todo, necesario. Nos sirve para volver a poner las cifras y argumentos sobre la mesa. Y para recordar por qué están prohibidas y deben seguir estándolo.

El debate se ha situado como una colisión entre dos utopías que llevan rumbo opuesto: la utopía de un mundo sin drogas y la utopía de un mundo sin narcotráfico. Vamos a analizarlas.

Sobre la primera: la ambición de un mundo sin drogas o que logre una reducción sustancial de ellas es la estrategia que adoptó la ONU en 1998, para lo que se dio 10 años antes de reevaluar el estado de la cuestión.

Pasado el plazo, en 2008, la ONU pudo constatar el fracaso del modelo de represión ante una sociedad que cada vez consume más, ante unas mafias que encuentran nuevas vías cada vez que se cierran otras y, sobre todo, que han hallado nuevos mercados en áreas que hasta el momento parecían en cierto modo inmunes a la adicción: Latinoamérica ha pasado de ser productor a productor-consumidor, por ejemplo.

Y el opio procedente de Afganistán va dejando un reguero creciente de adictos en Pakistán, Irán, Turquía y otros países de paso antes de llegar a su mercado mayoritario: Europa.

Aquel fracaso, puesto sobre la mesa en 2009, llevó a Gaviria, Zedillo y Cardoso a proclamar la verdad: esto no funciona, busquemos nuevas vías. Y ahí es donde llega la segunda utopía.

Sobre la segunda: ya que eliminar la drogodependencia es imposible, como es imposible luchar contra el deseo natural de buena parte de los jóvenes y mayores de desafiar los límites con dosis inciertas de sustancias ilegales, legalicémoslas. Asumamos que la droga existe, está ahí y démosle un marco legal que evite los infames productos letales que llegan al mercado.

Y, sobre todo, serremos las patas del trono en el que se sientan los capos de la droga, un negocio ilegal que mueve más de 250.000 millones de dólares al año y que abastece a 250 millones de usuarios en el mundo. Que esto provoque un aumento esporádico del consumo, como reconocen incluso los que defienden la legalización, no debe frenarnos ante una ambición que creen superior, que es la de evitar las miles de muertes que la droga deja en el camino (hoy en México, sobre todo) o la inestabilidad explosiva que está provocando en los países de paso (el mismo México o Guinea-Bissau, la ruta alternativa que ha encontrado la droga americana para saltar hacia Europa). (...)

Y si llamamos a ambas cosas utopía... es porque lo son:

la primera, porque es impensable un mundo que renuncie a sustancias que permiten evadirse, alucinar, divertirse, funcionar o, en términos médicos, deprimir o estimular el sistema nervioso central al ritmo deseado. Y la segunda, por tres razones:

a) porque es impensable una sociedad indiferente que admita la posibilidad de ver destruirse a una buena parte de sus miembros de forma legal;

b) porque ninguna hiperregulación podrá quitar del mapa las fórmulas ilegales (mafias) que hagan llegar la droga a los menores, por ejemplo;

y c) porque ningún consenso sobre el férreo control estatal que implicaría podrá ser afrontado por la mayoría de países, con gobiernos débiles y escasos recursos para imponerlo.

Pero como en toda utopía ("que aparece como irrealizable en el momento de su formulación") nada dice que no haya que tender hacia una de ellas como expresión de intenciones, como espejo ideal en el que toda sociedad desea verse reflejada.

Y es ahí donde los defensores de la segunda se equivocan al colocarse en ese rumbo opuesto a la primera. (...)

Es decir, la combinación de la represión -luchar por destruir los cultivos, apoyar y presionar a los países productores para que lo hagan- y la prevención del consumo, la educación para aumentar la percepción del riesgo entre la población, dan frutos innegables.

Y ningún Gobierno puede claudicar ante una lacra que contribuye con fiereza al fracaso escolar, que perjudica la salud y que sume a una buena proporción de población en la apatía social.

En el otro lado, los defensores de la legalización suelen alegar un argumento, cuando menos, endeble: si el alcohol y el tabaco, que causan profundos daños, son legales, por qué no lo va a ser la marihuana, las pastillas o la cocaína. ¿Qué las diferencia?(...)

centrando por tanto la discusión en la legalización de la venta, conviene que no nos equivoquemos y partamos de una premisa básica que no por obvia parece que haya que dejar de recordar: las drogas no son sujetos de derecho, merecedores de un tratamiento de igualdad que cimiente su lucha por una legalidad universal.

Y tampoco drogarse parece que sea un derecho reconocido en Cartas ni Constituciones. Sí lo es, sin embargo, la atención sanitaria a personas adictas que merecen terapias y tratamientos en condiciones de dignidad. (...)

Y sí lo es, como aspiración legítima, que una sociedad avanzada trabaje para un control creciente de las sustancias legales que dañan la salud. Las limitaciones de alcohol a menores y de consumo de tabaco van en este sentido.

Si hay una colisión entre dos utopías, la obligación de los Gobiernos debe ser navegar en el rumbo hacia la que garantice mejor salud e integridad de su población." (BERNA GONZÁLEZ HARBOUR; El error de legalizar la venta de drogas. El País, opinión, 01/10/2010, p, 41)

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