15.5.13

“No quería ver a mi hijo sufrir, eso no tiene que ver con ideologías”

“Nadie quiere más a un hijo que una madre. Por eso no quería verlo con sufrimiento, con un dolor tremendo como el que iba a padecer, si es que vivía...”. Isabel López no se arredra cuando explica su decisión. Interrumpió su embarazo hace un mes, a las 30 semanas de gestación; un tiempo en el que muchas familias ya planifican el nacimiento. 

Pero el hijo que ella esperaba padecía artrogriposis múltiple congénita, una patología muy grave, en su caso de pronóstico nefasto, y que suele acarrear daños neurológicos severos. “Nos informamos de todas las opciones y nos dijeron que no iba a mejorar. Así que decidimos abortar”, dice.  (...)

A Isabel, una administrativa de 40 años que vive en un pueblo de Galicia, le inquieta que la nueva regulación vaya a ese punto. Cuenta que para ella y para Ramón, su marido, recibir el diagnóstico fue un duro golpe. Tienen una hija de siete años y ese segundo embarazo había sido muy deseado. “Pensaba en ese hijo y me decía: ¿qué es más egoísta, verle nacer y sufrir, o dejarle ir?”, relata. 

Católica —“y practicante”, precisa con su acento cantarín—, cree, sin embargo, que la religión no tiene que ver con este tema. “Precisamente a mí me ayuda ser creyente, porque pienso que alguien puso en mi camino que se detectara el problema para evitarlo. Si se puede impedir un sufrimiento tan tremendo, a mi hijo y a nosotros, es irresponsable no hacerlo. Las creencias y la política no entran en esto”, remarca.

Los médicos detectaron a Isabel la anomalía fetal tarde, en una ecografía en tres dimensiones que decidió hacerse por su cuenta. Pidió varias opiniones. Todas confirmaron el diagnóstico de artrogriposis en grado severo: su hijo habría nacido con múltiples contracturas articulares y daños neurológicos muy importantes.

Hasta hace menos de tres años, un caso como el suyo, de diagnóstico tardío y muy grave, solo tenía dos opciones: seguir adelante con un embarazo, muchas veces inviable, o viajar a otros países. Hasta 2010, expone el jefe del servicio de medicina maternofetal del hospital Clínic de Barcelona, Eduard Gratacós, los abortos por malformación fetal solo se permitían hasta la semana 22ª. 

“Ahora nos hemos asimilado a la mayoría de la UE con un sistema muy organizado con comités clínicos que solo aprueban las intervenciones que cumplen con la ley”, dice.

Gratacós apunta que con ello se da respuesta a una situación muy complicada. “No puedes dejar desamparados estos casos. Para estas mujeres es un drama importantísimo. Se pasa de una situación de esperanza, por una maternidad muy deseada, a una realidad truncada”, dice.


Isabel, Ramón y su familia también lo piensan. “Mi abuelo, con 95 años, me decía que me fuera a Londres, como antaño. Y mi suegra, que es una mujer de misa, me dijo: ‘Que Dios me perdone, pero este mundo ya es bastante duro como para traer a nadie a sufrir”, cuenta

Cuando decidió que no continuaría con el embarazo, Isabel cogió un avión y se plantó en Madrid. Ahí, dice, empezó la parte más dura: la espera en el comité, la intervención... “Angustia saber que tomaste una decisión, pero que nada está en tu mano”, dice.

Ahora ya está en casa. Cuando llegaron le explicaron a su hija que el hermanito no llegaría. “El otro día la oí diciéndole a una amiga que su mamá ya no iba a tener el bebé, pero que todos estábamos bien. Es estupenda”, dice."          (El País, 12/05/2013)

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