“Nadie quiere más a un hijo que una madre. Por eso no quería verlo con
sufrimiento, con un dolor tremendo como el que iba a padecer, si es que
vivía...”. Isabel López no se arredra cuando explica su decisión.
Interrumpió su embarazo hace un mes, a las 30 semanas de gestación; un
tiempo en el que muchas familias ya planifican el nacimiento.
Pero el
hijo que ella esperaba padecía artrogriposis múltiple congénita, una
patología muy grave, en su caso de pronóstico nefasto, y que suele
acarrear daños neurológicos severos. “Nos informamos de todas las
opciones y nos dijeron que no iba a mejorar. Así que decidimos abortar”,
dice. (...)
A Isabel, una administrativa de 40 años que vive en un pueblo de Galicia, le inquieta que la nueva regulación vaya a ese punto.
Cuenta que para ella y para Ramón, su marido, recibir el diagnóstico
fue un duro golpe. Tienen una hija de siete años y ese segundo embarazo
había sido muy deseado. “Pensaba en ese hijo y me decía: ¿qué es más
egoísta, verle nacer y sufrir, o dejarle ir?”, relata.
Católica —“y
practicante”, precisa con su acento cantarín—, cree, sin embargo, que la
religión no tiene que ver con este tema. “Precisamente a mí me ayuda
ser creyente, porque pienso que alguien puso en mi camino que se
detectara el problema para evitarlo. Si se puede impedir un sufrimiento
tan tremendo, a mi hijo y a nosotros, es irresponsable no hacerlo. Las
creencias y la política no entran en esto”, remarca.
Los médicos detectaron a Isabel la anomalía fetal tarde, en una
ecografía en tres dimensiones que decidió hacerse por su cuenta. Pidió
varias opiniones. Todas confirmaron el diagnóstico de artrogriposis en
grado severo: su hijo habría nacido con múltiples contracturas
articulares y daños neurológicos muy importantes.
Hasta hace menos de tres años, un caso como el suyo, de diagnóstico
tardío y muy grave, solo tenía dos opciones: seguir adelante con un
embarazo, muchas veces inviable, o viajar a otros países. Hasta 2010,
expone el jefe del servicio de medicina maternofetal del hospital Clínic
de Barcelona, Eduard Gratacós, los abortos por malformación fetal solo
se permitían hasta la semana 22ª.
“Ahora nos hemos asimilado a la
mayoría de la UE con un sistema muy organizado con comités clínicos que
solo aprueban las intervenciones que cumplen con la ley”, dice.
Gratacós apunta que con ello se da respuesta a una situación muy
complicada. “No puedes dejar desamparados estos casos. Para estas
mujeres es un drama importantísimo. Se pasa de una situación de
esperanza, por una maternidad muy deseada, a una realidad truncada”,
dice.
El ginecólogo es
uno de los cientos de expertos en diagnóstico prenatal que está en
contra de la supresión del supuesto de aborto por anomalía fetal: “Se debe separar la legislación de la ideología”.
Isabel, Ramón y su familia también lo piensan. “Mi abuelo, con 95
años, me decía que me fuera a Londres, como antaño. Y mi suegra, que es
una mujer de misa, me dijo: ‘Que Dios me perdone, pero este mundo ya es
bastante duro como para traer a nadie a sufrir”, cuenta
Cuando decidió que no continuaría con el embarazo, Isabel cogió un
avión y se plantó en Madrid. Ahí, dice, empezó la parte más dura: la
espera en el comité, la intervención... “Angustia saber que tomaste una
decisión, pero que nada está en tu mano”, dice.
Ahora ya está en casa. Cuando llegaron le explicaron a su hija que el
hermanito no llegaría. “El otro día la oí diciéndole a una amiga que su
mamá ya no iba a tener el bebé, pero que todos estábamos bien. Es
estupenda”, dice." (El País, 12/05/2013)
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