"Estamos en el quinto año de la crisis. Aumenta el paro, la pobreza y
la exclusión social; empiezan a aparecer casos de malnutrición en niños;
hay decenas de miles de familias que han sido expulsadas de sus
hogares; y los salarios siguen reduciéndose, mientras que no ocurre lo
mismo con los precios de bienes y servicios.
La gente, además, ha
entendido que esta situación no es pasajera y puede prolongarse todavía
unos cuantos años más. En esas condiciones, ¿por qué no se produce un
estallido social? ¿Por qué no revienta el sistema? ¿Cuánto puede
aguantar la sociedad española sin que se produzca un levantamiento?
Es difícil pensar en una conjunción de condiciones más favorables
para provocar un estallido. En primer lugar, los efectos de la crisis
son terribles. ¿Cómo puede sobrevivir una población con seis millones de parados? Lo peor es que el paro va a seguir creciendo, pues la demanda interna está hundida. (...)
¿Qué es lo que pasa?
No hay alternativas
Por un lado, ha dejado de haber alternativas. No hay hoy una
ideología que proponga un camino distinto al que estamos transitando y
que sirva para organizar una resistencia efectiva. La gente está
dominada por la rabia, que se traduce en rechazo y alienación con
respecto al sistema económico y político, pero la rabia no cristaliza en
un movimiento que suponga una amenaza colectiva.
Por otro lado, a pesar del empobrecimiento generalizado, España sigue
teniendo un nivel de desarrollo considerable. Sabemos que las
democracias desarrolladas son extraordinariamente estables. Aguantan
casi todo. Hay una regularidad asombrosa: no ha habido nunca una democracia con una renta per capita superior a la de Argentina en 1976 que haya colapsado.
España tiene una renta per capita muy superior a esa, incluso después
de la crisis de estos años. Por eso, cabe esperar que haya tensiones y
episodios violentos, pero no un estallido generalizado.
En parte, porque
el Estado es muy poderoso y puede poner freno a la protesta; en parte
también porque hay muchas familias propietarias de pisos, o que tienen
sus ahorros en bolsa, que no están dispuestas a arriesgar en aventuras
de resultado incierto. El desarrollo trae consigo un mayor nivel de
conservadurismo político a todos los niveles.
El síntoma más claro de que la gente, por muy cabreada que esté, no
quiere riesgos, es la ausencia de un debate público en España sobre la
conveniencia de permanecer en el euro.
A pesar de que la unión monetaria
ha resultado ser una ratonera, casi nadie quiere asumir los costes a
corto plazo de salirse del euro. No deja de ser curioso que la gente
dirija sus quejas a los partidos y a las instituciones españolas, cuando
buena parte del problema reside más arriba, en las reglas de
funcionamiento del euro y en las políticas que marcan los países del
norte.
Es verdad que ha caído mucho también la valoración popular de las
instituciones europeas, pero sin demasiadas consecuencias: el apoyo al
euro sigue siendo masivo. Este apoyo es definitivo para entender por qué
no se produce un estallido.
En fin, seguiremos aguantando con resignación una situación que, se mire como se mire, resulta intolerable." (Presseurop, 6 mayo 2013,Infolibre
Madrid)
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