4.6.13

Las ilusiones de quienes propugnan ahora una salida de la Eurozona

"La frustración nacida de la estulticia de la Troika en la gestión de la crisis está tan justificada como la crítica de los errores de diseño en la construcción de la Unión Monetaria. Pero un regreso al parapeto atrincherado de las monedas nacionales no ofrece solución ninguna. 

 Nadie debería sucumbir a la ilusión fatal de que eso permitiría poner freno a la política económica y financiera neoliberal. Al contrario. Mientras esté en vigor el Tratado de Lisboa suscrito en 2007, seguirá el baile. El error intelectual cardinal en la gestión de la crisis del euro consiste en confundir la Unión Monetaria con un recinto habilitado para la actividad económica mundialmente competitiva.

 Pero la disolución del euro no alteraría eso para nada. Ni pondría fin a los gravosos desequilibrios económicos entre el Norte y el Sur de la UE. Que una competición devaluatoria sacaría de la miseria a los países en crisis, es cosa que sólo los ilusos pueden llegar a creer.

 Los Estados golpeados no se sustraerían a la crisis, y lo poco que de ella pudieran ahorrase, no sería desde luego a cuenta de la devaluación monetaria. De los shocks monetarios que seguirían a la desintegración del euro sólo se alegrarían los especuladores internacionales de divisas. Los gobiernos que devaluaran su moneda un 20%, un 30% o más, tendrían que atenerse sin demasiadas sorpresas a las reacciones de los mercados financieros. 

Quien devalúa, es castigado con intereses y primas de riesgo más elevados. Eso debería tenerse ya por bien sabido desde la prehistoria del euro. Los países en crisis de la Eurozona, además, no se han endeudado en la propia moneda. 

Puesto que los patrimonios y las deudas exteriores de sus ciudadanos están denominados en euros, la devaluación no puede sino provocarles pérdidas: significa cerrar cualquier vía de escape a su actual situación de servidumbre por deuda.   (...)

También un país como Alemania tiene que lidiar desde hace décadas con distintos criterios económicos en distintas partes del país, lo que se equilibra con una compensación financiera intraalemana, una especie de solidaridad estatalmente organizada entre autonomías y regiones.

 Esa solidaridad falta en la Unión Monetaria, lo que, desde la erupción de la eurocrisis, viene corrigiéndose de modo unilateral: merced a la hegemonía alemana, toda Eurolandia ha sido metida en la camisa de fuerza de una unión de austeridad: pacto fiscal más pacto de competitividad. 

Hay, pues, una política económica y monetaria común: desgraciadamente, de todo punto falsa. En el camino de la política acertada, por la que abogan incluso expertos económicos alemanes, se atraviesan el miedo a la deuda y el miedo a la inflación, y naufraga por causa del egoísmo nacional. 

Y los alemanes, que son quienes más han podido hasta ahora beneficiarse del euro, carecen de razones para negarse a una comunidad de responsabilidades (eurobonos, o una unión de transferencias). Desde luego que un cambio de rumbo le costaría algo a la República Federal de Alemania, pero manifiestamente menos que una recaída en una dispersión de pequeños Estados promovida y dominada por el marco alemán. 

 Una Alemania sin el euro tendría que contar con graves quebrantos económicos. No bien de regreso el marco, los mercados de divisas lo reevaluarían, y no precisamente poco (véase más arriba). Ni siquiera la Bundesbank se alegraría demasiado con el poder recobrado. La salida del euro le echaría a perder los balances, pues habría perdido el grueso de la deuda activa que ella misma, el Estado alemán y la banca y las empresas privadas alemanas tienen en la zona euro exterior. 

De modo que, saliendo del euro, habrían logrado lo que precisamente se quiere evitar: una deuda pública harto mayor –de proporciones italianas o aun griegas— en la patria de los histéricos de la deuda…"         ('Las ilusiones fatales de quienes propugnan ahora una salida de la Eurozona' de Michael R. Krätke, Sin Permiso, 26/05/2013)

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